Cuando tenía 15 años y estaba en el instituto, cometí un error. Dí un paso adelante, me presenté voluntario y salí elegido delegado de curso. Es uno de los episodios oscuros de mi vida, y al mismo tiempo de los más instructivos. En una ocasión mientras era delegado, leí en voz alta en el aula un anuncio de convocatoria de huelga de estudiantes al comienzo de la clase. Fue algo bastante usual durante ese curso. Lo especial de esta ocasión fue que, acabada la proclama y cuando ya me disponía a sentarme en mi silla, algunos compañeros me preguntaron si iba a tomar parte en la huelga recién anunciada.
Me quedé parado un momento. Mi mente se rebelaba. Tenía pensado tomar parte en la huelga, porque eso era lo que todo el mundo hacía: fumarse un día de clase. Pero al ser preguntado en público, me rebele. "¿Qué les importaba a ellos lo que iba a hacer? ¿Es que no tenían opinión propia?". Algo así se me paso por la cabeza, y durante unos minutos estuve forcejeando verbalmente con cada vez más y más compañeros de curso para no decirles lo que iba a hacer, porque era asunto mío y no me daba la real gana decirselo. Estoy casi seguro que el objeto inicial de la pregunta era disminuir el tiempo de clase haciendome hablar en público - ese curso estaba plagado de tácticas como esa, por las que una minoría que no deseaba estar allí hacía todo lo posible por reventar las clases la mayor cantidad de tiempo posible - pero al final el propósito final de las cada vez más insistentes preguntas era determinar que no fuera a haber ningún esquirol (yo) que provocase que les añadiesen una falta de asistencia el día de la huelga.
Las preguntas no sólo eran cada vez más insistentes, sino incluso algo violentas, y mis compañeros de clase no estaban dispuestos a dejar la conversación hasta que admitíese pública y abiertamente que iba a hacer huelga. Al final, cedí. Estaba algo asustado. Como querían algunos de mis compañeros, supongo. Había intentado argumentar que la decisión de ir a la huelga se la tenía que plantear cada uno por su cuenta, como un adulto. Pero mi audiencia no iba a prestar oídos a otra cosa que no fuera un "sí voy". La reacción que hubiera obtenido por cualquier otra respuesta, sólo puedo imaginarmela.
Años más tarde en la universidad, en primero de carrera, ví como el delegado de mi curso se generó, sin comerlo ni beberlo, la misma situación ante otro anuncio de huelga. Me sorprendió un poco, porque pensaba que el ambiente y las ideas en las aulas (masivas y masificadas) de la universidad serían más abiertas que en un instituto atestado de adolescentes sin ganas de estudiar. Me equivocaba, la presión de la masa era la misma.
Gracias a estas experiencias, entre otras en particular, y al sistema educativo nacional, en general, he conseguido ser educado en la lección de que no hay que destacar, ni comportarse de manera diferente a la mayoría. Hay que ser un cobarde y seguir el rebaño. Por esa razón, por cobardía, secundé las huelgas en mis tiempos de estudiante.
Ahora que soy adulto no voy a tomar parte en la huelga del próximo día 29 de septiembre. Y la razón de ello es la misma que tenía para hacer huelga cuando era estudiante: soy un cobarde. La mayor parte de mi entorno laboral no va a secundar la huelga, luego yo, para no destacar, no llamar la atención, voy a hacer lo mismo que la mayoría.
Sería bonito deciros que voy a hacer o no hacer huelga por alguna razón bien fundada, lógica, egoísta o altruista. La reforma laboral me parece un abuso, también estoy en desacuerdo con los sindicatos por la forma y la fecha de la convocatoria, y por otras cosas. Mi trabajo es estable, estoy bien pagado, tengo un buen horario, no me presionan mucho. Tengo razones egoístas para no hacer huelga. Pero realmente es el miedo a destacar en mi entorno lo que me impulsa. Soy así de miserable.
Lo único que puedo decir en mi defensa es que no soy ningún hipócrita. No voy a aducir ninguna excusa bien fundada. En este medio, en este blog, sólo puedo ser sincero, sólo puedo ser yo mismo.
La generación que compartió aula conmigo en el instituto es la que ahora lleva el país desde sus puestos de trabajo, y algunos de ellos sin trabajo. Algunos estarán haciendo sus pinitos en el mundo de la política y en el futuro llevarán las riendas del país. Pero al final, las reglas del juego son las que se pusieron cuando tenía 15 años. Hacer lo que la mayoría hace, por miedo.
En la convocatoria anterior, la que se hizo durante el gobierno de Aznar, había bonanza económica, y nadie tenía miedo de perder su puesto de trabajo. La huelga fue secundada, por las razones que fueran (incluido el miedo a ver empeorar las condiciones laborales).
Hoy en día, el paro es elevado. Echan gente a la calle a tu alrededor todos los días. Hay miedo de ser el siguiente. Quienes sujetan el palo del miedo ahora no son los sindicatos, sino las empresas. Los periódicos hablan de "problemas de movilización". Yo leo que para movilizar a alguien en este país, hay que apelar al miedo. En nuestro caso, en particular, hemos decidido no hacer huelga... a menos que un piquete nos atemorice lo suficiente.
Los piquetes pueden ser moralmente reprobables, pero como ya he dicho, si se quiere movilizar a alguien aquí, en este país, hay que apelar al miedo.
Y así nos va.
Me quedé parado un momento. Mi mente se rebelaba. Tenía pensado tomar parte en la huelga, porque eso era lo que todo el mundo hacía: fumarse un día de clase. Pero al ser preguntado en público, me rebele. "¿Qué les importaba a ellos lo que iba a hacer? ¿Es que no tenían opinión propia?". Algo así se me paso por la cabeza, y durante unos minutos estuve forcejeando verbalmente con cada vez más y más compañeros de curso para no decirles lo que iba a hacer, porque era asunto mío y no me daba la real gana decirselo. Estoy casi seguro que el objeto inicial de la pregunta era disminuir el tiempo de clase haciendome hablar en público - ese curso estaba plagado de tácticas como esa, por las que una minoría que no deseaba estar allí hacía todo lo posible por reventar las clases la mayor cantidad de tiempo posible - pero al final el propósito final de las cada vez más insistentes preguntas era determinar que no fuera a haber ningún esquirol (yo) que provocase que les añadiesen una falta de asistencia el día de la huelga.
Las preguntas no sólo eran cada vez más insistentes, sino incluso algo violentas, y mis compañeros de clase no estaban dispuestos a dejar la conversación hasta que admitíese pública y abiertamente que iba a hacer huelga. Al final, cedí. Estaba algo asustado. Como querían algunos de mis compañeros, supongo. Había intentado argumentar que la decisión de ir a la huelga se la tenía que plantear cada uno por su cuenta, como un adulto. Pero mi audiencia no iba a prestar oídos a otra cosa que no fuera un "sí voy". La reacción que hubiera obtenido por cualquier otra respuesta, sólo puedo imaginarmela.
Años más tarde en la universidad, en primero de carrera, ví como el delegado de mi curso se generó, sin comerlo ni beberlo, la misma situación ante otro anuncio de huelga. Me sorprendió un poco, porque pensaba que el ambiente y las ideas en las aulas (masivas y masificadas) de la universidad serían más abiertas que en un instituto atestado de adolescentes sin ganas de estudiar. Me equivocaba, la presión de la masa era la misma.
Gracias a estas experiencias, entre otras en particular, y al sistema educativo nacional, en general, he conseguido ser educado en la lección de que no hay que destacar, ni comportarse de manera diferente a la mayoría. Hay que ser un cobarde y seguir el rebaño. Por esa razón, por cobardía, secundé las huelgas en mis tiempos de estudiante.
Ahora que soy adulto no voy a tomar parte en la huelga del próximo día 29 de septiembre. Y la razón de ello es la misma que tenía para hacer huelga cuando era estudiante: soy un cobarde. La mayor parte de mi entorno laboral no va a secundar la huelga, luego yo, para no destacar, no llamar la atención, voy a hacer lo mismo que la mayoría.
Sería bonito deciros que voy a hacer o no hacer huelga por alguna razón bien fundada, lógica, egoísta o altruista. La reforma laboral me parece un abuso, también estoy en desacuerdo con los sindicatos por la forma y la fecha de la convocatoria, y por otras cosas. Mi trabajo es estable, estoy bien pagado, tengo un buen horario, no me presionan mucho. Tengo razones egoístas para no hacer huelga. Pero realmente es el miedo a destacar en mi entorno lo que me impulsa. Soy así de miserable.
Lo único que puedo decir en mi defensa es que no soy ningún hipócrita. No voy a aducir ninguna excusa bien fundada. En este medio, en este blog, sólo puedo ser sincero, sólo puedo ser yo mismo.
La generación que compartió aula conmigo en el instituto es la que ahora lleva el país desde sus puestos de trabajo, y algunos de ellos sin trabajo. Algunos estarán haciendo sus pinitos en el mundo de la política y en el futuro llevarán las riendas del país. Pero al final, las reglas del juego son las que se pusieron cuando tenía 15 años. Hacer lo que la mayoría hace, por miedo.
En la convocatoria anterior, la que se hizo durante el gobierno de Aznar, había bonanza económica, y nadie tenía miedo de perder su puesto de trabajo. La huelga fue secundada, por las razones que fueran (incluido el miedo a ver empeorar las condiciones laborales).
Hoy en día, el paro es elevado. Echan gente a la calle a tu alrededor todos los días. Hay miedo de ser el siguiente. Quienes sujetan el palo del miedo ahora no son los sindicatos, sino las empresas. Los periódicos hablan de "problemas de movilización". Yo leo que para movilizar a alguien en este país, hay que apelar al miedo. En nuestro caso, en particular, hemos decidido no hacer huelga... a menos que un piquete nos atemorice lo suficiente.
Los piquetes pueden ser moralmente reprobables, pero como ya he dicho, si se quiere movilizar a alguien aquí, en este país, hay que apelar al miedo.
Y así nos va.
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