Un sábado hace unas pocas semanas yo y tres amigos estrenamos juego: 1856. Un juego de gestión ferroviaria, y finanzas ambientado en Cánada.
El juego dió mucho de sí. Yo todavía le doy vueltas a algunas jugadas que hicimos, y otras que se podrían haber hecho. Hicimos tres o cuatro cosas mal, algunas de las cuales creo que afectaban notablemente el desarrollo del juego, pero incluso con eso el juego no sólo no deja de gustarme, sino que me apetece mucho más volver a jugar.
Parece que todo salió perfecto, y sin embargo, la velada lúdica estuvo empañada por un hecho: la duración de la partida. Comenzamos a las 12 del mediodía con la intención de acabar a tiempo de la cena, y terminamos la partida a las 12 de la media noche. Como podéis suponer, estabamos agotados. Agotados todos menos uno, el causante de que la partida durase tanto tiempo.
Esta persona, el Cuarto Jugador, es lo que se conoce popularmente como un tardón. Aquella tarde, cuando le tocaba jugar, se lo tomaba con calma, mucha calma. Se miraba todo con mucho cuidado, hacía preguntas, volvía a mirar, repetía las mismas preguntas que antes, volvía a mirar, amagaba un movimiento, lo corregía, volvía a preguntar lo mismo u otra cosa, volvía a mirar y, finalmente pasado el doble o triple de tiempo que cada uno de los demás jugadores, hacía sus acciones y pasaba el turno al siguiente jugador. Ciertamente, a lo mejor no lo hacía todas las veces que le tocaba, pero creo no exagerar si afirmo que era así 3 de cada 4 veces en que le tocaba.
Os podéis imaginar el fastidio que suponía compartir mesa de juego con alguien así. Rompía totalmente el ritmo del juego. Cuando a él le tocaba, era tanta la espera a que pasase algo que el resto nos aburríamos y perdíamos interés en lo que sucedía sobre el tablero. Es como ponerte a ver una película con unos amigos y que uno de ellos este interrumpiendo la proyección cada diez minutos, y deje la película parada durante otros diez en cada ocasión para poder procesar mentalmente los diez minutos que acaban de pasar.
Tal vez había que tener en cuenta que era nuestra primera partida con el juego. Incluso con esto, 3 de los que estuvimos allí resolvíamos nuestras jugadas mucho más rápidamente que el tardón. De las 12 horas unas 11 fueron tiempo efectivo de juego. De estas, 6 horas fueron consumidas por los tres jugadores "rápidos" (2 horas cada uno), y las otras 5 por el Cuarto Jugador. Es una estimación, no un cálculo con cronómetro en la mano, pero cualquiera que hubiera estado allí hubiera coincidido.
Naturalmente, protestabamos y conminabamos a este individuo para que fuese más rápido. Él ni se inmutó. E incluso se mostraba ofendido y enfadado cuando le apremiabamos. No había comentario alguno que le hiciera cambiar de modo de actuar, ni siquiera el hecho de que a uno de mis amigos le estuviera llamando su mujer. Para el tardón, tomarse el tiempo que él considerase necesario era (y sigue siendo) un derecho inviolable e indiscutible. Además, la motivación principal que le había traido a la partida - como dejo bien el día anterior a la misma - era ganar. No dejó duda alguna de que estaba dispuesto a ganar... y a cualquier precio.
No voy a discutir que todo jugador tiene derecho a pensarse a fondo las jugadas. Pero asimismo es indiscutible que cualquier derecho ejercitado sin medida se convierte en un abuso. Esta persona abusó de nosotros aquella tarde-noche. A pesar de lo bueno que es el juego y de la grata compañía de los otros dos, el Cuarto Jugador consiguió dejarme con la sensación de que se había abusado de mí. E imagino que mis otros compañeros de penurias sintieron lo mismo. Es muy desagradable sentirse así, y en mi caso puedo asegurar que el cabreo tarda tiempo en irse.
Y respecto a la victoria, después de tanto tocar las pelotas no fué para el Cuarto Jugador. Él quedó segundo a mucha distancia del primero y a muy poca de mí, el tercero. Y realmente no me hubiera costado gran cosa ponerme delante de él aunque a cambio de prolongar más la partida, algo que estaba demasiado cansado para hacer. Ni tampoco me encontraba con ánimo como para exponer a los otros dos a más abusos del tardón. Quiero decir, que después de tomarse tantas molestias y tanto molestar incluso su segundo puesto es bastante dudoso.
Pero es que incluso si hubiera ganado esta persona, la mala sensación hubiera quedado. Todos los demás, incluso el que ganó la partida, jugabamos sobre todo para divertirnos juntos, compitiendo por la victoria. Ésta es importante, es el motor de la partida y de nuestro entretenimiento, pero cualquier persona equilibrada sabe donde y cuando detenerse para lograr llegar a la meta. El tardón, no. Para el ganar es el objetivo y razón justa para ver el abuso que está cometiendo. Cuando nosotros le estabamos diciendo de mil maneras que se diera más prisa, él pensaba que lo hacíamos para impedirle ganar. La obsesión por ganar le hacía sordo y ciego a nuestro agobio.
No es la primera vez. A esta persona le conozco desde hace muchos años. He compartido muchos buenos momentos con él, y cuando le ví hace una semana volvimos a reirnos juntos unas cuantas veces. Siempre ha sido igual de tardón, y es algo que le hemos echado en cara varias veces. Durante mucho tiempo no me ha importado. O eso creía yo. Considerándo retrospectivamente ahora todo ese tiempo, creo que en el momento que jugué con él por vez primera le concedí un crédito. Un crédito de mi tiempo, de mi dedicación, de mi paciencia. Todo ello esperando que él correspondiese con igual dedicación -lo que ha hecho- y animarle a cambiar, a que terminase su abuso de los demás. No sólo no lo ha hecho, sino que encima ha persistido en su comportamiento e incluso lo ha extremado. Se ha tomado mi crédito su derecho innegable, y ha abusado de él, de mí, y de otros como ya he descrito.
Mi crédito terminó por agotarse el sábado aquél. He decidido restringir las partidas que juego con esta persona. No puedo apartarle totalmente, ni pretendo marginarle. Pero no me queda otra opción. No se trata sólo de mí. ¿Como podría invitar a los demás a otra partida con el tardón?. Si lo hiciera se negarían con toda razón porque tienen todo el derecho del mundo a no repetir una experiencia tan horrible, y yo me quedaría sin partidas por defender a una persona que no corresponde a lo que hacen por ella.
Me duele mucho hacer esto. Muchísimo. Son ya muchos años, muchos momentos y muchas partidas juntos. Él tiene sus cosas buenas, y prácticamente ha estado dispuesto para jugar cualquier cosa que yo sacase a la mesa. Aún espero jugar con él a juegos para dos personas, donde no haga daño a otras personas salvo a mí, que ya sé a qué atenerme y estoy dispuesto a aguantarle por amistad. Y hay algunos juegos multijugador no muy densos ni largos en los que hace menos daño.
Al final, he tomado está decisión no porque él sea como es, sino porque no está dispuesto a dejar de ser como es... por nada, ni nadie, ni siquiera por sí mismo.
Y por si no lo he dejado claro ya, esto no se trata de que una mayoría avasalle a un individuo. Cada uno tiene derecho a ser como es, y si siéndolo causa perjuicios a otros, se habla con él y se le da ayuda y oportunidades para cambiar. En este caso ya he contado que he dado estos pasos, sin resultado. La libertad de cada individuo termina donde empieza la de los demás. No se trata de violar la libertad y derechos de mi amigo, sino de proteger los míos.
Voy a despedir esta entrada con un párrafo del reglamento del juego 1856. Hice hicapie en él antes de comenzar la partida, y recoge muy bien lo que yo espero de una partida. La cursiva es mía.
"Considerate players speed the play of the game and make the experience more fun for everyone. In a game of this length, players should plan their stock purchases and company moves in advance of their turns, including, when possible, tile lays or upgrades and the routes their trains will run."
"Los jugadores considerados con los demás aumentan la velocidad del juego y hacen que la experiencia sea más divertida para todos. En un juego de esta longitud, los participantes deberían planear por anticipado sus compras de acciones y las jugadas de sus compañías, incluyendo, cuando sea posible, la colocación o mejora de vías y las rutas que recorreran sus trenes".
El juego dió mucho de sí. Yo todavía le doy vueltas a algunas jugadas que hicimos, y otras que se podrían haber hecho. Hicimos tres o cuatro cosas mal, algunas de las cuales creo que afectaban notablemente el desarrollo del juego, pero incluso con eso el juego no sólo no deja de gustarme, sino que me apetece mucho más volver a jugar.
Parece que todo salió perfecto, y sin embargo, la velada lúdica estuvo empañada por un hecho: la duración de la partida. Comenzamos a las 12 del mediodía con la intención de acabar a tiempo de la cena, y terminamos la partida a las 12 de la media noche. Como podéis suponer, estabamos agotados. Agotados todos menos uno, el causante de que la partida durase tanto tiempo.
Esta persona, el Cuarto Jugador, es lo que se conoce popularmente como un tardón. Aquella tarde, cuando le tocaba jugar, se lo tomaba con calma, mucha calma. Se miraba todo con mucho cuidado, hacía preguntas, volvía a mirar, repetía las mismas preguntas que antes, volvía a mirar, amagaba un movimiento, lo corregía, volvía a preguntar lo mismo u otra cosa, volvía a mirar y, finalmente pasado el doble o triple de tiempo que cada uno de los demás jugadores, hacía sus acciones y pasaba el turno al siguiente jugador. Ciertamente, a lo mejor no lo hacía todas las veces que le tocaba, pero creo no exagerar si afirmo que era así 3 de cada 4 veces en que le tocaba.
Os podéis imaginar el fastidio que suponía compartir mesa de juego con alguien así. Rompía totalmente el ritmo del juego. Cuando a él le tocaba, era tanta la espera a que pasase algo que el resto nos aburríamos y perdíamos interés en lo que sucedía sobre el tablero. Es como ponerte a ver una película con unos amigos y que uno de ellos este interrumpiendo la proyección cada diez minutos, y deje la película parada durante otros diez en cada ocasión para poder procesar mentalmente los diez minutos que acaban de pasar.
Tal vez había que tener en cuenta que era nuestra primera partida con el juego. Incluso con esto, 3 de los que estuvimos allí resolvíamos nuestras jugadas mucho más rápidamente que el tardón. De las 12 horas unas 11 fueron tiempo efectivo de juego. De estas, 6 horas fueron consumidas por los tres jugadores "rápidos" (2 horas cada uno), y las otras 5 por el Cuarto Jugador. Es una estimación, no un cálculo con cronómetro en la mano, pero cualquiera que hubiera estado allí hubiera coincidido.
Naturalmente, protestabamos y conminabamos a este individuo para que fuese más rápido. Él ni se inmutó. E incluso se mostraba ofendido y enfadado cuando le apremiabamos. No había comentario alguno que le hiciera cambiar de modo de actuar, ni siquiera el hecho de que a uno de mis amigos le estuviera llamando su mujer. Para el tardón, tomarse el tiempo que él considerase necesario era (y sigue siendo) un derecho inviolable e indiscutible. Además, la motivación principal que le había traido a la partida - como dejo bien el día anterior a la misma - era ganar. No dejó duda alguna de que estaba dispuesto a ganar... y a cualquier precio.
No voy a discutir que todo jugador tiene derecho a pensarse a fondo las jugadas. Pero asimismo es indiscutible que cualquier derecho ejercitado sin medida se convierte en un abuso. Esta persona abusó de nosotros aquella tarde-noche. A pesar de lo bueno que es el juego y de la grata compañía de los otros dos, el Cuarto Jugador consiguió dejarme con la sensación de que se había abusado de mí. E imagino que mis otros compañeros de penurias sintieron lo mismo. Es muy desagradable sentirse así, y en mi caso puedo asegurar que el cabreo tarda tiempo en irse.
Y respecto a la victoria, después de tanto tocar las pelotas no fué para el Cuarto Jugador. Él quedó segundo a mucha distancia del primero y a muy poca de mí, el tercero. Y realmente no me hubiera costado gran cosa ponerme delante de él aunque a cambio de prolongar más la partida, algo que estaba demasiado cansado para hacer. Ni tampoco me encontraba con ánimo como para exponer a los otros dos a más abusos del tardón. Quiero decir, que después de tomarse tantas molestias y tanto molestar incluso su segundo puesto es bastante dudoso.
Pero es que incluso si hubiera ganado esta persona, la mala sensación hubiera quedado. Todos los demás, incluso el que ganó la partida, jugabamos sobre todo para divertirnos juntos, compitiendo por la victoria. Ésta es importante, es el motor de la partida y de nuestro entretenimiento, pero cualquier persona equilibrada sabe donde y cuando detenerse para lograr llegar a la meta. El tardón, no. Para el ganar es el objetivo y razón justa para ver el abuso que está cometiendo. Cuando nosotros le estabamos diciendo de mil maneras que se diera más prisa, él pensaba que lo hacíamos para impedirle ganar. La obsesión por ganar le hacía sordo y ciego a nuestro agobio.
No es la primera vez. A esta persona le conozco desde hace muchos años. He compartido muchos buenos momentos con él, y cuando le ví hace una semana volvimos a reirnos juntos unas cuantas veces. Siempre ha sido igual de tardón, y es algo que le hemos echado en cara varias veces. Durante mucho tiempo no me ha importado. O eso creía yo. Considerándo retrospectivamente ahora todo ese tiempo, creo que en el momento que jugué con él por vez primera le concedí un crédito. Un crédito de mi tiempo, de mi dedicación, de mi paciencia. Todo ello esperando que él correspondiese con igual dedicación -lo que ha hecho- y animarle a cambiar, a que terminase su abuso de los demás. No sólo no lo ha hecho, sino que encima ha persistido en su comportamiento e incluso lo ha extremado. Se ha tomado mi crédito su derecho innegable, y ha abusado de él, de mí, y de otros como ya he descrito.
Mi crédito terminó por agotarse el sábado aquél. He decidido restringir las partidas que juego con esta persona. No puedo apartarle totalmente, ni pretendo marginarle. Pero no me queda otra opción. No se trata sólo de mí. ¿Como podría invitar a los demás a otra partida con el tardón?. Si lo hiciera se negarían con toda razón porque tienen todo el derecho del mundo a no repetir una experiencia tan horrible, y yo me quedaría sin partidas por defender a una persona que no corresponde a lo que hacen por ella.
Me duele mucho hacer esto. Muchísimo. Son ya muchos años, muchos momentos y muchas partidas juntos. Él tiene sus cosas buenas, y prácticamente ha estado dispuesto para jugar cualquier cosa que yo sacase a la mesa. Aún espero jugar con él a juegos para dos personas, donde no haga daño a otras personas salvo a mí, que ya sé a qué atenerme y estoy dispuesto a aguantarle por amistad. Y hay algunos juegos multijugador no muy densos ni largos en los que hace menos daño.
Al final, he tomado está decisión no porque él sea como es, sino porque no está dispuesto a dejar de ser como es... por nada, ni nadie, ni siquiera por sí mismo.
Y por si no lo he dejado claro ya, esto no se trata de que una mayoría avasalle a un individuo. Cada uno tiene derecho a ser como es, y si siéndolo causa perjuicios a otros, se habla con él y se le da ayuda y oportunidades para cambiar. En este caso ya he contado que he dado estos pasos, sin resultado. La libertad de cada individuo termina donde empieza la de los demás. No se trata de violar la libertad y derechos de mi amigo, sino de proteger los míos.
Voy a despedir esta entrada con un párrafo del reglamento del juego 1856. Hice hicapie en él antes de comenzar la partida, y recoge muy bien lo que yo espero de una partida. La cursiva es mía.
"Considerate players speed the play of the game and make the experience more fun for everyone. In a game of this length, players should plan their stock purchases and company moves in advance of their turns, including, when possible, tile lays or upgrades and the routes their trains will run."
"Los jugadores considerados con los demás aumentan la velocidad del juego y hacen que la experiencia sea más divertida para todos. En un juego de esta longitud, los participantes deberían planear por anticipado sus compras de acciones y las jugadas de sus compañías, incluyendo, cuando sea posible, la colocación o mejora de vías y las rutas que recorreran sus trenes".
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