domingo, 3 de enero de 2010

Esas no, que son catalanas.

Esta fue la frase que hace dos semanas - en pleno período navideño - un padre le respondió a su hija cuando ésta le pregunto en el Hipercor si cogían una bolsa de nueces. Lo sé porque yo estaba allí. Después de decirlo, al hombre le entraron dudas. "Espera". Miró la bolsa con más detalle, y tras encontrar la etiqueta que buscaba, asintió y dijo: "Sí. Son catalanas. Entonces no". Dejaron la bolsa, y se fueron de allá sin nueces.

No hace falta aclarar mucho de que va a ir está entrada. Voy a hablar de ese "boicot antinacionalista" que creo que todos hemos visto en acción algunas veces y que es conocido aunque medios de comunicación callen, y los políticos nieguen su existencia y el haberlo promovido alguna vez. A estas alturas también se podrá suponer cuál es mi posición respecto a este tema, pero si no es suficiente con ello, lo dejaré bien claro: Me parece una auténtica chorrada. Una completa estúpidez.

Ya pensaba así desde hace bastante tiempo, practicamente desde que me ví confrontado con el hecho de que el boicot existía. Sin embargo en esta ocasión se han juntado varias cosas. Por un lado esta opinión mía previa. Por otro lado, esto que acabo de contar, y que me supuso confrontarme de nuevo con una parte de la realidad que llevaba unos meses enterrada en los rincones de mi memoria. Al mismo tiempo, me estoy leyendo un libro de Barbara Tuchman, The March of Folly que trata precisamente de lo que yo pienso del boicot antinacionalista: La persistencia de políticas opuestas a los intereses de quienes las practican.

Seguramente esta última frase va a requerir cierto desarrollo para que quede totalmente clara. Pero para que la explicación sea completa, primero es preciso aclarar de dónde proviene esto del boicot, y que se propone con ello.

Boicots ha habido desde hace mucho tiempo, los sigue habiendo y me temo que habrá todavía más antes de que se difunda lo poco efectivos que son. De hecho, sólo son efectivos en ciertas circunstancias, que no se dan en el caso que nos ocupa. Pero no voy a hablar de los boicots en general, sino del nuestro. En mi memoria, por lo menos, este boicot comenzó en el período de la aprobación del polémico Estatuto de Cataluña. Creo que eso fué hace dos o tres Navidades. Por lo menos recuerdo que el único reconocimiento que ha tenido por parte de los medios fué cuando señalaron el descenso de ventas de cava en una campaña navideña. Y eso que la crisis económica no nos había golpeado todavía.

El Estatuto Catalán fué la causa o la excusa para el inicio del boicot. Pero aquí no voy a hablar del "Estatut". No voy a perder el tiempo discutiendo si es justo o no, ni si es constitucional o no (eso ya es trabajo de otros, y parece que les cuesta). No lo conozco con suficiente detalle, ni nuestra Constitución tampoco. De todas formas, no importa como sea ese trozo de legislación, el boicot como respuesta a él es una de las peores medidas que se me pueden ocurrir si se tienen los objetivos de quienes lo promueven. Lo cual no es mi caso tampoco.

Este es un tema tan espinoso que creo oportuno detenerme un rato para aclarar también que ni soy nacionalista, ni socialista, ni he votado ni a unos ni a otros, ni pertenezco a ningún movimiento antiglobalización, ni ninguna de esas zarandajas que algunos paranóicos ya pueden estar pensando a estas alturas del post. La única manifestación pública en la que he participado en mi vida fue en la del 12-M. Y fuí a pesar de que no estaba conforme con el eslogán. Pero me parecía más importante estar allí. Y no me arrepiento para nada de haberlo hecho.

De hecho, las propuestas "nacionalistas" - regionalistas, es un término que creo más adecuado - no me gustan. E incluso siento cierto rechazo inherente a la idea. El empeñarse en crear "islas exclusivas" en las cuales se veta el acceso a "los de fuera" en función de criterios necesariamente absurdos me parece viable en la Edad Media, pero en un mundo cada vez más y más globalizado es bastante absurdo y - lo que es peor - potencialmente perjudicial para quienes lo practiquen, quienes lo sufran, y generaciones sucesivas de estas personas.

Tampoco estoy abogando por un estado centralizado, una "España única", con cierta uniformidad cultural. No estoy proponiendo abolir ni idiomas ni características de las diferentes regiones (o naciones, como les gusta llamarse) de España. Mi madre es extranjera, y cuando yo era un bebé me hablaba en si idioma materno. Dejo de hacerlo por presiones del entorno (entorno español) y el resultado es que yo tuvé un retraso de 20 años en aprender un idioma que podría haber estado hablando con fluidez a los 3. Soy tan víctima de la estrechez de miras y la cerrazón mental como pueda haberlo sido cualquier vasco o catalán durante el franquismo, o cualquier castellano emigrado al País Vasco, Cataluña, u otros lugares hinóspitos de nuestra geografía. Aquí no se trata de que gane uno u otro. Se trata de coexistir.

Sigo ahora, después de haber dejado clara mi posición.

Este boicot que surgió como respuesta frente a la aprobación del "Estatut" en el parlamento catalán es considerado por quienes lo practican una respuesta medida, pacífica, y legal. Se trata meramente de ejercer los derechos y la libertad que como consumidores disfrutamos en este país para ejercer presión sobre los organismos de decisión políticos y legislativos. Si se demuestra suficiente fuerza - un porcentaje muy elevado de consumidores secunda el boicot - y efecto - el consumo desciende de manera dramática, es decir, mucho en un corto período de tiempo - el grupo de consumidores boicoteadores consiguen que las principales víctimas del boicot, los productores de los productos boicoteados, lleven a cabo un cambio de política de forma que se adecua más a lo que el grupo de consumidores desea, y entonces estos cesan el boicot.

Bien, esto es la teoría. Y estoy totalmente de acuerdo con ella. Un boicot me parece una medida legal, pues no rompe ninguna ley. Es una medida pacífica, pues no implica el uso de ninguna violencia. Y quienes lo practican tienen todo el derecho a hacerlo. Prohibirselo sería nefasto, y estoy dispuesto a defender el derecho (uno de los pocos que ya nos quedan) que los consumidores tenemos a boicotear aquello que deseemos por las razones que creamos oportunas. Sin embargo, abusar de nuestros derechos es una manera de socavarlos. Si los usamos insistentemente en nuestro perjuicio no obtendremos el resultado esperado, e incluso perderemos credibilidad y poder como grupo de consumidores. Yo no pretendo discutir sobre lo razonable del derecho de boicot, sino poner en evidencia la razonabilidad y eficiencia de este boicot en particular.

Para empezar hablemos de su fuerza y su efectividad. Esta es verdaderamente cuestionable. La verdad es que es díficil de medir, porque las fluctuaciones en las ventas de un producto pueden haberse debido no sólo al boicot en si mismo, sino también a cambios en los precios, en los gustos de los consumidores, o tener su origen en otros muchos factores. Cuando caen las ventas de un producto yo - ignorante como soy de los estudios de marketing - no veo forma de separar que parte es culpa del boicot, y cual es causada por otras cosas. Sin embargo, creo poder hacer una estimación. Yo pienso que, tirando por lo alto, el boicot es seguido por un 10% de los consumidores. ¡Ojo!. Esto no equivale al 10% de la población del país ni mucho menos. Es el 10% de las personas que tienen poder de tomar decisiones de consumo. En el caso que comentaba al inicio, entre la madre, la hija, y el padre que era quién tomaba la decisión sobre la compra de las nueces es el 33% de la población considerada, y de ahí el 10% es el 3,3% de la población total (sólo el 33% de la población, los padres, toman una decisión de compra sobre nueces, y de estos sólo el 10% toman su decisión de acuerdo con el boicot). Además, hay zonas como el País Vasco y Cataluña en las que o bien creo que el boicot es más anecdótico que real. Y hay otras regiones, como Navarra, Galicia, Valencia o las Islas Baleares, en las que creo que hay razones culturales o de afinidad política para pensar que menos (a veces, bastante menos) del 10% de los consumidores locales mantienen un boicot con este respaldo ideológico y cultural.

Mi estimación del 10% se basa en las cifras que - tirando de memoria - los medios daban respecto a la mencionada bajada en las ventas de cava durante la Navidad aquella que ya mencioné. Ellos mantenían que el descenso de ventas de cava en esa campaña navideña estaba entre el 10-15% de las ventas del año anterior (una Navidad "normal", por llamarla así). Teniendo en cuenta que el ánimo (y sobre todo el bolsillo) de varios de esos patriotas enfervorizados de entonces se haya aplacado, me parece razonable - e incluso optimista - mantener que el 10% de aquellos que toman las decisiones de consumo (los consumidores) sostienen el boicot.

El 10% no es mucho, pero tampoco es poco. Los boicoteadores pueden sentirse - y se sienten, porque he hablado con algunos de ellos - orgullosos de lo logrado. Y no obstante, en las semillas del éxito de sus acciones se encuentra la cosecha del fracaso de sus intenciones. Al tiempo que anunciaban el descenso de las ventas nacionales de cava, los medios de comunicación mitigaban la dureza de la noticia comentando que estas perdidas se habían compensado en parte con un incremento de las exportaciones a otros países. Por lo que recuerdo estas habían aumentado un 4-5% durante esa misma campaña navideña. Ciertamente, no era lo suficiente para compensar de las perdidas sufridas durante ese período. Pero lo importante es que el boicot había logrado impulsar a los productores a volverse hacia el mercado exterior, reduciendo su dependencia de los deseos de los consumidores españoles. Creo que es razonable pensar que los productores (de cava y de otras cosas) hayan proseguido con está estrategia tras el susto de aquellas navidades, para cubrirse ante futuras reacciones en ese sentido. Este es el primer gran logro de los boicoteadores: reducir la interdependencia entre sectores y regiones que servía para cohesionar este país. Estamos hablando de porcentajes pequeños y de cantidades limitadas de productos, pero lo importante es que se ha mostrado una futuro económico viable (la exportación) para aquellos a quienes se pretendía castigar.

Y es que en unos mercados tan globalizados e interconectados como los de hoy en día, pretender causar daño mediante un boicot es harto díficil sino imposible. El productor afectado puede reaccionar vendiendo su producto en otro lugar donde no le había compensado vender antes. Incluso reducir algo el precio le puede compensar, porque siempre le será mejor vender ese 10% a un precio inferior en otro país que no venderlo. Si el porcentaje de pérdidas por el boicot fuera mucho mayor en el corto plazo, el productor no podría colocar en otros mercados tanto producto no vendido en un espacio razonable de tiempo. En ese caso se podría decir que el boicot ha tenido éxito en promover las ideas políticas que lo originan. Pero incluso eso es dudoso en este caso, como comentaré más adelante. Y lo cierto es que el éxito máximo que se le puede atribuir a este boicot de momento es sólo del 10%. Y no parece que crezca. Es demasiado poco para tener el efecto deseado, y suficiente para tener el efecto no deseado que he mencionado en el párrafo anterior.

Los mercados exteriores no son la única vía que tienen los productores objetivo de este boicot para escapar a sus efectos. Hay otras como adquisición de empresas subordinadas o filiales en zonas que no sean "sospechosas" para envasar allí sus productos acabados en otro lugar. También la cantidad de elementos diferentes que forman un producto escapan a nuestro control. Si el padre del que ha hablado al inicio compra turrón con nueces hecho en, digamos, Albacete. ¿Quién no puede asegurar que las nueces que componen el turrón ha salido de la misma explotación cuya bolsa ha rechazado por su origen?.

Aún puestos en duda el seguimiento y la efectividad directa del boicot, se puede argumentar que estos argumentos refuerzan la idea de que precisamente si fuera secundado por más "patriotas" el efecto sería lo suficientemente dramático como para tener éxito en cambiar la política de las regiones cuyos productos se pretende boicotear. Para que esto sea así los productores boicoteados tienen que ser directamente responsables de la política de la Comunidad Autónoma en la que están asentados, y por otro lado la población de esa región ha de sentir miedo o impresión por una demostración de fuerza - que es lo que pretende ser - que es el boicot.

Y sin embargo, estos dos supuestos son totalmente cuestionables en nuestro caso. Si bien podría haber una importante cantidad de apoyos entre los empresarios catalanes hacía ideas nacionalistas en su región, la influencia directa que pudieran tener sobre los políticos más nacionalistas es bastante tenue. Ciertamente, yo no veo al empresario de las nueces teniendo una influencia devastadora en el parlamento catalán. Como ya hacen a nivel nacional, los políticos en nuestro país hacen lo que les viene en gana, sobre todo si cuentan con una mayoría parlamentaria que confíen en mantener en cada elección con medidas y discursos populistas.

Aquí es donde entra en consideración el efecto de un boicot sobre la población de la Comunidad boicoteada. No hace falta mucha imaginación ni empatía para darse cuenta que un boicot, independientemente del éxito que tenga, será visto por la población como una amenaza a su bienestar y sus puestos de trabajo. Hasta el político regionalista más tonto reconocerá este hecho y lo explotará en beneficio de sus ideas, ganando apoyos incluso entre personas que no tenían razón previa para ser nacionalistas. La mera existencia del boicot no sólo no reduce el nacionalismo, sino que lo incrementa.

Además, el boicot en sí es una medida silenciosa, adoptada por un colectivo con el que es muy díficil negociar para finalizarlo puesto que generalmente ninguna fuerza política (bueno, un par sí, pero llamar a los fachas fuerza política...) se hace responsable directa de haber promovido la medida ni va a representarla directamente. Cuando no hay negociación posible entre dos partes, la única alternativa que queda es el endurecimiento de las posturas. Este factor del boicot también favorece y endurece el nacionalismo.

La adopción de esta medida de boicot es indiscriminada, y por ello una negación de cualquier posibilidad de negociación y conciliación de posturas. Lo que consciente o insconcientemente pretenden los boicoteadores es un triunfo total, una rendición incondicional. Algo así sólo lo he encontrado en las novelas de aventuras, en las películas y en las fantasías de algún chalado. Cierto es que los nacionalistas más extremos tienen sueños similares, que deseo no hagan realidad. Mas la verdad es que esta historia del boicot les está favoreciendo de una manera desproporcionada respecto al efecto económico real del mismo.

Ya he aclarado que no estoy a favor del regionalismo, ni tampoco del españolismo. ¿Cuál es mi postura?. Este país ha vivido un largo período de intenso centralismo, durante el gobierno de Franco. Cualquier tendencia de representación de las regiones era, cuanto menos, mal vista, sino aplastada. Es por ello natural que ahora haya esta tendencia actual a los regionalismos. Como nación, estamos aprendiendo a gobernarnos. Estamos en el período más prolongado de nuestra historia sin la tutela de un déspota, un dictador, o un rey. Y aún nos queda mucho camino por recorrer, muchos errores que cometer. Con el tiempo la opción política del regionalismo cometerá excesos, y ser hará impopular...

... si antes no se le da protagonismo y buena prensa con comportamientos como el boicot. Los tiempos son duros, y hacer frente directamente a aquellos de nuestros conciudadanos que piensan de manera diferente únicamente conseguirá radicalizar sus posturas, tanto como los boicoteadores han radicalizado las suyas.

¿No hacer nada?. ¿Dejar que los nacionalistas se salgan con la suya?. No. Se les planta cara en las elecciones, en los parlamentos, incluso en los juzgados. Pero también hace falta no darles munición, como ya he dejado bien claro que sucede. Muchos recurriran al honor como excusa para comportarse así. Pero yo les digo que el honor que te hace actuar contra tu propio interés y objetivos declarados no es honor, es estupidez, y las acciones que de el se derivan son la pataleta de un niño.

No confio haber cambiado nada con estas líneas. No hubiera servido de nada interpelar al señor aquel en el supermercado. Ni unos ni otros van a cambiar de opinión a corto plazo. Sin embargo, no puedo permanecer callado ante tanta estúpidez. Incluso si no consigo nada, por lo menos alguien podrá ver que no todo el mundo estaba loco en estos tiempos. Y por lo menos... ¡es que estaba harto de permanecer callado!.

2 comentarios:

  1. Actualmente hay un debate en Francia sobre la "identidad nacional" de la cual se burla un dibujante en "Le Canard Enchaîné" - un francés festeja las navidades sentado delante de unas lonchas de salmón noruego y una botella de champán extranjero mientrás se centra en el problema de la identidad nacional.

    También te puede interesar el famoso discurso de Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, poco antes de su muerte.

    http://members.fortunecity.es/laguerracivil/unamuno.htm

    Hay varias versiones, pero coinciden más o menos en lo ocurrido. Demuestran claramente lo complejo de la realidad española y lo inútil de las supuestas soluciones fáciles (y a veces violentas).

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  2. Conocía fragmentos del discurso de Unamuno por la biografía de Franco de Paul Preston. Lo que me ha quedado grabado es la frase "¡venceréis, pero no convenceréis!". Como a todo el mundo, los libros que he estado leyendo han ido formando mi carácter y mis opiniones. En este caso, no creo que se trate de la victoria de quien sea, sino de convencer.

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