sábado, 26 de septiembre de 2009

Las banderas de nuestros hermanos

Al comienzo del libro "Deutsche Heldensagen" (Inser Verlag, edición de 1998, 415 pág, narradas por Gretel y Wolfgang Hecht), en letra pequeña, a la vuelta de la primera página, se nos advierte:

"Die
Deutsche Heldensagen haben nichts zu tun mit jeder romantischen Verfälschung der Überlieferung, wie sie der Dichter Friedrich Baron de la Motte-Forqué praktizierte. Gerade von diesem verfälschenden Wust, der von König Friedrich Wilhelm IV. über Kaiser Wilhelm II. bis hin zum Nationalsozialismus so absonderliche Blüten trieb, will diese Ausgabe die Überlieferung befreien".

Tranquilos, que traduzco:

"Los
Relatos heróicos Alemanes no tienen nada que ver con aquella falsificación romántica de la tradición que practicaba el poeta Friedrich Baron de la Motte-Forqué. Esta edición precisamente quiere librar la tradición de este batiburrillo falseante, que tan despreciables brotes ha generado desde el rey Friedrich Wilhelm IV, pasando por el emperador Guillermo II, hasta el Nacionalsocialismo."

Para quienes no lo hayan adivinado ya, el libro narra las historias míticas de heróes de la tradición germánica. La historia más conocida es la del Anillo de los Nibelungos, pero hay otras como "Dietrich von Bern", y "Wieland der Schmied". Además, he de decir que el haber incluido el texto de la advertencia en alemán original no responde a pedantería alguna, sino a que deseo poner a libre disposición la base de mi traducción, para que quien lo deseé pueda determinar si es correcta.

Al leer fortuitamente está minúscula parte de un libro de 415 páginas, me hicé consciente de algo que siempre había "presentido" en mis contactos con la cultura alemana contémporanea: cierta vergüenza por sus tradiciones. Ponerle a algo la etiqueta de "alemán" en la propia Alemania puede llegar a ser algo peliagudo. En un
Oktoberfest de neblinoso recuerdo quisé brindar "por Alemania", pero mis huéspedes me corrigieron; "por Baviera, por Baviera", corearon amablemente. No era nacionalismo, como algunos en España pensarían , sino una corrección, pues de hecho me encontraba en Baviera en ese momento. Hace mucho menos tiempo regresaba en avión desde Munich leyendo un libro titulado Deutsche Geschichte y que contaba el período de la Edad Media. Mi compañera de asiento era alemana y, mirándome con un ligero gesto de perplejidad inició conversación preguntandome "¿Leé ud. Historia de Alemania?, pero si en aquella época no existía Alemania". Era totalmente cierto, y el autor de libro así lo advertía al comienzo del mismo. Alemania, la entidad política, existe sólo desde 1871. Pero, ¿y qué pasaba antes?. ¿No había gente que se sintiese "alemana" antes de esa fecha?.

Yo siempre había conocido pueblos que pretendían remontar sus raíces a períodos lo más alejados posible en el tiempo. Los alemanes, en cambio, parecen haber cortado con la historia de muchas de las personas que habían vivido en lo que hoy es su país. No intentan tanto ver qué tenían en común con ellos, como sí hacen las naciones empeñadas en demostrar cuanta mayor antigüedad, mejor. En lugar de eso el personaje histórico alemán es colocado bajo un microscopio y
juzgado, esto es, se emite un veredicto moral sobre él (o ella). Sólo unos pocos se salvan, como Martín Lutero. Suena frío, germánicamente frío y distanciado. Y lo es. Estos personajes y eventos al final no son alemanes; son austríacos, bávaros, sajones, frisios, etc. Tildar a algo anterior a 1871 de "alemán" puede hacer recaer sobre uno la sospecha de ser tendencioso. ¿Tendencioso a qué?. Tendencioso (o tendente) al Ultranacionalismo, al Ultraconservadurismo. A ser un Nazi, para entendernos.

¿Cómo se llegó a esto?. La propia advertencia de
Deutsche Heldensagen nos da pistas acerca de esto. Una serie de personajes y grupos de la historia reciente de Alemania - los que más destacan son los nacionalsocialistas - tergiversaron, usaron y se adueñaron de la tradición narrativa de los pueblos que componían su país para utilizarlos en su propio interés y beneficio. Así, nos encontramos como en la novela Die Geschwister Oppermann, de Leon Feuchtwanger, la victoria de Arminio sobre los romanos en Teutoburger Wald pasó a ser uno de los hechos representativos del carácter nacional alemán - la resistencia ante el invasor - durante el Tercer Reich. Pero lo cierto es que Arminio tenía de alemán lo que Viriato de portugués, o Séneca de español (que no hispano, ojo). Decir que Arminio, Sigfrigido, o Federico el Grande eran alemanes era una interpretación de aquellos personajes y sus hechos cuyo objeto era dotar de una mística, de una respetabilidad a una ideología pobre de contenidos propios, que había ido surgiendo en tiempos recientes y que culminó en la orgía sangrienta del nazismo.

Esta ideología es el nacionalismo. Pero no es nacionalismo como
sentir nacional, de identidad de grupo, aglutinador de diversas tendencias. Es un nacionalismo mal entendido, que se define a si mismo mediante la exclusión de otros, en ocasiones por razones de raza - y entonces hablamos de racismo -, de religión, prácticas de su vida privada, o cualquier otra que el avispado político nacionalista de turno empleé para prosperar sin que se advierta su falta de ideas. Para diferenciar este último nacionalismo excluyente del nacionalismo aglutinador, utilizamos los términos ultranacionalismo y nacionalsocialismo.

Al final, los alemanes parecen haber hecho en parte las paces con la historia - sobre todo, después de la Reunificación - y no sienten vergüenza alguna por ondear o dejarse ver con su bandera: amarilla, roja y negra. En contraposición con los colores blanco, rojo y negro utilizados como identificadores de la nación cuando el ultranacionalismo prendía en una parte importante de la población. Ha sido algo más que un cambio de bandera, pero no es menos cierto que el cambio - de sólo un color entre tres, al fin y al cabo - ha
reforzado un cambio en la mentalidad de lo que es ser alemán.

¿Y en España?.

Voy a contaros una historia de miedo, como algunos habréis oído muchas.

El menor de mis hermanos, A., visitaba al mediano, T., en Asturias. Por falta de previsión quedó A. algo corto de ropa mientras la que había traido consigo estaba en la lavadora. No había problema. En una liquidación de saldos del ejército español T. se había hecho a precio de ganga con unos cuantas camisas color verde oliva con una banderita rojigualda cosida en uno de los brazos. A. se pusó una de estas camisas, y juntos salieron a tomarse algo en una terraza de la pequeña ciudad provinciana dónde mi hermano mediano tiene su residencia. Mientras se tomaban una caña al aire libre, una chica apareció a su lado y gritando llamó a A. fascista y nazi. En poco rato debió quedarse satisfecha de haber hecho su pequeña aportación a la lucha por la libertad, y se fué antes de que mis asombrados hermanos pudieran recuperarse lo suficiente como para explicarle a esta joven sus propias
auténticas opiniones políticas; o que si mi hermano menor mostraba la bandera española no se debía a ningún sentimiento de orgullo patrio, sino más bien a la necesidad económica.

Lo sucedido me hubiera sorprendido menos si mis hermanos se hubieran encontrado en Cataluña, o el País Vasco, con sus movimientos independentistas más o menos establecidos. En Asturias, en cambio, no hay - que yo sepa - movimiento independentista alguno. ¿A santo de qué viene entonces esa reacción alérgica a la bandera española?.

Cuando me contaron esta historia, para mí estaba claro. En España había pasado lo mismo que en Alemania:
apropiación indebida de los símbolos nacionales.

Cuando miramos atrás, hacia la historia reciente de nuestro país, nos encontramos - lo mismo que los alemanes - con un período feo y algo embarazoso de explicar: la dictadura franquista. Lo verdaderamente molesto de Franco no es que ganase la Guerra Civil, sino que consiguiese mantenerse en el poder durante 36 años sin que, aparentemente, tuviese grandes dificultades. Algunos pensarán que lo consiguió gracias a
la represión. No andan del todo desencaminados. Represión hubó. Sobre todo al comienzo del regimén, cuando la población nacional de presos era de cientos de miles, si no superior a un millón. Hubó ejecuciones a lo largo de toda la historia de la dictadura, hasta el final, mas la mayor parte de las mismas se llevaron a cabo al calor de la Guerra Civil y en los años cuarenta, cuando el sonido de los cañones de la Segunda Guerra Mundial ahogaba el ruido de los fusilamientos (los nazis tampoco se atrevieron a iniciar su programa de exterminio sistemático de minorías hasta 1942, cuando confiaban en pasar desapercibidos en medio de la guerra). Mi tesis es que la represión se llevó a cabo sobre todo al comienzo de la dictadura. Después, ya no quedaba apenas nadie que levantase la cabeza. Estaban todos muertos, exiliados, o sencillamente acobardados. Posteriormente, el regimén tan sólo necesitaba dar algún que otro recordatorio de cuando en cuando para que se supiese quién mandaba aquí. La represión se mantuvó fuerte sobre algunas minorías - como los homosexuales - y rebrotaba si percibía peligro - como las revueltas estudiantiles de finales de los 60, que exiliaron a la Facultad de Económicas de la Complutense a unos barracones en Somosaguas -. Pero en general, la mayoría de la gente seguía naciendo, creciendo, trabajando, amando, odiando y muriendose bajo Franco como lo habían hecho antes. Una represión más o menos generalizada, dirigida contra un segmento importante de la población hubiera sido suicida para el regimén.

¡Ojo!. No estoy intentándo defender la dictadura. La represión es represión, y es reprobable en todo momento y en toda cuantía.

Si no era posible acogotar a todo el mundo durante todo el tiempo, ¿qué otro recurso disponía el franquismo para ganar aceptación y mantenerse a flote?.
La propaganda. La presencia del Estado en la vida del españolito de a pie no era tan patente en la forma de represión como en la forma de una constante publicidad del regimén, orientada a dotarle de aquello de lo que más carecía: legitimidad. En este esfuerzo propagandístico se identificaba al regimén de Franco no sólo con lo típicamente español, sino con lo español y punto. Ya desde los tiempos de la Guerra Civil el bando golpista adoptó el adjetivo de nacional , al tiempo que el gobierno legítimo del país era asociado por esta propaganda a una potencia extranjera que por aquella época carecía totalmente de aliados fuera de sus fronteras: La URSS. Esta asociación del enemigo interno al enemigo externo pasaba por alto la ayuda extranjera que los propios nacionales recibieron. Hay que reconocer, no obstante, que en el bando republicano la propaganda seguía unas líneas similares, haciendo de la lucha contra el fascismo en casa una lucha contra invasores fascistas extranjeros.

La propaganda, consistente en
asociar al regimén símbolos del conjunto de la nación, se hizó patente con la elección de la bandera. Frente a los colores republicanos se adoptaron los colores de la bandera de la monarquía, aunque luego de monarquía no hubó nada de nada. Los gestos de acercamiento con la familia real exiliada servían también para reforzar la legítimidad del regimén que los acometía, y que ondeaba la bandera con los colores de la monarquía como si fueran los propios de toda la vida. El mensaje era claro: aquí no había pasado nada, ni república ni guerra civil, y todo seguía igual que antes de ese paréntesis "infame". Era como si sus majestades no se hubieran marchado jamás del país, aunque no estuvieran nunca en él.

Otro elemento de la vinculación del regimén con lo español fue
la alianza entre los círculos de poder franquista y la Iglesia Católica. Si tenemos en cuenta los asesinatos de curas durante la República y la propia guerra, esta alianza nos parece completamente normal a primera vista. Lo que tal vez se nos escape es que, mediante esta asociación, el regimén se identificaba con una de las marcas de identidad de todo español: ser cristiano, católico, y apóstolico. Amén. ¿Por qué creéis que se ven banderas españolas en las manifestaciones antiabortistas convocadas por la iglesia?.

Los actos públicos tradicionales eran ocasiones para que se asociase al regimén con la nación. De ahí la presencia de notables en corridas de toros, y la atención que estas reciben hoy en día de grupos que - si bien se interesan primordialmente por el sufrimiento de los animales - son vinculados a ciertos círculos políticos no precisamente afines a la ultraderecha. Cualquier intento que se realizase para monopolizar también el futbol como símbolo nacional resulto contraproducente, en tanto que este deporte ha acabado convirtiendose en expresión del carácter regional más que el nacional. Cabe pensar que bajo Franco más de uno sintió cierto placer al ver como su equipo regional ganaba tal o cual trofeo frente a un equipo de otra región, o de la capital.

Podría tirarme mucho más tiempo escribiendo sobre la
monopolización estatal de los símbolos nacionales a fin de mantenerse en el poder. Pero creo que ya he dejado claro mi punto de vista. Antes, sin embargo, quisiera dejar una última muestra de esta apropiación de símbolos, que he hallado sin esforzarme mucho, sinceramente. Supongo que todos conoceréis este símbolo:


El yugo y las flechas. Símbolo fascista. Allá donde lo veas... ya lo sabes, fascismo. Claro y cristalino, como una señal de Stop, o de peligro. Muy bien, y entonces, esto que sigue, ¿qué es?.

Un yugo..., unas flechas. ¡También es un símbolo fascista!. Hombre, con esa lógica irrefutable es díficil negarlo. El único inconveniente es que este segundo emblema es de finales del siglo XV, no del siglo XX, y es el emblema de los Reyes Católicos: Isabel (representada por las flechas) y Fernando (representado por el yugo). Es un ejemplo fácil de encontrar, pero no muy conocido, de como un símbolo que surgió como representación de una cosa acaba siendo utilizado para representar otra. Los "fachas" se apropiaron del emblema de los Reyes Católicos de manera que la representación original ha quedado prácticamente olvidada, y sólo queda la actual que no creo que tenga nada que ver con lo que pensaban Isabel o Fernando. Porque, para que lo sepáis, los Reyes Católicos no eran fachas, sino católicos. Y yo no soy ni lo uno ni lo otro.

Con la esvástica sucedió algo parecido, pero eso es otra historia.

Una vez hemos visto lo fácil que es tergiversar símbolos, y darles un significado que no tienen, y lo unimos a la constatación de que nuestros símbolos nacionales fueron monopolizados durante largo tiempo por un estado dictatorial, entonces nos damos cuenta de que es lo que ha pasado. Los símbolos que representan a toda una nación, representan a sólo unos pocos. Durante mucho tiempo, ser español implicaba ser de cierta manera y de ninguna otra. Era una definición cerrada y excluyente que se adecuaba bien al deseo de homogeneidad y de seguridad (hace más fácil detectar a quienes se desvían del pensamiento oficial) que cualquier dictadura tiene por naturaleza. La definición de español que nos queda hoy en día, más de 30 años despúes de que desapareciera Franco, ha sobrevivido bastante bien y con pocos cambios al final de la dictadura. Ello es gracias a una minoría importante en número que se adecua bastante bien a la definición de español que había en el regimén, y que por miedo a perder sus señales de identidad apoya ruidosamente el mantenimiento de un concepto de nación trasnochado y obsoleto, puesto que ya no hay dictadura que deba respaldar. Esta minoría - repito, importante en número, pero minoría al fin y al cabo - es la que participa en manifestaciones y grupos no (necesariamente) fascistas. La mayoría, anodina como de costumbre, vemos, oímos, y nos dejamos llevar.

De ahí esa reacción "alérgica" que se ve tantas veces hoy en día hacia nuestros simbolos nacionales. En especial hacia la bandera. Para otras minorías la simbología nacional les recuerda aún al período de opresión. Y a quién no se lo recuerda, por juventud, este es el mensaje que se le transmitepor parte de otros que si fueron oprimidos. Naturalmente, España ya no es un país represivo. Cualquiera tiene plena libertad para poner a parir al gobierno de turno (entre otras cosas), y si no que se lo digan al canal Intereconomía. En estos 30 años se ha avanzado mucho en el camino de las libertades, y todo ello a la sombra de la rojigualda.

Entonces, si vosotros, al igual que yo, estáis convencidos que nuestra nación es una muestra - por imperfecta que sea - de libertad, de derechos, y de las cosas buenas en general. Si pensáis que en este país hay más cosas que nos unen, que las que nos separan. Si deseáis que mostrar la bandera española, aunque sea por miseria como hizó mi hermano, no sea objeto de bronca. Si creéis que las cosas pueden ser diferentes y cambiar a mejor por una vez. En este caso, esta claro que hay que arrebatar los símbolos de nuestra nación de la minoría facciosa que la tiene secuestrada.

La clase media española, en general, ha intentado finalizar este secuestro a lo largo de los últimos 30 años. No le ha sido posible por una serie de factores: crisis económicas, crecimiento económico (demasiado ocupados en ir de compras como para ocuparse de un trapo colorado), heterogeneidad de la clase media, incapacidad de la clase política, etc. Lo que es necesario, es hallar un grupo social, necesariamente minoritario , con una fuerte cohesión e identidad de grupo, de nivel educativo y de renta elevados, y representativo de una forma de pensar no ya moderna, sino puntera, progresista y avanzada. No tienen que estar bien vistos, pero si que tiene que estar mal visto ofender a este grupo social. Son invencibles. Si entregamos nuestros símbolos nacionales a este grupo para que los enarbole como propios, ya nadie tendrá agallas para meterse con la bandera española sin caer en la aparente contradicción de ser calificado de retrogrado y obsoleto. Condenado al olvido.

¿Existe este grupo social?.

Afortunadamente, sí. Son... los homosexuales.

... no estáis leyendo mal. Me refiero a los homosexuales, a los mariquitas, a los gayers. Estoy proponiendo el hacer de la comunidad homosexual masculina española el símbolo de nuestra nación. Me salto aposta a las lesbianas, no por falta de respeto, sino porque como son mujeres aún no se les hace suficiente caso en este país. Lo de la solución al machismo característico nacional lo aportaré en otro post. Por ahora, ya tenemos más que suficiente con solventar nuestro problema de identidad nacional.

No hay más que imaginarselo. Si la bandera española es sinónimo de la comunidad gay, cualquiera que agreda contra ella se revelará indiscutiblemente como un opresor de las minorías, retrogrado... un resto del antiguo regimén. Los nacionalismos locales imperantes en nuestro país quedarían privados repentinamente de su justificación ideológica, y de cualquier apoyo procedente de cualquier país democrático. El precio de que le identifiquen a uno erroneámente con un marica es pequeño comparado con el placer de enarbolar orgullosos nuestra bandera por las calles, sin que haga falta que la selección nacional haya vuelto a ganar la Eurocopa. Vamos, muchachos, sabéis que es una buena idea.

Tenemos que pagar a los maricas, sobornarlos, para que en sus desfiles y fiestas hagan uso masivo de nuestra bandera española. Este es el camino a seguir para poder recuperar nuestro orgullo nacional. Así, la bandera nacional dejará de ondear en manifestaciones convocadas por la iglesia, y por ciertos partidos, al tiempo que la bandera republicana (que nunca ha sido una opción realizable como símbolo) dejará también de ondear en los mitínes convocados por otros partidos. El rojo-amarillo-rojo dejará de ser un juguete de la política y de discusiones varias y será por fin lo que tendría que haber sido desde hace mucho tiempo: algo que nos identifica a todos, no importa si eres homosexual o hetero, si hablas catalán o bable, si eres punk o pijo, nacido aquí o inmigrante regularizado, si eres del Real Madrid o del Barça, si te gustan los toros o si los detestas, si eres creyente, gnóstico, o ateo...

¿Los futuros heróes de la nación española?

Este post ha acabado siendo más largo de lo que pensaba en un comienzo. Es lo que tiene ponerse a escribir: a veces no sabes cuando vas a acabar. Cojes un tema, y este te lleva y te lleva por sitios que no imaginabas al comienzo. Hay bastante coña en muchas de las cosas que he dicho, pero también mucha reflexión. Lo importante es haberos hecho pensar.

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