viernes, 29 de octubre de 2021

The Liberator

En los medios audiovisuales he observado tres categorías en lo que a producciones que toman como base hechos reales. Primero están los inspirados en (inspired by) hechos reales, que toman la realidad y hacen con ella lo que les sale de los putos cojones la emplean como trasfondo de una historia inventada. Segundo están los basados en (based on) hechos reales, que en general siguen lo que sucedió en realidad pero pasándosela por el forro de la entrepierna tomándose libertades con la misma e inventándose alguna que otra cosa por interés dramático. Es que la verdad pura es muy aburrida, amigos. En tercer y último lugar están la reconstrucciones de los hechos, que habitualmente se pueden hallar en documentales y en los que las escenas suelen estar muy acompañadas de comentarios en off de un narrador, sin los cuales no se entendería un pijo de lo que se nos muestra. Estas últimas son en principio las más fidedignas con la realidad, aunque las reconstrucciones se pueden hacer con sesgo según convenga o sea, que se mean en la realidad.


The Liberator es una miniserie de cuatro episodios de Netflix que cae dentro de la segunda categoría, y que nos muestra las andanzas de un grupo de soldados estadounidenses de infantería bastante normalillos en el teatro europeo de la Segunda Guerra Mundial. Ahora mismo no me acuerdo ni a que división pertenecían, pero no eran ni paracas, ni rangers, ni comandos, ni nada parecido. Infantería corriente y moliente de toda la vida.


La serie hace un esfuerzo por presentarnos a estos soldados como especiales en el sentido en que procedían de capas sociales desfavorecidas del medio oeste de los E.E.U.U., y ello les sirve de nexo de unión. El resto de soldados de su propio país los desprecian, pero capítulo a capítulo irán demostrando su valía en combate y ganándose el respeto del estamento militar. Su historia se va contando desde la perspectiva de Felix Sparks, su comandante y protagonista de esta serie.


Es una historia bélica bastante estándar cuya principal novedad es el formato audiovisual. Este consiste en tomas reales de los actores coloreadas e integradas en un fondo más o menos animado, al estilo que ya inició Bakshi con su Señor de los Anillos.


Así que los actores, su vestimenta y attrezzo son reales, pero el tanque que se ve tras ellos es un dibujo. A diferencia de Bakshi, para quien la técnica era novedosa y no estaba desarrollada, aquí lo hacen bien. A alguno le puede fastidiar el realismo, pero yo considero el formato como algo necesario y hasta bueno, como ya explicaré más adelante.


A lo largo de los cuatro episodios nuestros aguerridos soldados inician sus peripecias en Salerno, en Italia, luego van a Anzio. Después al sur de Francia, los Vosgos, y entran en Alemania. Pasan por muchos momentos duros, pasan por unos pocos momentos cómicos, pasan juntos por muchas cosas. Crecen como personas y soldados, y la serie es buena transmitiendo la sensación de camaradería que se desarrolla entre ellos.


Me llamó la atención que en esta narración bélica se dedicasen algunas escenas al enemigo: los alemanes. Especialmente en el tercer capítulo se puede decir que son coprotagonistas. A mi me gustó este enfoque. En las películas bélicas es muy habitual deshumanizar al oponente. Aparte de faltar a la realidad es algo que ya está muy visto. En esta serie además lo hacen bien.


Como en la serie que inicia la anterior entrada de este blog, esta no es para que veas con tu parienta. Hay poca participación femenina. La serie es tan corta que tan sólo se nos muestran situaciones de combate o derivadas de los combates (hospital, consejo de guerra...) , y prácticamente casi ninguna de relax en la retaguardia en la que los soldados puedan interactuar con civiles. Es otra decisión de guion con la que estoy de acuerdo.


The Liberator es, en resumen, una breve serie del género bélico que se deja ver y deja buen sabor al final. La procedencia variopinta y marginal de los componentes de la unidad militar que seguimos se recalca tal vez de forma un poco exagerada al principio para acentuar eso de la inclusividad que está tan de moda hoy en día, pero si es verídico tampoco es malo. Al final, The Liberator es una historia de compañerismo en medio de la adversidad. Ese es el mayor aliciente para verla.


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Alguno que ya haya visto la serie se estará preguntando ahora si cuando yo la ví no noté ese enorme elefante en la habitación. Pues sí. Me di cuenta también. Para los que no la han visto, allá va. No creo que este desentrañando la trama de la serie: en el primer capítulo nuestros héroes noquean un tanque alemán medio (un Mark III) con un tiro de un mortero portátil de (yo diría) unos 50mm.  Para los que no sepáis de temas militares esto os sonará a chino. Para los grognards y frikis de la historia militar esto es anatema. Para que los legos en la materia militar se hagan una idea, eso como si hicieran una serie de cuatro capítulos sobre la vida de Jesucristo y ésta en general siguiera de forma fiel lo que aparece en los Evangelios salvo por un momento en el primer capítulo en el que Jesús aparece follándose a la virgen María. O, por buscar otro símil, es como si a la comunidad musulmana...


... en fin, que cada uno tiene sus sensibilidades (por cierto, que no he podido encontrar ninguna imagen ni dibujo de Jesús fornicando con María, y eso que he mirado muchas páginas que parecía que podrían albergar semejante contenido).


El caso es que la posibilidad de que un morterazo de 50mm. deje fuera de combate y ardiendo a un tanque de veintipico toneladas es prácticamente ridícula. El mortero es un arma contra infantería cuyo proyectil suelta bastante metralla pero carece de capacidad de penetrar en un blindaje. Tal vez pueda causar cierta conmoción a la tripulación del blindado y mucho ruido dentro de este, pero aparte de eso lo único que va a lograr es rallar la pintura. Además, el mortero hace disparo parabólico. El proyectil sube muy alto y luego cae casi en vertical. Es muy fastidiado acertar de esa forma a un blanco móvil y que ocupa un área relativamente pequeña como un tanque. Cuando disparas a un tanque lo que quieres es un arma de fuego directo en la que el proyectil viaja en línea más o menos recta desde tu arma hasta el vehículo. 


Y lo peor es que no hacía falta cometer este fallo porque históricamente en el lugar y momento del episodio (Salerno, Italia, otoño de 1943) los americanos disponían en abundancia de un arma portátil antitanque: el bazooka. La única explicación que se me ocurre es que el consejero de historia militar de la serie (si lo tienen) se pillo libre el día que rodaron esa escena.


¿Y sabéis qué? Pues que no importa. Aunque muy gordo, es el único fallo que pude detectar en la serie. Claro, que habrá entendidos que podrán indicar otros 30 errores más. Que si las hebillas de los uniformes no eran las reglamentarias, que si el modelo de rifle es de tropas paracaídistas y no de la infantería del ejército... Detalles. Lo que importa realmente es la historia, y ya he escrito más arriba que The Liberator logra contar una historia interesante, amena, y hasta edificante. Si hubieran estado cometiendo fallos así a porrón en cada uno de los cuatro capítulos de la serie, a mi también me hubiera echado a perder la historia porque me hubiera sido imposible sumergirme en la realidad que proponía. Pero tan sólo cometen ese fallo una vez.


Más allá de si gusta o no, pienso que The Liberator puede indicarnos el futuro de producciones audiovisuales basadas en la Historia en general, y en la historia militar en concreto. Hacer películas históricas y bélicas es muy fastidiado. La mayor parte de las superproducciones - desde antiguallas como La Batalla de Inglaterra, Tora! Tora! Tora!, y Un Puente demasiado Lejano hasta producciones más modernas como Pearl Harbor o Midway - terminan siendo unos fracasos comerciales bastante caros. A pesar de éxitos como Salvar al soldado Ryan y la serie Hermanos de Sangre el listado de fallos pesa más en la mente de quienes tienen que poner su pasta para sacar estas producciones adelante. Una importante virtud de The Liberator es que parece ser bastante económica tanto por su brevedad como por el formato audiovisual empleado, que ahorra en caros elementos de attrezzo bélico como tanques o piezas de artillería. Considero que este puede ser la forma en que más series y películas con ambientación histórica pueden ver la luz, y que el subgénero fílmico no desaparezca como ya lo hicieron los musicales.


martes, 12 de octubre de 2021

Tokyo Trial, Churchill, y la rendición de Japón

Cuando dispones del lujo de una cuenta de Netflix, pasas más tiempo mirando su extenso catálogo que las series y películas que este propone. En esta ardua tarea me encontraba yo este verano cuando de entre todo el menú me llamó la atención Tokyo Trial. Lo que más me atrajo fue el tema. Es una serie de cuatro episodios de 40 y pico minutos cada uno acerca del Juicio Internacional de Tokyo a la cúpula que había dirigido Japón antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Este juicio ha quedado siempre a la sombra del de Nüremberg porque no tenemos algo equivalente al Holocausto que achacarles a los japoneses - aunque hicieron mucho el bestia - y porque no somos eurocéntricos ni racistas ni nada.


Con este tema es una serie que va a atraer mucho a esos pedantes de la historia que somos los grognards del juego de guerra. Pero por favor, no intentéis verla con vuestras parejas. En el plano dramático es una serie aburrida de 3 horas de gente hablando y hablando entre si sentados o mientras pasean. Un aficionado a la historia como yo podía seguir las conversaciones y lo que decían tenía sentido. Pero el televidente medio (sobre todo español) se va a perder y aburrir a los cinco minutos. Una excepción la puede constituir es el televidente medio nipón, más informado del contexto histórico. No en vano esta serie fue coproducida y aireada por vez primera (en 2017) por la televisión nacional japonesa, NHK.


Con la premisa de que te interesa el tema y tienes conocimientos previos del mismo, ¿cómo es la serie?. Pues muy tranquila. Ya he dicho que es una sucesión de charlas entre personas, todas ellas muy civilizadas y que no levantan apenas la voz. Hay algo de tensión sexual entre el juez holandés - que podemos decir que es el protagonista - y una alemana, pero no llega nunca a cristalizar en romance y a mi me da que se lo inventaron y lo encasquetaron en el guion para que no resultase tan monótono.


Más allá de eso la serie hace hincapié en las desavenencias entre los miembros del tribunal, que finalmente quedaron reflejadas por escrito en la sentencia. Asoma la cuestión de porque no sentar como acusado al propio Emperador Hirohito, pero el general MacArthur (interpretado por Michael Ironside, la cara más conocida del reparto para el público español) la entierra por sus santos cojones. Me llama la atención que los propios japoneses sean casi invisibles en la serie, salvo por un personaje que mantiene charlas con el protagonista. De entre el resto de personajes destaca el juez indio por mantener una posición bastante discordante con la mayoría del tribunal. Hay algo de conspiración cuando varios jueces occidentales - liderados por el británico - se unen para suprimir esta disidencia. Hacia el cuarto y último capítulo la tensión dramática aumenta un poco a medida que se acerca el momento de la sentencia. 


Los cuatro capítulos de la serie no transmiten bien los dos años y medios que duró el proceso. Entre una escena y otra pueden haber pasado muchos meses, pero salvo algún subtítulo ocasional que nos recuerda la fecha es prácticamente imposible darse cuenta y uno tiene la impresión de que todo aquello se resolvió en cuestión de unas pocas semanas. Los personajes y su entorno permanecen inmutables, y la serie prefiere no cargarnos con el procedimiento legal y las vistas del juicio, salvo por algunas escenas que integran bien a los actores de la serie dentro de metraje original de la época. Es una serie que se deja ver bien por un público reducido con interés y conocimientos del tema. Dado su tono reposado la recomiendo especialmente para ver de noche, antes de meterse en el sobre.


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Y la serie sobre el juicio al gobierno de un Japón tras su rendición me lleva a Churchill, el juego que trata acerca de los aliados posicionándose para una rendición de Japón y sus aliados del Eje. Tras haberlo pasado por alto de forma bastante consciente, por fin lo he jugado hace unas pocas semanas. Así que tan sólo he jugado una única partida y meramente puedo transmitir unas impresiones y no una reseña en firme. Pero he pensado que no estaría de más, dado que el interés por este juego ha resurgido  por estos lares tras su reciente edición en español por Devir.


He de confesar que estaba predispuesto contra el juego, y que mantengo esa actitud tras haberlo jugado. Y ello por una cuestión fundamental que constituye la base del juego. La acción central del mismo son las conferencias interaliadas que servían a los tres grandes - Gran Bretaña, Estados Unidos, y Unión Soviética - para coordinarse en la derrota del Eje y acordar de manera aproximada como quedaría el mapa mundial tras dicha derrota. El juego parece transmitir la sensación de que el ritmo de la guerra se marcaba como consecuencia de las decisiones tomadas en estas conferencias, cuando mi opinión es justo la opuesta: era el curso de la guerra el que definía las agendas, el peso negociador de cada bando, y las decisiones que se tomaban en dichas conferencias.


La partida la jugamos a tres en el Club Dragon. Yo hacía de soviético. Tan sólo el propietario del juego se había leído las reglas, pero creo que un punto a favor de este juego es que es lo suficientemente sencillo como para poder explicarse en mesa sin muchos problemas. Aún así, posiblemente hicimos algo mal. Concretamente, me temo que no aplicamos bien las ofensivas dirigidas.


Jugamos el escenario "de torneo" de 5 turnos. Estoy firmemente convencido que es el que se puede jugar de forma decente. El de 3 turnos es demasiado corto como para construir una estrategia viable que no dependa demasiado de la suerte. Y con el de 10 turnos aflora un problema serio de este juego. Las conferencias son todas un rato iguales.


Históricamente hubo tres grandes conferencias: Teherán, Yalta, y Potsdam. Y aparte de eso hubo otras conferencias menores, la mayor parte de ellas bilaterales entre americanos y británicos. Como se mueve a conferencia por Turno, Churchill te incluye esas conferencias menores como relleno entre las conferencias importantes para así lograr el número deseado de turnos. Lo que sucede es que todas las conferencias emplean el mismo sistema, y en cada conferencia se hace tabla rasa y se comienza sin tener en cuenta las decisiones de la conferencia anterior. Por ejemplo, si en una conferencia yo soviético he conseguido apoyo industrial americano, para la siguiente conferencia ese apoyo se ha esfumado y tengo que volver a pelear por conseguirlo. Y así una conferencia tras otra. Hacer esto 5 veces ya cansa algo, hacerlo 10 veces hace que se me giren los ojos hacía arriba.


En términos de juego resulta monótono. En términos de recreación histórica es un desastre. Cuando en una de estas conferencias se lograba un acuerdo por algo, este acuerdo era duradero. Si el asunto volvía a tratarse en una conferencia posterior, se hacía desde las posiciones en las que había quedado la discusión en la conferencia anterior, no se volvía otra vez a tratar el tema desde cero. Si el soviético en una conferencia lograba apoyo industrial aliado para sus ofensivas esgrimiendo una serie de razones, no tenía que repetir los mismos argumentos en las siguientes conferencias. Pero el juego te pone a hacer justo eso, una y otra vez. Es tan emocionante como ser un hamster en una jaula dándole vueltas a una rueda.


Creo que el juego podría haberse beneficiado de diferenciar entre las conferencias. Tener 3 conferencias principales en las que se deciden asuntos que quedan zanjados para el resto del juego o hasta que se consigue algún objetivo militar, y el resto de conferencias están ahí para preparar tus posiciones con vistas a esas conferencias importantes, jugando con la anticipación a medida que se aproxima la siguiente gran conferencia. En ese caso si que vería viable el juego de 10 turnos. Hay varios juegos que funcionan así. Se me viene a la cabeza Die Macher, en el que cada ronda es una elección de un Land, pero no todos los Länder son igual de relevantes electoralmente, de manera que cuando te toca una elección por un Land menos importante te reservas y preparas para darlo todo en la elección del Land gordo que ya se ve a dos turnos vista. Esto crea una narrativa distintiva con altos y bajos de emoción, y que hace que la partida sea recordable y memorable.


La emoción es el fruto de la anticipación, queridos niños.


Pero volvamos a nuestra partida. La única que he jugado hasta ahora, os recuerdo. Tras jugar 4 de las 5 conferencias y sufrir un boicot bastante gordo en la 4ª conferencia, antes de comenzar la 5ª y última me planto ante mis aliados-adversarios y les señalo que no hemos derrotado a ninguna de las dos potencias del Eje (Japón y Alemania) y que soy el único que tiene sus fuerzas a distancia para evitar que Hitler se quede tan pancho en Berlin poniendo a Eva Braun a veinte uñas. La conferencia que siguió (la "de Potsdam" cuando en Potsdam todavía ondeaba la esvástica 😛) fue un paseo para mi. Pues aunque se la llevó el americano (que se anotó con esta 3 de 5 conferencias, frente a 1 para cada uno de los británicos y soviéticos), los asuntos disputados resultaron en muchos apoyos con los que los aliados occidentales regaron el frente este. De esta forma pude arrasar lo que me quedaba hasta Berlin y la guerra terminó con Japón todavía sin rendirse, en un detalle que me gustó y del que tengo que comentar más cosas.


Ya dije que no me había mirado las reglas, y mis contrincantes tampoco estaban muy enterados con detalle sobre como se hacía la puntuación de final de partida. Pienso que esta es la forma en la que hay que jugar a Churchill. Así lo digo: jugad a Churchill sin haberos leído las reglas de puntuación y condiciones de victoria. Entiendo que de esa forma se fomenta que los jugadores se concentren en derrotar al Eje primero, y luego ya se verá quien ha ganado. Esto vale para las primeras 2-3 partidas. Tras eso el grupo de juego que tengáis estará ya más al tanto y empezarán a echar cuentas, llegando fácilmente a sabotear los esfuerzos bélicos del aliado que está ganando en cada turno. Y en este momento el realismo histórico de Churchill se tira por un acantilado...

En nuestra partida gané yo, y en gran medida por el arrase de fin de turno en el frente oriental. Si para algo ha servido esta partida ha sido para reivindicarme en mi opinión de más arriba de que el devenir de la guerra influía en las conferencias más de lo que estas influían en el curso de la guerra. También me transmitió una cierta sensación de futilidad de todo el tinglado de las conferencias con sus cartas, sus asuntos en discusión, etc. Nos habíamos tirado cuatro turnos contemporizando por migajas, que si me llevo este Pol/Mil, que si me llevo aquella Industria... y al final fue coger y emplear algo de labia y diplomacia - señalando algo obvio y verdadero - para decidir la guerra (en Europa, al menos) y la victoria de la partida. 


A ver. He oído y leído que hay personas que han disfrutado mucho de este juego "roleándolo", metiéndose en el papel de Stalin, Roosevelt y Churchill y comportándose de forma más o menos coherente con la historia. Creo que esto es algo perfectamente posible con este juego, y mi recomendación de jugarlo sin tener ni idea de las condiciones de victoria va en esa dirección. Pero ese crédito le corresponde a los jugadores y no al juego. No nos confundamos.


Con una partida jugada y abierto a echar más, Churchill es para mí un juego que adolece de serios problemas de ritmo (todas las conferencias son más o menos iguales) y de final de partida (por las condiciones de victoria). Probablemente ambos inconvenientes son salvables con algunos cambios, y confió que aquellos que están diseñando juegos con este sistema son conscientes de ellos y están dando pasos en esa dirección.


El juego tiene algunos detallitos con las personalidades de las cartas de personajes que intervienen en las conferencias, pero pienso que la emoción de este cromo histórico se pierde tras una o dos partidas porque el juego que hay detrás de esos detalles no es lo bastante sólido. En mi partida 2 cartas mías se fueron para Siberia, y para mí eso tan sólo quería decir que mi mazo tenía 19 cartas en lugar de 21. Además, gané sin haber hecho uso nunca de la habilidad soviética del Net!. Otra prueba de que lo de las conferencias son "humo y espejos".


Es también posible que la mayoría del público estemos jugando Churchill al revés de como debería jugarse. Es un juego que dedica tanto tiempo y reglas a las conferencias y hace de estas el evento principal, que parece natural que los jugadores se esfuercen en ganarlas una a una, llevándose a su lado de la mesa cuantos más asuntos mejor, sin dedicar tiempo a pensar para que quieren decidir sobre esos asuntos. Tal vez, mientras juegas haya que preguntarse: ¿Cuál es la visión de conjunto (the big picture)? ; ¿Cómo contribuye este asunto a concluir esta guerra?. Y no sólo eso, sino además formular estas preguntas en voz alta a los otros jugadores, y abrir una negociación en la que estás dispuesto a ceder en algo para obtener algo a cambio. Las conferencias no son importantes, es importante la negociación directa entre los jugadores y las conferencias son meramente un mecanismo para aplicar lo que los jugadores han acordado verbalmente. Nosotros en nuestra partida casi no hablamos ni negociamos, y estuvimos a punto de perder la guerra por ello. Tengo la impresión de que este será el resultado de muchas partidas con este juego. A nosotros tan sólo nos salvo mi intervención directa. Otro mundo es posible, y otra forma de jugar a Churchill también. Y eso es lo que me permite mantener abierta una puerta a la esperanza para este juego.


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Una sorpresa final muy grata que para mí si que albergaba Churchill fueron las condiciones para la rendición japonesa. Han de cumplirse 3 condiciones:

  • Que la Bomba Atómica esté desarrollada.
  • Que los Aliados Occidentales hayan conquistado un espacio marcado como "B-29" desde el cuál es factible desplegar el mencionado artefacto.
  • Que la Unión Soviética haya ocupado Manchuria. lo que previamente necesita de una declaración de guerra de la potencia comunista al imperio del sol naciente.

En nuestra partida no se cumplió está última condición, y Japón se mantenía aún beligerante al acabar la partida. Imagino que ello se traduciría en que los nipones conseguían una paz en unas condiciones bastante favorables.


No sé si Mark Herman diseñó este aspecto del reglamento simplemente para equilibrar el juego y que la pista que lleva desde la URSS hasta Japón tuviera algún uso, o si realmente piensa lo mismo que yo acerca de este tema. Si soy de la opinión de que en este punto ha clavado el realismo histórico. Y es que hay un mito histórico de la Segunda Guerra Mundial que lleva perdurando durante décadas: que las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki fueron la razón para que Japón se rindiera.


Comencé a pensar de esta forma tras leer el libro Retribution de Max Hastings, que relata los últimos 12 meses de la guerra en el Pacífico. Recuerda la importancia de la declaración de guerra soviética, pero no la hace la causa más importante de la capitulación como yo propongo. También hay que resaltar que Hastings es periodista de profesión, y no historiador. El canal de Youtube Military History not Visualized también apunta cosas en esta dirección (la disposición de los militares japoneses a resistir a pesar de las bombas atómicas, el terrible dilema de los aliados en su proyectada invasión de la metrópoli japonesa, la intención de Stalin de llevar a cabo una invasión del mismo Japón...). Pero de nuevo se trata de historia amateur.


¡Ojo! No estoy diciendo que las bombas atómicas no contribuyeran nada a la rendición nipona. Indudablemente el que empiecen a convertir tus ciudades en pilas de cenizas radioactivas es un aliciente para darlo todo en una mesa de negociación. Pero algo en esa narrativa no tiene sentido. Los E.E.U.U. ya llevaban meses haciendo que una ciudad japonesa tras otra se desintegrase en un mar de llamas. Cientos de miles de japoneses, civiles la inmensa mayoría, murieron en esos bombardeos. Cientos de miles más resultaron heridos, y millones se quedaron sin hogar. Y aún así el gabinete japonés no parecía dispuesto a ceder como no fuera en unas condiciones ventajosas. Hasta tal punto estaban decididos a extraer dichas condiciones que estaban preparando a la población en general para plantarle cara con todo lo que tuvieran (incluidas lanzas de bambú) a la previsible invasión aliada de la metropoli nipona sin importar la cantidad de muertos civiles de dicho proceder. Y ello en un cálculo muy medido de cuantas bajas aliadas costaría traer a los aliados en términos que el gobierno japonés encontrase satisfactorios. Esta amenaza resultaba bastante creíble dado el comportamiento suicida de la población civil japonesa en lugares ya  invadidos por los aliados, como las Islas Marianas y Okinawa.


Cierto es que, tras la conferencia de Potsdam, el gobierno japonés hizo un intento de negociación... utilizando como intermediario a la Unión Soviética. No conozco un símil histórico mejor para el cuento en el que Caperucita Roja intercambia unas amables palabras con el Lobo. Su único intermediario válido - una gran potencia frente a las otras grandes potencias - era quien mayores incentivos tenía para sabotear una negociación. Pero es que incluso si Stalin hubiera obrado de buena fe los aliados reclamaban rendición incondicional, y el gobierno seguía prefiriendo la muerte de millones de ciudadanos nipones antes que eso.


El 6 de agosto de 1945 los americanos arrojaron una bomba atómica sobre Hiroshima, incinerándola y causando decenas de miles de muertos. Tres días más tarde la amenaza nuclear fue recalcada con otro artefacto sobre la ciudad de Nagasaki. Para nuestra mentalidad moderna, occidental y habituada a gobiernos más o menos democráticos el bombardeo nuclear de ciudades es de por sí bastante horrible como para explicar la subsiguiente capitulación nipona el 15 de agosto. Pero olvidamos que en aquella época Japón no estaba regido por una democracia y que su cultura no es la nuestra y, por lo tanto, valoran la vida humana de manera diferente. No podemos aplicar nuestros criterios a sus decisiones, es un error muy frecuente.


Las bombas atómicas cambiaron algo la situación, en tanto que el nivel de bajas a soportar antes de negociar favorablemente sería más alto, pero no alteraron la ecuación letal que ya tenía hecha la cúpula japonesa. Además, si bien los dos bombardeos atómicos tan seguidos parecían anunciar más, el gobierno japonés podía consultar a físicos nacionales. Los principios teóricos para una fisión en cadena eran conocidos a nivel mundial desde justo antes de comenzar la SGM. Es posible que en Japón no supieran nada del Plutonio, pero indudablemente podían suponer que el combustible de las bombas era Uranio 235 y la cantidad del mismo necesaria para provocar una detonación. Conociendo las minas de Uranio que los aliados tenían accesibles y una cierta noción de los procedimientos de depuración, se podía estimar el ritmo de producción  de las bombas atómicas. De hecho, eso es justo lo que parece haber sucedido entre Hiroshima y Nagasaki. Ya estaban dispuestos desde hacía tiempo a afrontar las muertes y los bombardeos, atómicos o convencionales.


Y entonces, el mismo 9 de agosto en el que Nagasaki fue bombardeada, la Unión Soviética declaró la guerra a Japón y procedió a entrar en tromba por Manchuria y Corea aplastando el nada desdeñable ejército que los japoneses tenían apostado allí. Y entonces la ecuación de muertos japoneses x muertos aliados = condiciones de rendición mejoradas se fue al traste. Porque Stalin ya había perdido 20 millones de personas en derrotar a Hitler, y perder unos cuantos cientos de miles más no le hubiera importado gran cosa si a cambio lograba extender su influencia (propagar la revolución, en términos marxistas). Aparte de eso, la declaración de guerra y subsiguiente invasión puso al gobierno nipón frente a la realidad de que su último contrapeso e interlocutor valido frente a los aliados había estado militando todo el rato en el bando opuesto.


¿Era razonable el temor nipón a una intervención soviética que llegase a extender su influencia sobre las propias islas japonesas como ya lo estaba haciendo en la Alemania ocupada?. Todo parece indicar que los rusos carecían de los medios y la experiencia para llevar a cabo un desembarco anfibio sobre el mismo Japón.


Mi contra-argumento aquí es que los desembarcos mismos no hubieran sido realizados por los soviéticos, si no por los aliados occidentales que ya tenían amplia experiencia y medios para ellos, y estos desembarcos iniciales se hubieran empleado a continuación en desplegar fuerzas soviéticas a gran escala que hubieran llevado el peso fuerte (y las bajas) de la invasión. ¿Por qué no?. Si después de varias bombas nucleares Japón seguía sin rendirse, las alternativas que tenía Harry Truman - presidente de los E.E.U.U. - eran invadir sufriendo un montón de bajas y la controversia política que ello generaría en casa, o bajarse los pantalones y acordar una rendición con condiciones que mantendrían a los militares psicóticos nipones con el control de unas islas arruinadas, llenas de muertos y escombros radioactivos. 

 

Efectivamente, los regímenes comunistas no han sido (ni siguen siendo) ninguna broma. Pero con ellos al menos se podía negociar. Al final, los japoneses (o al menos su emperador) vieron que si forzaban mucho la mano aliada podrían acabar enfrentándose a una invasión de tropas soviéticas en su territorios natal que extendería la influencia roja y alteraría el equilibrio político interno de forma permanente e irreparable (por ejemplo, quitando al emperador). Como ejemplo tenemos lo que sucedió en Alemania y Corea.


¿Hubiera sido posible una rendición japonesa con declaración de guerra soviética y sin bombas atómicas? No es imposible, pero lo considero bastante poco probable. Al menos hasta que la amenaza de la presencia de tropas soviéticas en suelo japonés - llevadas allí a bordo de transportes aliados - hubiera sido patente e inmediata. Algo que posiblemente no hubiera sucedido hasta 1947, la fecha de la prevista invasión de Honshu.


¿Hubieran bastado las bombas atómicas para rendir Japón sin la declaración de guerra soviética? Tal vez, pero estoy bastante convencido que hubiera hecho falta pulverizar más ciudades aparte de Hiroshima y Nagasaki. ¿Cuántas más? Esa es una pregunta difícil de responder. Aparentemente, la cúpula de mando japonesa estaba bastante dispuesta - como ya he comentado - a asumir la muerte de millones de conciudadanos y la destrucción de sus poblaciones para lograr sus objetivos políticos. Pienso que es bastante probable que el emperador no hubiera tenido esos nervios de acero y hubiera forzado a su gabinete a una rendición incondicional. Por otro lado, parece que los americanos tenían previsto lanzar más bombas durante 1945, disponiendo de 6 a 8 artefactos más (según wikipedia). Lo único que pienso es seguro en este escenario es que la concatenación de las 2 bombas atómicas y la declaración de guerra soviética salvaron cientos de miles de vidas. 


¿Fue realmente necesario lanzar las bombas? ¿Tenía alguna alternativa el presidente norteamericano Harry Truman? Mi opinión es que, por la información que él tenía a su disposición en ese momento y dada la situación, los norteamericanos estaban bastante obligados a hacer uso de la bomba atómica. Era algo a lo que se veían empujados por la salvaje intransigencia nipona. Era algo también que se sentían atraídos a hacer por el mero hecho de disponer de la bomba, para hacer patente su hegemonía a nivel mundial (una de las principales razones para entrar en la SGM) y porque consideraban preciso reforzar su posición con vistas a la situación de posguerra. Las imágenes de la devastación de Hiroshima y Nagasaki contribuyeron tremendamente a la disuasión nuclear durante la Guerra Fría. ¿Quién sabe si cualquiera de las dos grandes potencias (E.E.U.U. y U.R.S.S.) se hubieran sentido más animadas a iniciar un conflicto abierto entre sí en ausencia de dichas imágenes?


Pero al mismo tiempo creo que esas dos últimas preguntas - que constituyen un debate abierto hoy en día - están mal formuladas porque reducen toda la discusión a la alternativa "bomba o no bomba". Esta digresión mía no es baladí. La Historia (con mayúscula) no es una mera recopilación de los hechos. Es una explicación de lo que somos, puesto que esto es resultado de lo que nos ha acontecido hasta ahora. Y en este caso el reduccionismo de la rendición nipona al uso de una innovación tecnológica explica una tendencia moderna de contemplar la solución a muchos de nuestros problemas actuales meramente a través de la innovación tecnológica, cegándonos a nosotros mismos a otras consideraciones y a la visión de conjunto.


Como demostración práctica creo que podemos tomar la historia de E.E.U.U. tras la SGM, en la que la discusión sobre la necesidad de lanzar las bombas define mucho la forma de pensar en los sucesivos gobiernos. Una y otra vez se buscó la salida a diversos problemas en la aplicación de superioridad material y tecnológica, y en más de una ocasión - Corea, Vietnam, y ahora Afganistán - esta perspectiva se ha visto frustrada o abiertamente derrotada. Las sombras de los hongos nucleares de Hiroshima y Nagasaki son realmente alargadas.