En mi lugar de trabajo tenemos este compañero que parece emitir un carisma especial. Es el más viejo del grupo, pero no está avejentado. Tiene una voz suave, que nunca levanta. Mantiene en todo momento un tono afable. Medio en broma le comparamos con el actor Jesús Puente en su papel de presentador del programa de enlaces "Su media naranja".
Esta semana se dirigió hacía dónde yo y otros compañeros nos encontrábamos con unos papeles en la mano. Era una noticia impresa de un diario digital. La que anunciaba las irregularidades de un destacado miembro del partido Podemos en su relación con la Universidad de Málaga. Hasta había subrayado en rotulador algunas líneas del artículo. De manera inmediata comunicó su conclusión acerca de la noticia: ¿Y está gente pretende acabar con la corrupción?; esta claro que no están cualificados para ello, puesto que son corruptos.
La idea me chirrió al instante, aunque en ese momento no supe explicar por qué. Lo que si acerté a decir a los demás es que la noticia era total y absolutamente irrelevante. No iba a disuadir a mucha gente de votar a Podemos. En mis casi 40 años de vida he visto centenares de denuncias de corrupción y chanchullos en nuestro país, y ello no ha impedido que la población continúe votando a los partidos a los que pertenecían estos corruptos. El motivo de esto lo he visto muchas veces. Los votantes han elegido entre un partido u otro por motivos distintos de la corrupción, como identificación ideológica o porque esperaban que este partido les recompensase con medidas que les favorecían de una u otra manera si conseguían llegar al poder. En este contexto, la corrupción de los miembros del partido al que votan les parece un coste necesario para lograr aquellas otras cosas que les son realmente importantes.
Tendemos a relativizar la corrupción. Exacerbamos la de aquellos cuya posición ideológica o social es diferente de la nuestra, y minimizamos el impacto de los que nos son cercanos. Por ello, el efecto de las noticias de corrupción es mucho menor que lo que podríamos esperar por su espectacularidad. De hecho, llegan a ser hasta irrelevantes. Sobre todo si son muchas y nos sentimos saturados.
¿Quiere ello decir que la corrupción no es un problema en España?. Si lo es. Pero no como un problema en sí mismo, sino como la manifestación patente de otros problemas más profundos de nuestro país que tienen que ver con la opacidad de la gestión pública y la relativa ausencia de separación de poderes. Denunciar una y mil veces los casos de corrupción que resultan de estos defectos es sólo un primer paso, insuficiente en sí mismo. Hay que analizar las raíces del problema y plantear soluciones concretas, realizables, y creíbles. El discurso basado en "ellos (también) son corruptos" se queda es superficial y no contribuye a solucionar nada. De hecho, sirve como herramienta para el atrincheramiento en el discurso político. Cada partido o bando en una discusión se atrinchera en sus posiciones y se limita a ceder lo menos posible frente a los otros.
El atrincheramiento ha sido una herramienta de nuestros partidos políticos desde que nuestra constitución entro en vigor hace 36 años, y en España ha sido una herramienta clásica en cualquier discusión - por nimia que sea - durante siglos. Como mecanismo de interacción social atrincherarse ha tenido sus ventajas, sobre todo en el corto plazo, pero lo cierto es que ha sido una de las rutas que nos ha llevado hasta donde estamos ahora y no sirve para sacarnos de aquí. Es por ello que la mera denuncia de casos de corrupción no basta en sí misma. Es preciso también proponer medidas.
¿Pueden estas medidas ser propuestas por alguien que no sea corrupto?. ¡Por supuesto que sí!. Pero la cuestión realmente es, ¿hay alguien a quien podamos definir como no corrupto para que pueda asumir esa tarea?.
En una comida con compañeros de trabajo hace dos años salió el tema de la corrupción con los típicos comentarios de reprobación de la clase política. Entonces uno de nuestros compañeros contesto "¿Pero quien hay que no sea corrupto?, ¿tú no eres corrupto?", dijo señalando a uno de nosotros, "¿y tú?". Acto seguido, y para subrayar su argumento, nos confesó que había mentido para lograr una plaza de guardería para su hijo. La respuesta que obtuvo fue un silencio triunfal para él e incómodo para nosotros mientras repasábamos mentalmente algunos de nuestros pecadillos.
¿Hay alguien que no haya cometido alguna ilegalidad, por pequeña que sea?. ¿Todos han cumplimentado debidamente sus formularios de impuestos sin el más mínimo error intencionado o no?. ¿Nadie se ha saltado una norma de tráfico cuando nadie estaba mirando?. ¿Hemos pagado o cobrado todas nuestras facturas con IVA?. ¿Percibimos nuestro salario en B, aunque sea una parte?. ¿Nadie ha mentido, aunque sea sólo un poco, para obtener una subvención, beca, o plaza por pequeña o poco remunerada que sea?. En banca se contemplan muchas pequeñas irregularidades de este tipo, cubiertas por la confidencialidad bancaria. A ciencia cierta sé, basándome en mi propia experiencia, que millones de las viviendas que cambiaron de manos durante nuestra burbuja inmobiliaria incluyeron algún pago en B para evadir el impuesto de transmisiones y reducir lo declarado por incremento del patrimonio en el IRPF.
Entender la corrupción en los términos que planteaba aquel compañero en la comida de hace dos años nos deja como miembros incorruptos de nuestra sociedad a los elementos más marginales de la misma, aquellos que no tienen ningún poder y apenas interactúan activamente en ella. Bebes y niños, algunos mendigos, eremitas y demás gente que vive aislada. Si entendemos la corrupción como un absoluto en el que se es corrupto o no simplemente con haber cometido un sólo acto no conforme a la ley, entonces podemos decir que toda persona que tome parte aunque sea sólo un poco en nuestra economía moderna termina siendo corrupto invariablemente.
Todos somos corruptos. Este es el planteamiento que se sigue de entender la corrupción como algo absoluto. Según ese criterio, el que ha mentido para obtener un contrato de 1.825€ al mes es tan corrupto como el que ha desviado millones de fondos de ayuda de la Unión Europea a los bolsillos de algunos amigos suyos. Y si seguimos el planteamiento de mi afable compañero de trabajo, tanto el uno como el otro son igual de inválidos para plantear soluciones a la corrupción. Ninguno de los dos querría eliminar la corrupción porque cada uno perdería lo que obtiene de ella.
Ese planteamiento le puede estar chirriando a más de uno. Pero por el momento lo daremos por válido. La conclusión es inevitable. No existe nadie que sea incorrupto, luego nadie puede acabar con la corrupción, luego no se puede hacer nada al respecto.
Entonces, ¿nos quedamos sin hacer nada?. Atrincherados cada uno en nuestras posiciones, rechazando toda propuesta que se realice para solucionar el problema de la corrupción porque quien la plantea es corrupto según nuestra definición absoluta de corrupción.
No es nada recomendable. Si nadie hace nada, el estado actual de las cosas se consolidará como estructura de valores sociales. De hecho, ya lo es en cierto modo. Y entonces la opacidad de la gestión pública, y la ineficiencia y corrupción resultantes serán tan generalizados que podemos caer en un pozo sin fondo. Hay crímenes peores que un desvío de fondos que pueden acabar sin castigo cuando un país se ha dejado llevar tan lejos por el camino de la corrupción.
Hace falta tomar medidas contra la corrupción y, a falta de un ángel que descienda del cielo con una espada flamígera en la mano con la que purificar la nación, esas medidas tendrán que ser propuestas por personas corruptas, al menos en el sentido absoluto de la corrupción que hemos visto.
Estas medidas están sobre la mesa en las charlas sobre política en nuestro país en este momento. La corrupción es no sólo un tema de actualidad, es una de las principales preocupaciones de la población. Los partidos políticos no son sólo aspiradoras de dinero público, por el momento también siguen siendo la herramienta que articula las preocupaciones de la población y las convierte en medidas de acción pública. Si no responden a estas inquietudes de la población, ésta les da la espalda y deja de votarles, y trasladará su voto a aquellos que si responden a esas inquietudes con propuestas de medidas.
Todos los partidos políticos han adelantado propuestas de medidas contra la corrupción. No pienso entrar a valorarlas una por una. En cambio me atrevo a hacer un pronóstico sobre su efectividad. Si entendemos que todos los partidos políticos son corruptos sin excepción, serán más efectivas las medidas de aquellos partidos que menos se benefician del actual estado de las cosas y de la corrupción.
Es bastante lógico. Iñigo Errejón puede proponer medidas que salvan su parcela de corrupción y sus 1.825€ al mes, pero que perjudican a los que desvían millones. En cambio, los que están metidos hasta el fondo y desvían millones a cuentas en Suiza tienen mucho más que perder, y por ello tenderán a proponer medidas bastante cosméticas que afectan poco o nada a las cantidades que se desvían. Si eso falla en aquietar a la población, pueden optar por atrincherarse, denunciar las corruptelas de los otros y relativizar las propias.
Ello no exculpa a Errejon. Lo que hizo está mal. Pero si queremos evitar el atrincheramiento y solucionar el problema de la corrupción hay que ser realistas. No podemos aspirar a acabar con toda la corrupción de golpe. Eso es tan poco realizable como esperar a que aparezca alguien que no sea corrupto en absoluto para plantear las medidas necesarias, y encima lograr imponerlas. Existe corrupción en nuestra clase política, y existe corrupción en nuestras universidades. Podemos darnos por satisfechos si ponemos coto a la clase de corrupción más seria.
Y es que, una vez más, la corrupción no es un absoluto, sino que es relativa. En el sentido absoluto yo soy corrupto, lo mismo que tú que estas leyendo esto, y lo mismo que muchas personas de nuestro entorno, lo mismo que Errejón, y lo mismo que el tesorero del Partido Popular que acepto dinero de empresas y lo desvió a cuentas en Suiza. Pero ponernos a todos en el mismo nivel no tiene sentido. Yo no he desviado millones de euros a una cuenta en Suiza, ni tú lector tampoco, ni - que yo sepa - Errejón. Nadie está libre de toda culpa, pero la culpa de aquel que desvía millones en relación a nuestros pecadillos es tan grande que equipararnos a él equivale a obviar la viga en el ojo ajeno porque tenemos una astilla en el propio.
Hay que acabar con la corrupción. Y las medidas para hacerlo tienen que provenir de gente imperfecta. Muy probablemente nosotros mismos. Y no podremos acabar con toda la corrupción de un plumazo, pero podemos comenzar terminando con la que más nos cuesta a nuestros bolsillos.
En la vida y en la política puede ser agradable hablar en términos teóricos y absolutos. Pero cuando se trata de plantear soluciones realizables hace falta ser realistas. En la vida y en la política nada es blanco o negro, sino gris. Sin embargo, que el blanco más brillante sea inalcanzable en la realidad no es excusa para permitirnos deslizar hacía la negrura.
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¿Pueden estas medidas ser propuestas por alguien que no sea corrupto?. ¡Por supuesto que sí!. Pero la cuestión realmente es, ¿hay alguien a quien podamos definir como no corrupto para que pueda asumir esa tarea?.
En una comida con compañeros de trabajo hace dos años salió el tema de la corrupción con los típicos comentarios de reprobación de la clase política. Entonces uno de nuestros compañeros contesto "¿Pero quien hay que no sea corrupto?, ¿tú no eres corrupto?", dijo señalando a uno de nosotros, "¿y tú?". Acto seguido, y para subrayar su argumento, nos confesó que había mentido para lograr una plaza de guardería para su hijo. La respuesta que obtuvo fue un silencio triunfal para él e incómodo para nosotros mientras repasábamos mentalmente algunos de nuestros pecadillos.
¿Hay alguien que no haya cometido alguna ilegalidad, por pequeña que sea?. ¿Todos han cumplimentado debidamente sus formularios de impuestos sin el más mínimo error intencionado o no?. ¿Nadie se ha saltado una norma de tráfico cuando nadie estaba mirando?. ¿Hemos pagado o cobrado todas nuestras facturas con IVA?. ¿Percibimos nuestro salario en B, aunque sea una parte?. ¿Nadie ha mentido, aunque sea sólo un poco, para obtener una subvención, beca, o plaza por pequeña o poco remunerada que sea?. En banca se contemplan muchas pequeñas irregularidades de este tipo, cubiertas por la confidencialidad bancaria. A ciencia cierta sé, basándome en mi propia experiencia, que millones de las viviendas que cambiaron de manos durante nuestra burbuja inmobiliaria incluyeron algún pago en B para evadir el impuesto de transmisiones y reducir lo declarado por incremento del patrimonio en el IRPF.
Entender la corrupción en los términos que planteaba aquel compañero en la comida de hace dos años nos deja como miembros incorruptos de nuestra sociedad a los elementos más marginales de la misma, aquellos que no tienen ningún poder y apenas interactúan activamente en ella. Bebes y niños, algunos mendigos, eremitas y demás gente que vive aislada. Si entendemos la corrupción como un absoluto en el que se es corrupto o no simplemente con haber cometido un sólo acto no conforme a la ley, entonces podemos decir que toda persona que tome parte aunque sea sólo un poco en nuestra economía moderna termina siendo corrupto invariablemente.
Todos somos corruptos. Este es el planteamiento que se sigue de entender la corrupción como algo absoluto. Según ese criterio, el que ha mentido para obtener un contrato de 1.825€ al mes es tan corrupto como el que ha desviado millones de fondos de ayuda de la Unión Europea a los bolsillos de algunos amigos suyos. Y si seguimos el planteamiento de mi afable compañero de trabajo, tanto el uno como el otro son igual de inválidos para plantear soluciones a la corrupción. Ninguno de los dos querría eliminar la corrupción porque cada uno perdería lo que obtiene de ella.
Ese planteamiento le puede estar chirriando a más de uno. Pero por el momento lo daremos por válido. La conclusión es inevitable. No existe nadie que sea incorrupto, luego nadie puede acabar con la corrupción, luego no se puede hacer nada al respecto.
Entonces, ¿nos quedamos sin hacer nada?. Atrincherados cada uno en nuestras posiciones, rechazando toda propuesta que se realice para solucionar el problema de la corrupción porque quien la plantea es corrupto según nuestra definición absoluta de corrupción.
No es nada recomendable. Si nadie hace nada, el estado actual de las cosas se consolidará como estructura de valores sociales. De hecho, ya lo es en cierto modo. Y entonces la opacidad de la gestión pública, y la ineficiencia y corrupción resultantes serán tan generalizados que podemos caer en un pozo sin fondo. Hay crímenes peores que un desvío de fondos que pueden acabar sin castigo cuando un país se ha dejado llevar tan lejos por el camino de la corrupción.
Hace falta tomar medidas contra la corrupción y, a falta de un ángel que descienda del cielo con una espada flamígera en la mano con la que purificar la nación, esas medidas tendrán que ser propuestas por personas corruptas, al menos en el sentido absoluto de la corrupción que hemos visto.
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Estas medidas están sobre la mesa en las charlas sobre política en nuestro país en este momento. La corrupción es no sólo un tema de actualidad, es una de las principales preocupaciones de la población. Los partidos políticos no son sólo aspiradoras de dinero público, por el momento también siguen siendo la herramienta que articula las preocupaciones de la población y las convierte en medidas de acción pública. Si no responden a estas inquietudes de la población, ésta les da la espalda y deja de votarles, y trasladará su voto a aquellos que si responden a esas inquietudes con propuestas de medidas.
Todos los partidos políticos han adelantado propuestas de medidas contra la corrupción. No pienso entrar a valorarlas una por una. En cambio me atrevo a hacer un pronóstico sobre su efectividad. Si entendemos que todos los partidos políticos son corruptos sin excepción, serán más efectivas las medidas de aquellos partidos que menos se benefician del actual estado de las cosas y de la corrupción.
Es bastante lógico. Iñigo Errejón puede proponer medidas que salvan su parcela de corrupción y sus 1.825€ al mes, pero que perjudican a los que desvían millones. En cambio, los que están metidos hasta el fondo y desvían millones a cuentas en Suiza tienen mucho más que perder, y por ello tenderán a proponer medidas bastante cosméticas que afectan poco o nada a las cantidades que se desvían. Si eso falla en aquietar a la población, pueden optar por atrincherarse, denunciar las corruptelas de los otros y relativizar las propias.
Ello no exculpa a Errejon. Lo que hizo está mal. Pero si queremos evitar el atrincheramiento y solucionar el problema de la corrupción hay que ser realistas. No podemos aspirar a acabar con toda la corrupción de golpe. Eso es tan poco realizable como esperar a que aparezca alguien que no sea corrupto en absoluto para plantear las medidas necesarias, y encima lograr imponerlas. Existe corrupción en nuestra clase política, y existe corrupción en nuestras universidades. Podemos darnos por satisfechos si ponemos coto a la clase de corrupción más seria.
Y es que, una vez más, la corrupción no es un absoluto, sino que es relativa. En el sentido absoluto yo soy corrupto, lo mismo que tú que estas leyendo esto, y lo mismo que muchas personas de nuestro entorno, lo mismo que Errejón, y lo mismo que el tesorero del Partido Popular que acepto dinero de empresas y lo desvió a cuentas en Suiza. Pero ponernos a todos en el mismo nivel no tiene sentido. Yo no he desviado millones de euros a una cuenta en Suiza, ni tú lector tampoco, ni - que yo sepa - Errejón. Nadie está libre de toda culpa, pero la culpa de aquel que desvía millones en relación a nuestros pecadillos es tan grande que equipararnos a él equivale a obviar la viga en el ojo ajeno porque tenemos una astilla en el propio.
Hay que acabar con la corrupción. Y las medidas para hacerlo tienen que provenir de gente imperfecta. Muy probablemente nosotros mismos. Y no podremos acabar con toda la corrupción de un plumazo, pero podemos comenzar terminando con la que más nos cuesta a nuestros bolsillos.
En la vida y en la política puede ser agradable hablar en términos teóricos y absolutos. Pero cuando se trata de plantear soluciones realizables hace falta ser realistas. En la vida y en la política nada es blanco o negro, sino gris. Sin embargo, que el blanco más brillante sea inalcanzable en la realidad no es excusa para permitirnos deslizar hacía la negrura.
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