sábado, 26 de septiembre de 2009

Las banderas de nuestros hermanos

Al comienzo del libro "Deutsche Heldensagen" (Inser Verlag, edición de 1998, 415 pág, narradas por Gretel y Wolfgang Hecht), en letra pequeña, a la vuelta de la primera página, se nos advierte:

"Die
Deutsche Heldensagen haben nichts zu tun mit jeder romantischen Verfälschung der Überlieferung, wie sie der Dichter Friedrich Baron de la Motte-Forqué praktizierte. Gerade von diesem verfälschenden Wust, der von König Friedrich Wilhelm IV. über Kaiser Wilhelm II. bis hin zum Nationalsozialismus so absonderliche Blüten trieb, will diese Ausgabe die Überlieferung befreien".

Tranquilos, que traduzco:

"Los
Relatos heróicos Alemanes no tienen nada que ver con aquella falsificación romántica de la tradición que practicaba el poeta Friedrich Baron de la Motte-Forqué. Esta edición precisamente quiere librar la tradición de este batiburrillo falseante, que tan despreciables brotes ha generado desde el rey Friedrich Wilhelm IV, pasando por el emperador Guillermo II, hasta el Nacionalsocialismo."

Para quienes no lo hayan adivinado ya, el libro narra las historias míticas de heróes de la tradición germánica. La historia más conocida es la del Anillo de los Nibelungos, pero hay otras como "Dietrich von Bern", y "Wieland der Schmied". Además, he de decir que el haber incluido el texto de la advertencia en alemán original no responde a pedantería alguna, sino a que deseo poner a libre disposición la base de mi traducción, para que quien lo deseé pueda determinar si es correcta.

Al leer fortuitamente está minúscula parte de un libro de 415 páginas, me hicé consciente de algo que siempre había "presentido" en mis contactos con la cultura alemana contémporanea: cierta vergüenza por sus tradiciones. Ponerle a algo la etiqueta de "alemán" en la propia Alemania puede llegar a ser algo peliagudo. En un
Oktoberfest de neblinoso recuerdo quisé brindar "por Alemania", pero mis huéspedes me corrigieron; "por Baviera, por Baviera", corearon amablemente. No era nacionalismo, como algunos en España pensarían , sino una corrección, pues de hecho me encontraba en Baviera en ese momento. Hace mucho menos tiempo regresaba en avión desde Munich leyendo un libro titulado Deutsche Geschichte y que contaba el período de la Edad Media. Mi compañera de asiento era alemana y, mirándome con un ligero gesto de perplejidad inició conversación preguntandome "¿Leé ud. Historia de Alemania?, pero si en aquella época no existía Alemania". Era totalmente cierto, y el autor de libro así lo advertía al comienzo del mismo. Alemania, la entidad política, existe sólo desde 1871. Pero, ¿y qué pasaba antes?. ¿No había gente que se sintiese "alemana" antes de esa fecha?.

Yo siempre había conocido pueblos que pretendían remontar sus raíces a períodos lo más alejados posible en el tiempo. Los alemanes, en cambio, parecen haber cortado con la historia de muchas de las personas que habían vivido en lo que hoy es su país. No intentan tanto ver qué tenían en común con ellos, como sí hacen las naciones empeñadas en demostrar cuanta mayor antigüedad, mejor. En lugar de eso el personaje histórico alemán es colocado bajo un microscopio y
juzgado, esto es, se emite un veredicto moral sobre él (o ella). Sólo unos pocos se salvan, como Martín Lutero. Suena frío, germánicamente frío y distanciado. Y lo es. Estos personajes y eventos al final no son alemanes; son austríacos, bávaros, sajones, frisios, etc. Tildar a algo anterior a 1871 de "alemán" puede hacer recaer sobre uno la sospecha de ser tendencioso. ¿Tendencioso a qué?. Tendencioso (o tendente) al Ultranacionalismo, al Ultraconservadurismo. A ser un Nazi, para entendernos.

¿Cómo se llegó a esto?. La propia advertencia de
Deutsche Heldensagen nos da pistas acerca de esto. Una serie de personajes y grupos de la historia reciente de Alemania - los que más destacan son los nacionalsocialistas - tergiversaron, usaron y se adueñaron de la tradición narrativa de los pueblos que componían su país para utilizarlos en su propio interés y beneficio. Así, nos encontramos como en la novela Die Geschwister Oppermann, de Leon Feuchtwanger, la victoria de Arminio sobre los romanos en Teutoburger Wald pasó a ser uno de los hechos representativos del carácter nacional alemán - la resistencia ante el invasor - durante el Tercer Reich. Pero lo cierto es que Arminio tenía de alemán lo que Viriato de portugués, o Séneca de español (que no hispano, ojo). Decir que Arminio, Sigfrigido, o Federico el Grande eran alemanes era una interpretación de aquellos personajes y sus hechos cuyo objeto era dotar de una mística, de una respetabilidad a una ideología pobre de contenidos propios, que había ido surgiendo en tiempos recientes y que culminó en la orgía sangrienta del nazismo.

Esta ideología es el nacionalismo. Pero no es nacionalismo como
sentir nacional, de identidad de grupo, aglutinador de diversas tendencias. Es un nacionalismo mal entendido, que se define a si mismo mediante la exclusión de otros, en ocasiones por razones de raza - y entonces hablamos de racismo -, de religión, prácticas de su vida privada, o cualquier otra que el avispado político nacionalista de turno empleé para prosperar sin que se advierta su falta de ideas. Para diferenciar este último nacionalismo excluyente del nacionalismo aglutinador, utilizamos los términos ultranacionalismo y nacionalsocialismo.

Al final, los alemanes parecen haber hecho en parte las paces con la historia - sobre todo, después de la Reunificación - y no sienten vergüenza alguna por ondear o dejarse ver con su bandera: amarilla, roja y negra. En contraposición con los colores blanco, rojo y negro utilizados como identificadores de la nación cuando el ultranacionalismo prendía en una parte importante de la población. Ha sido algo más que un cambio de bandera, pero no es menos cierto que el cambio - de sólo un color entre tres, al fin y al cabo - ha
reforzado un cambio en la mentalidad de lo que es ser alemán.

¿Y en España?.

Voy a contaros una historia de miedo, como algunos habréis oído muchas.

El menor de mis hermanos, A., visitaba al mediano, T., en Asturias. Por falta de previsión quedó A. algo corto de ropa mientras la que había traido consigo estaba en la lavadora. No había problema. En una liquidación de saldos del ejército español T. se había hecho a precio de ganga con unos cuantas camisas color verde oliva con una banderita rojigualda cosida en uno de los brazos. A. se pusó una de estas camisas, y juntos salieron a tomarse algo en una terraza de la pequeña ciudad provinciana dónde mi hermano mediano tiene su residencia. Mientras se tomaban una caña al aire libre, una chica apareció a su lado y gritando llamó a A. fascista y nazi. En poco rato debió quedarse satisfecha de haber hecho su pequeña aportación a la lucha por la libertad, y se fué antes de que mis asombrados hermanos pudieran recuperarse lo suficiente como para explicarle a esta joven sus propias
auténticas opiniones políticas; o que si mi hermano menor mostraba la bandera española no se debía a ningún sentimiento de orgullo patrio, sino más bien a la necesidad económica.

Lo sucedido me hubiera sorprendido menos si mis hermanos se hubieran encontrado en Cataluña, o el País Vasco, con sus movimientos independentistas más o menos establecidos. En Asturias, en cambio, no hay - que yo sepa - movimiento independentista alguno. ¿A santo de qué viene entonces esa reacción alérgica a la bandera española?.

Cuando me contaron esta historia, para mí estaba claro. En España había pasado lo mismo que en Alemania:
apropiación indebida de los símbolos nacionales.

Cuando miramos atrás, hacia la historia reciente de nuestro país, nos encontramos - lo mismo que los alemanes - con un período feo y algo embarazoso de explicar: la dictadura franquista. Lo verdaderamente molesto de Franco no es que ganase la Guerra Civil, sino que consiguiese mantenerse en el poder durante 36 años sin que, aparentemente, tuviese grandes dificultades. Algunos pensarán que lo consiguió gracias a
la represión. No andan del todo desencaminados. Represión hubó. Sobre todo al comienzo del regimén, cuando la población nacional de presos era de cientos de miles, si no superior a un millón. Hubó ejecuciones a lo largo de toda la historia de la dictadura, hasta el final, mas la mayor parte de las mismas se llevaron a cabo al calor de la Guerra Civil y en los años cuarenta, cuando el sonido de los cañones de la Segunda Guerra Mundial ahogaba el ruido de los fusilamientos (los nazis tampoco se atrevieron a iniciar su programa de exterminio sistemático de minorías hasta 1942, cuando confiaban en pasar desapercibidos en medio de la guerra). Mi tesis es que la represión se llevó a cabo sobre todo al comienzo de la dictadura. Después, ya no quedaba apenas nadie que levantase la cabeza. Estaban todos muertos, exiliados, o sencillamente acobardados. Posteriormente, el regimén tan sólo necesitaba dar algún que otro recordatorio de cuando en cuando para que se supiese quién mandaba aquí. La represión se mantuvó fuerte sobre algunas minorías - como los homosexuales - y rebrotaba si percibía peligro - como las revueltas estudiantiles de finales de los 60, que exiliaron a la Facultad de Económicas de la Complutense a unos barracones en Somosaguas -. Pero en general, la mayoría de la gente seguía naciendo, creciendo, trabajando, amando, odiando y muriendose bajo Franco como lo habían hecho antes. Una represión más o menos generalizada, dirigida contra un segmento importante de la población hubiera sido suicida para el regimén.

¡Ojo!. No estoy intentándo defender la dictadura. La represión es represión, y es reprobable en todo momento y en toda cuantía.

Si no era posible acogotar a todo el mundo durante todo el tiempo, ¿qué otro recurso disponía el franquismo para ganar aceptación y mantenerse a flote?.
La propaganda. La presencia del Estado en la vida del españolito de a pie no era tan patente en la forma de represión como en la forma de una constante publicidad del regimén, orientada a dotarle de aquello de lo que más carecía: legitimidad. En este esfuerzo propagandístico se identificaba al regimén de Franco no sólo con lo típicamente español, sino con lo español y punto. Ya desde los tiempos de la Guerra Civil el bando golpista adoptó el adjetivo de nacional , al tiempo que el gobierno legítimo del país era asociado por esta propaganda a una potencia extranjera que por aquella época carecía totalmente de aliados fuera de sus fronteras: La URSS. Esta asociación del enemigo interno al enemigo externo pasaba por alto la ayuda extranjera que los propios nacionales recibieron. Hay que reconocer, no obstante, que en el bando republicano la propaganda seguía unas líneas similares, haciendo de la lucha contra el fascismo en casa una lucha contra invasores fascistas extranjeros.

La propaganda, consistente en
asociar al regimén símbolos del conjunto de la nación, se hizó patente con la elección de la bandera. Frente a los colores republicanos se adoptaron los colores de la bandera de la monarquía, aunque luego de monarquía no hubó nada de nada. Los gestos de acercamiento con la familia real exiliada servían también para reforzar la legítimidad del regimén que los acometía, y que ondeaba la bandera con los colores de la monarquía como si fueran los propios de toda la vida. El mensaje era claro: aquí no había pasado nada, ni república ni guerra civil, y todo seguía igual que antes de ese paréntesis "infame". Era como si sus majestades no se hubieran marchado jamás del país, aunque no estuvieran nunca en él.

Otro elemento de la vinculación del regimén con lo español fue
la alianza entre los círculos de poder franquista y la Iglesia Católica. Si tenemos en cuenta los asesinatos de curas durante la República y la propia guerra, esta alianza nos parece completamente normal a primera vista. Lo que tal vez se nos escape es que, mediante esta asociación, el regimén se identificaba con una de las marcas de identidad de todo español: ser cristiano, católico, y apóstolico. Amén. ¿Por qué creéis que se ven banderas españolas en las manifestaciones antiabortistas convocadas por la iglesia?.

Los actos públicos tradicionales eran ocasiones para que se asociase al regimén con la nación. De ahí la presencia de notables en corridas de toros, y la atención que estas reciben hoy en día de grupos que - si bien se interesan primordialmente por el sufrimiento de los animales - son vinculados a ciertos círculos políticos no precisamente afines a la ultraderecha. Cualquier intento que se realizase para monopolizar también el futbol como símbolo nacional resulto contraproducente, en tanto que este deporte ha acabado convirtiendose en expresión del carácter regional más que el nacional. Cabe pensar que bajo Franco más de uno sintió cierto placer al ver como su equipo regional ganaba tal o cual trofeo frente a un equipo de otra región, o de la capital.

Podría tirarme mucho más tiempo escribiendo sobre la
monopolización estatal de los símbolos nacionales a fin de mantenerse en el poder. Pero creo que ya he dejado claro mi punto de vista. Antes, sin embargo, quisiera dejar una última muestra de esta apropiación de símbolos, que he hallado sin esforzarme mucho, sinceramente. Supongo que todos conoceréis este símbolo:


El yugo y las flechas. Símbolo fascista. Allá donde lo veas... ya lo sabes, fascismo. Claro y cristalino, como una señal de Stop, o de peligro. Muy bien, y entonces, esto que sigue, ¿qué es?.

Un yugo..., unas flechas. ¡También es un símbolo fascista!. Hombre, con esa lógica irrefutable es díficil negarlo. El único inconveniente es que este segundo emblema es de finales del siglo XV, no del siglo XX, y es el emblema de los Reyes Católicos: Isabel (representada por las flechas) y Fernando (representado por el yugo). Es un ejemplo fácil de encontrar, pero no muy conocido, de como un símbolo que surgió como representación de una cosa acaba siendo utilizado para representar otra. Los "fachas" se apropiaron del emblema de los Reyes Católicos de manera que la representación original ha quedado prácticamente olvidada, y sólo queda la actual que no creo que tenga nada que ver con lo que pensaban Isabel o Fernando. Porque, para que lo sepáis, los Reyes Católicos no eran fachas, sino católicos. Y yo no soy ni lo uno ni lo otro.

Con la esvástica sucedió algo parecido, pero eso es otra historia.

Una vez hemos visto lo fácil que es tergiversar símbolos, y darles un significado que no tienen, y lo unimos a la constatación de que nuestros símbolos nacionales fueron monopolizados durante largo tiempo por un estado dictatorial, entonces nos damos cuenta de que es lo que ha pasado. Los símbolos que representan a toda una nación, representan a sólo unos pocos. Durante mucho tiempo, ser español implicaba ser de cierta manera y de ninguna otra. Era una definición cerrada y excluyente que se adecuaba bien al deseo de homogeneidad y de seguridad (hace más fácil detectar a quienes se desvían del pensamiento oficial) que cualquier dictadura tiene por naturaleza. La definición de español que nos queda hoy en día, más de 30 años despúes de que desapareciera Franco, ha sobrevivido bastante bien y con pocos cambios al final de la dictadura. Ello es gracias a una minoría importante en número que se adecua bastante bien a la definición de español que había en el regimén, y que por miedo a perder sus señales de identidad apoya ruidosamente el mantenimiento de un concepto de nación trasnochado y obsoleto, puesto que ya no hay dictadura que deba respaldar. Esta minoría - repito, importante en número, pero minoría al fin y al cabo - es la que participa en manifestaciones y grupos no (necesariamente) fascistas. La mayoría, anodina como de costumbre, vemos, oímos, y nos dejamos llevar.

De ahí esa reacción "alérgica" que se ve tantas veces hoy en día hacia nuestros simbolos nacionales. En especial hacia la bandera. Para otras minorías la simbología nacional les recuerda aún al período de opresión. Y a quién no se lo recuerda, por juventud, este es el mensaje que se le transmitepor parte de otros que si fueron oprimidos. Naturalmente, España ya no es un país represivo. Cualquiera tiene plena libertad para poner a parir al gobierno de turno (entre otras cosas), y si no que se lo digan al canal Intereconomía. En estos 30 años se ha avanzado mucho en el camino de las libertades, y todo ello a la sombra de la rojigualda.

Entonces, si vosotros, al igual que yo, estáis convencidos que nuestra nación es una muestra - por imperfecta que sea - de libertad, de derechos, y de las cosas buenas en general. Si pensáis que en este país hay más cosas que nos unen, que las que nos separan. Si deseáis que mostrar la bandera española, aunque sea por miseria como hizó mi hermano, no sea objeto de bronca. Si creéis que las cosas pueden ser diferentes y cambiar a mejor por una vez. En este caso, esta claro que hay que arrebatar los símbolos de nuestra nación de la minoría facciosa que la tiene secuestrada.

La clase media española, en general, ha intentado finalizar este secuestro a lo largo de los últimos 30 años. No le ha sido posible por una serie de factores: crisis económicas, crecimiento económico (demasiado ocupados en ir de compras como para ocuparse de un trapo colorado), heterogeneidad de la clase media, incapacidad de la clase política, etc. Lo que es necesario, es hallar un grupo social, necesariamente minoritario , con una fuerte cohesión e identidad de grupo, de nivel educativo y de renta elevados, y representativo de una forma de pensar no ya moderna, sino puntera, progresista y avanzada. No tienen que estar bien vistos, pero si que tiene que estar mal visto ofender a este grupo social. Son invencibles. Si entregamos nuestros símbolos nacionales a este grupo para que los enarbole como propios, ya nadie tendrá agallas para meterse con la bandera española sin caer en la aparente contradicción de ser calificado de retrogrado y obsoleto. Condenado al olvido.

¿Existe este grupo social?.

Afortunadamente, sí. Son... los homosexuales.

... no estáis leyendo mal. Me refiero a los homosexuales, a los mariquitas, a los gayers. Estoy proponiendo el hacer de la comunidad homosexual masculina española el símbolo de nuestra nación. Me salto aposta a las lesbianas, no por falta de respeto, sino porque como son mujeres aún no se les hace suficiente caso en este país. Lo de la solución al machismo característico nacional lo aportaré en otro post. Por ahora, ya tenemos más que suficiente con solventar nuestro problema de identidad nacional.

No hay más que imaginarselo. Si la bandera española es sinónimo de la comunidad gay, cualquiera que agreda contra ella se revelará indiscutiblemente como un opresor de las minorías, retrogrado... un resto del antiguo regimén. Los nacionalismos locales imperantes en nuestro país quedarían privados repentinamente de su justificación ideológica, y de cualquier apoyo procedente de cualquier país democrático. El precio de que le identifiquen a uno erroneámente con un marica es pequeño comparado con el placer de enarbolar orgullosos nuestra bandera por las calles, sin que haga falta que la selección nacional haya vuelto a ganar la Eurocopa. Vamos, muchachos, sabéis que es una buena idea.

Tenemos que pagar a los maricas, sobornarlos, para que en sus desfiles y fiestas hagan uso masivo de nuestra bandera española. Este es el camino a seguir para poder recuperar nuestro orgullo nacional. Así, la bandera nacional dejará de ondear en manifestaciones convocadas por la iglesia, y por ciertos partidos, al tiempo que la bandera republicana (que nunca ha sido una opción realizable como símbolo) dejará también de ondear en los mitínes convocados por otros partidos. El rojo-amarillo-rojo dejará de ser un juguete de la política y de discusiones varias y será por fin lo que tendría que haber sido desde hace mucho tiempo: algo que nos identifica a todos, no importa si eres homosexual o hetero, si hablas catalán o bable, si eres punk o pijo, nacido aquí o inmigrante regularizado, si eres del Real Madrid o del Barça, si te gustan los toros o si los detestas, si eres creyente, gnóstico, o ateo...

¿Los futuros heróes de la nación española?

Este post ha acabado siendo más largo de lo que pensaba en un comienzo. Es lo que tiene ponerse a escribir: a veces no sabes cuando vas a acabar. Cojes un tema, y este te lleva y te lleva por sitios que no imaginabas al comienzo. Hay bastante coña en muchas de las cosas que he dicho, pero también mucha reflexión. Lo importante es haberos hecho pensar.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Lucha de Titanes


Esta semana ha concluido la que ha sido mi adquisición más larga, complicada y problemática en mi vida. Sentaros, niños y niñas, porque voy a contaros como fue mi proceso de compra del juego Titan, publicado en estos tiempos por la compañía Valley Games.

En Octubre de 2007 fuí doblemente afortunado. Por un lado había recibido el Hannibal: Rome vs. Carthage que había pedido por internet a Valley Games, compañía canadiense de reciente creación - por aquella epóca tenía apenas 1 - 2 años de antigüedad - cuya intención declarada era reimprimir algunos de los mayores clásicos de los juegos de mesa con calidades excepcionales. Por otro lado, también era afortunado porque había recibido el juego muy pronto: conocía otros dos casos y uno recibió el juego en Enero de 2008, y el otro en Mayo del mismo año. Ambos tras mucho protestarle a la compañía. En la página www.boardgamegeek.com otras personas postearon sus problemas de retrasos con la compañía. Sin embargo, yo quedé tan satisfecho que, el 29 de abril de 2008, me apunté a la lista de "preorder" de Titan e instantáneamente apoquiné 70,97$ (46€ al cambio).

La fecha inicialmente prevista para completar el juego e iniciar su envío era julio de ese mismo año. Desafortunadamente, durante el verano VG comenzó a publicar mensajes por los cuales, el envío se retrasaba cada vez unas semanas más. Era duro. En ocasiones pensaba que la compañía iba a palmar, y mi dinero con ella. Finalmente, en noviembre los primeros posts de gente recibiendo el juego comenzaron a aparecer en la BGG, y un poco más tarde veía algunos ejemplares del juego en algunas tiendas de Madrid. Comencé a mirar en mi buzón insistentemente, por si me llegaba un aviso para recoger un paquete en correos.

Pasaron los meses. A mediados de enero de 2009 pensé que ya había esperado suficiente, y se me ocurrió hacer dos cosas. La primera mirar en la propia página de VG para consultar el estado de mi pedido. Ponía "pendiente" (pending). Después, envié un correo a la compañía pidiéndoles que pusiesen en movimiento mi pedido. No recibí ninguna contestación, pero a los pocos días el estado de mi pedido cambió a "enviado" (shipped). Una vez más, volví a sentarme y a esperar, inspeccionando el interior de mi buzón un día si, y el siguiente también.

Hacía abril decidí de nuevo que había esperado suficiente. Me pusé una vez más en contacto con Valley Games por correo electrónico. El 30 de abril se me informó que no sabían que no había recibido el juego, y que se pondrían en contacto con la compañía de mensajería de Alemania que llevaba la distribución en Europa. Volví a aguardar una contestación, y cuando no recibí ninguna, remití otro mensaje (o un par más, no me acuerdo) pidiendo información. Finalmente, el 9 de julio, me contestaron que la empresa de distribución no respondía a sus preguntas
(!?) y me ofrecían devolverme mi dinero. Si eran incapaces de enviarme mi juego... ¿qué otra opción me quedaba?. Acepté la devolución del dinero y pregunté como pensaban realizarla.

"¿Tienes una cuenta en paypal a la que pueda enviarte el dinero?" me preguntó Torben Sherwood, el firmante de todos los correos que recibía de VG, y encargado del departamente de ateción del cliente. En el mismo mensaje me aseguraba que me podría devolver el dinero inmediatamente si tenía una cuenta en paypal. Era el 21 de julio de 2009.

Les contesté afirmativamente y les dí la información de mi cuenta.

Como al cabo de una semana, el dinero seguía sin aparecer, volví a darles información de mi cuenta e insistirles.

Pasada otra semana, insistí más.

Y otra semana.

Y otra semana...

Llegó septiembre, y yo seguía sin ver un duro. Había enviado ya 7 u 8 mensajes a Valley Games repitiendo en todos ellos los datos de mi cuenta paypal e insistiendo en que ya había aguardado suficiente (18 meses desde que había hecho el pedido) para resolver este tema. No tenía una sola respuesta. Aquello olía francamente mal. Me sentía cabreado y deprimido por la impresión de haber sido estafado. Entre tanto, VG anunciaba el 25 de agosto retrasos con su edición de Republic of Rome y ofrecía un reembolso a quienes lo pidieran. Esto me cabreo aún más. ¿Cómo podían ofrecer un reembolso a esa gente, si no me reembolsaban mi importe a mí, que llevaba meses esperando?. Envié un último mensaje más en septiembre a Valley Games y esperé una semana más. Era la última oportunidad que les daba antes de dar otro paso más, aunque nunca les advertí de lo que iba a hacer si no resolvían o daban alguna contestación a mí demanda, ni jamás - repito, jamás - les amenacé en modo alguno.

El 12 de septiembre, finalmente, dí el paso que llevaba bastante tiempo demorando, aunque lo había estado considerando desde hacía muchos meses antes: me dí de alta un usuario en
www.boardgamegeek.com (el mayor foro mundial de juegos de mesa) y abrí un hilo con el título "Cheated by Valley Games" (Engañado por Valley Games). Con dos cojones. No tenía ni mi dinero, ni mi juego. ¿Qué más podía perder?.

No voy a decir que fuera un terremoto que conmoviera los cimientos del mundillo, ni nada parecido. Lo postee precisamente en un fin de semana y a una hora para que los norteamericanos - que son los principales participantes de BGG - se tomasen el desayuno del sábado con mi hilo bien visible en la sección de Game Forums. El hilo recibió cierta atención y unas veintipico aportaciones. La inmensa mayoría eran muestras de apoyo a mí, y desaprobación a la compañía. También hubo posts de miembros de BGG que pedían comprensión por las dificultades de la compañía, "objetividad" en las críticas, y que se detuviese el "apaleamiento" (bashing). Lo más fuerte fue el comentario de un miembro de que "alguien tenía que pagar por los errores", y no se refería a la empresa. El 14 de septiembre posteé una contestación adecuada a estos incondicionales de Valley Games, no fuera a ser que creciesen en número. De todas formas, la compañía ya tenía un historial previo de posts e hilos con quejas varias. También me moví un poco más y posteé en otros foros de juegos que VG estaba sacando, para advertir de mi caso. Nada demasiado dramático. No era, ni es, mi intención hundir a Valley Games. Tan sólo quería recuperar lo que es mío.

Justo ese día, aunque algo más tarde, mi cuenta de paypal recibió 70,97$ de Valley Games. No me dí cuenta hasta que pudé volver a acceder a Internet el 16 de septiembre. Posteé inmediatamente en BGG la resolución satisfactoria de la incidencia. Era un mensaje de tono contenido, aunque me encontraba de un ánimo exhultante, como podréis imaginaros. Más tarde, y a sugerencia de uno de los participantes del hilo, cambié el título original por "Trouble with Valley Games". Menos fuerte, pero aún así fiel a la verdad.

Tras todo lo sucedido, se impone un momento de reflexión. Cuando hace una semana posteaba en BGG ya lo había dado todo por perdido. Posteando no esperaba recuperar mi dinero, ni ventear en público frustación alguna. Simplemente, lo que me habían hecho era injusto. La única forma de conciliar mi forma de entender el mundo que me rodea con lo que me había sucedido en mis tratos con VG era enderezar de nuevo la justicia dando a conocer a terceros lo sucedido. Conciliado con la idea de haber perdido mi dinero, lo justo es que no les saliera gratis, que la compañía tuviera que dar algo a cambio de ese dinero. Otra reflexión que seguramente se os habrá ocurrido antes que esta, lo mismo que a mí, es la del poder de internet como medio de presión. Cuando iniciaba esta entrada pensaba incluir ciertas conclusiones mías al respecto, basadas en esta experiencia. Sin embargo, no voy a alargar mucho más este artículo. Estas ideas mías se desvían ya algo del tema que he comentado hoy aquí y es más justo ponerlas en otra entrada aparte... , alguna vez. De momento, conformaros con este artículo que leí al día siguiente de constatar mi triunfo. Lo expresado en él coincide en gran medida con la experiencia que he sacado de todo esto.

¡Ah!. ¡El juego!. ¡Es cierto!. Entre tanto tira y afloja durante meses con la compañía canadiense casi se me había olvidado el motivo primero de mis desvelos. Bien, bueno, al día siguiente de ver que tenía la pasta en la cuenta - el 17 de septiembre - me bajé a una tienda de Madrid y adquirí finalmente una copia de Titan. Me salió algo más caro (9€) de lo que inicialmente había pagado cuando preordené el juego. Pero si hubiera sabido todo lo que iba a suceder me hubiera esperado a que el juego llegase a las tiendas de todos modos, pagando el dinero que finalmente he soltado. La resolución de este tema fue equivalente a volver 18 meses hacía atrás en el tiempo para tomar la decisión correcta. Aquel mismo día abrí la caja e inspeccioné los componentes. Ahora sólo me queda jugar. Hasta entonces, mantenganse atentos a este blog.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Conquest of the Empire, primeras impresiones.



Hace pocos días he echado una partida al Conquest of the Empire, juego editado por Eagle Games y que está ambientado en el Imperio Romano. El manual contiene reglas para juego básico estilo "Risk", y las avanzadas que fueron las que utilizamos. Me habían contado que este juego avanzado era muy parecido al Struggle of Empires y he de decir que es totalmente cierto. En lugar de 3 guerras hay 4-5 (a elección), las rondas por guerra son 4-5 en lugar de 5-6 del Struggle. El sistema de subasta de alianzas es idéntico. Existe Unrest como en el Struggle y tiene efectos casi iguales. El sistema de puntuación es casi idéntico. Y el sistema de movimiento naval es parecido. También hay desarrollos, sólo que en lugar de ser fichas son cartas, lo cual me parece una mejora.

¿Con cuál me quedaría?. No lo dudé mucho mientras jugaba: prefiero el Struggle of Empires.

En el Struggle, cuando atacas a un jugador en una zona con influencia suya, al ganarle te llevas esa influencia. En el CoE tienes que 1º) moverte hasta donde está; 2º) atacarle y matarle TODAS las piezas; 3º) pagar para cambiar 1 ó hasta 2 de sus influencias. Eso son 3 acciones para conseguir algo que en el SoE te cuesta 2. En el CoE cada acción es más "costosa" porque hay 2 acciones menos por guerra que en el SoE. Además, el eliminar/ahuyentar a todas las piezas enemigas únicamente sirve para que los que sean aliados tuyos se aprovechen y pasen por la provincia para seguir comprando las influencias enemigas que queden sin tener que arriesgarse a un combate por ellas. Para añadir más sal a la herida, el combate - cuyo sistema de resolución no dejó totalmente satisfecho a nadie - tiene un desgaste muy alto tanto para el atacante como para el defensor.

Hay otra cosa que me molesta del CoE, y son los componentes del juego. El tablero es uno de esos superextensos mapas de Eagle Games, todo lujo, al cual calculo que le sobra como 5cm. de cada borde. Espacio en el que se hubiera podido imprimir información útil como los costes de cada unidad. Un tablero más pequeño puede ser menos espectacular, pero cabe más fácilmente en más de esas mesas que uno se encuentra por ahí. Lo peor de todo es que ni con un tablero tan grande tiene uno espacio en él para poner todas sus unidades. La culpa no la tiene el tablero, sino las fichas: son figuritas de plástico. En el SoE era muy fácil apilar las piezas, inspeccionar la pila, etc. En esta partida Sicilia era increiblemente pequeña para toda la cantidad de fichas que podía llegar a tener encima. Las figuritas de plástico son muy chulas, pero la pérdida de funcionalidad es tan grande que no compensa. En esta partida de CoE pudé comprender por fin porque en el SoE el mapa de Europa es tan desproporcionado en tamaño respecto a las colonias.

Una cosa que me gusta más del SoE es el sistema de los desarrollos. En el SoE todos los desarrollos están disponibles desde el inicio de la partida. En el CoE van saliendo paulatinamente - se sacan "al mercado" el doble de desarrollos que número de jugadores haya -. La elección es más amplia en el SoE, las estrategias disponibles desde un inicio, también. Esto último, sin embargo, es mera preferencia mía. Comprendo que haya gente que prefiera tener restringidas sus opciones para no caer en el "análisis-parálisis" que puede ser uno de los mayores quebraderos de cabeza en el SoE (sobre todo, si juegas con cierto tipo especial de personas). De las cosas buenas que he encontrado:
- Me atrae el modelo de reclutamiento de fuerzas.
- Los generales, que sirven para mover, reclutar, y comprar influencias. Este sistema le da más profundidad al juego.
- Las cartas de desarrollo, sobre todo las de voto senatorial, podían llegar a ser bastante interesantes.

Todavía no sé que pensar de las cartas de voto senatorial. Son muy potentes, pero como se pueden perder mediante votaciones, no me parece un problema tan serio. Lo que me preocupa es la regla por la cual el jugador con más influencia en Italia se lleva siempre una carta de senador del ganador de cada votación. Como no cuesta nada de nada convocar votaciones, me preocupa que, en cuanto un jugador tiene predominio en Italia se dedique a convocar votaciones indiscriminadamente para a) llevarse todas las cartas de voto senatorial, b) vaciar a los demás jugadores de cartas de senador.

Mi valoración del CoE no es negativa en sí. Es un buen juego. Tan sólo ha tenido el infortunio de que me cruzase antes con el SoE, y en la comparación saliese perdiendo. Otra cosa a tener en cuenta es el coste económico. No pongo en duda que con el CoE recibes por cada euro mayor calidad que por cada euro invertido en el SoE, que tiene un tablero pequeño fichas de cartón (grueso) y colores estridentes. El problema es que para comenzar con el CoE tienes que apoquinar 60€ frente a 35€ del SoE (he sacado los precios de www.masqueoca.com). Para dos juegos que al final son tan parecidos en el fondo - que no en la forma - la verdad es que es para pensarte si vale la pena gastarte tanto más de dinero en espacio de tablero que no se usa, y fichas de plástico engorrosas.