La Lenta Muerte de la Ofensiva Submarina.
Como ya he narrado en la entrada anterior, la cúspide de los éxitos de los submarinos alemanes tuvo lugar en abril de 1917, cuando 458 mercantes aliados y neutrales fueron enviados al fondo del mar, con un total de 841.118 toneladas.
La cifra no volvió a repetirse, aunque se mantuvo un buen nivel durante el verano con 352 barcos y 669.000 toneladas en junio, 262 y 534.000 en julio, y 207 y 477.000 toneladas en agosto. A partir de septiembre el nivel de éxitos flojeaba aún más, de manera que los éxitos de finales de 1917 se situaban en un nivel similar al de finales de 1916, antes de proclamar la ofensiva sin restricciones.
Ya hemos visto que a lo largo de 1917 los aliados mejoraron en cantidad y en calidad varias de las contramedidas que se disponían contra los submarinos. La cantidad de submarinos hundidos por los aliados se incrementó notablemente, pasando de 22 en 1916 a 68 en 1917 y otros tantos en 1918. Sin embargo, los reemplazos entrantes este año - unas 87 unidades en 1917 y 88 en 1918 - compensaron estas bajas y los alemanes pudieron mantener una media de 130 submarinos operacionales al mes en 1917 y 120 en 1918. Conclusión: el descenso de los éxitos alemanes no se debió a que disminuyera el número de submarinos.
Algo tenía que estar reduciendo la efectividad de los submarinos en el mar. Las adversidades del clima en el Océano Atlántico en otoño e invierno siempre habían afectado negativamente a las operaciones de los submarinos en torno a las Islas Británicas. Recordemos que los U-Boote operaban casi todo el tiempo en superficie. Esto podría explicar el declive a partir de otoño de 1917, pero el retorno del buen tiempo en primavera y verano de 1918 trajo cifras de hundimientos aún más bajas. El factor climático influía indudablemente en la efectividad. Pero no era decisivo ni explicativo del progresivo declive de los éxitos.
Otra explicación posible se encuentra en el desgaste de la fuerza submarina. Recordemos que el inicio de la Ofensiva Irrestricta estuvo acompañado de la cancelación de cualquier permiso para las tripulaciones y de reparaciones de mantenimientos para sus máquinas. La Ofensiva era un esfuerzo al máximo, a realizar en un breve espacio de tiempo para obtener un resultado concreto: el abandono de Gran Bretaña. Cuando dicho resultado no se produjo y siguió transcurriendo el tiempo, la falta de descanso y de mantenimiento indudablemente se hizo sentir. En abril de 1917, de 120 submarinos disponibles, 107 salieron al mar para llevar la ofensiva a su mayor nivel de éxito. Esto representa un nivel de operatividad del 90% de la fuerza. Este nivel se logró a cambio de sacrificar la sostenibilidad del esfuerzo, y es indudable que el porcentaje de operatividad descendería drásticamente en los meses siguientes.
El desgaste en las máquinas se hizo notar de manera especial en aquellos destacamentos de la fuerza submarina establecidos en zonas subdesarrolladas industrialmente y en las que, por lo tanto, las instalaciones portuarias eran deficientes. Así, el puñado de sumergibles basado en Constantinopla carecía de la posibilidad de ser reparado de manera duradera. Los sumergibles basados en el Imperio Austro-Húngaro tenían que compartir las modestas instalaciones del Adriático con las del país huésped, y como consecuencia de ello podemos leer como los períodos entre una patrulla y otra se iban prologando cada vez más, hasta llegar a ser de meses.
El desgaste en los hombres no sólo se hacía sentir por el agotamiento de llevar a cabo una patrulla tras otra con apenas una pausa entre una y otra y cada vez mayor riesgo. Por un lado la expansión del arma submarina germana se tuvo que mantener a costa de cierta calidad en la formación de oficiales y hombres. Aún más efecto en este sentido tenían los éxitos antisubmarinos aliados. Ya fuese muerto o capturado, la tripulación de un U-Boot se perdía junto con toda su formación y experiencia logradas. En cambio, las tripulaciones y oficiales aliados podían salvarse en la mayoría de los casos, y con ello se incrementaba la formación y experiencia de la fuerza antisubmarina.
Otro factor que influyo un poco en la pérdida de eficacia de los U-Boote fue que la Guerra sin Restricciones fue siendo cada vez más y más restringida, al menos de manera marginal. A cambio de mantener acuerdos ventajosos con algunos neutrales como Suecia, Holanda, y Dinamarca, barcos de estas y otras naciones se beneficiaron de instrucciones a los comandantes de los submarinos instruyéndoles en ejercitar cuidado a la hora de atacarlos sin someterlos a una inspección previa. Tras la claudicación del gobierno civil alemán ante sus propios militares, la introducción de estas restricciones suponían una pequeña recuperación de la parcela de poder de la cancillería dentro del Segundo Reich.
Mares Vacíos
Pero el principal factor que contribuyó a la perdida de efectividad de los submarinos alemanes fue la introducción del convoy. Y lo fue por unas razones que a pocos se les ocurre a la primera. Literalmente, los convoyes vaciaron los mares.
Cuando los buques mercantes disponen de libre circulación y sus partidas y arribadas son determinadas por criterios de eficiencia empresarial del armador de turno, cada barco suele navegar en solitario a una velocidad que optimiza el consumo de combustible de su maquinaria. De esta manera, los barcos están dispersos en una gran área de mar, aunque con mayor concentración en torno a unas rutas más directas entre origen y destino y en el área de aproximación a estos dos puntos.
En esta época los buques eran detectados por otras naves como lo habían sido desde el inicio de la navegación hace milenios: mediante la simple vista. En torno a cada barco se puede trazar un "círculo de avistamiento" de diámetro variable según la climatología, la fecha del año, y la hora del día. Dentro de ese círculo el barco podía ser avistado por un U-Boot. Si los buques mercantes navegaban dispersos, el área ocupada por dichos "círculos" era bastante amplia, lo que multiplicaba las oportunidades de algún barco por parte de cualquier U-Boot. Si el número de submarinos depredadores se ampliaba - como así fue sucediendo durante la guerra - se incrementaban los encuentros submarino-barco y con ellos los hundimientos.
La concentración de 20, 30, y hasta 50 barcos en un sólo convoy que navegaba unido a la velocidad del navío más lento en una formación cuadrada (la escogida tras varias pruebas) tenía como resultado el solapamiento de los "círculos de avistamiento" de los barcos que lo componían. El área de mar desde la cual se podía avistar todos esos barcos pasaba de ser amplia y dispersa a estar concentrada en una más pequeña y apenas más grande que la de un único barco. Las posibilidades de que el conjunto de esos barcos fuera detectado por un sumergible germano se habían reducido tremendamente meramente por el hecho de navegar todos juntos.
La manera en que los submarinistas germanos notaron fue esto fue por un proverbial "vacío en el mar". Partían en las rutas que conocían de siempre y que tan buenos resultados les habían dado hasta ahora y se las encontraban prácticamente vacías. Transcurrían muchos más días entre un avistamiento y otro. Los barcos avistados así eran a menudo los que no habían podido unirse a un convoy por ser demasiado lentos, veleros, o neutrales que no portaban contrabando.
Cuando los buques mercantes disponen de libre circulación y sus partidas y arribadas son determinadas por criterios de eficiencia empresarial del armador de turno, cada barco suele navegar en solitario a una velocidad que optimiza el consumo de combustible de su maquinaria. De esta manera, los barcos están dispersos en una gran área de mar, aunque con mayor concentración en torno a unas rutas más directas entre origen y destino y en el área de aproximación a estos dos puntos.
En esta época los buques eran detectados por otras naves como lo habían sido desde el inicio de la navegación hace milenios: mediante la simple vista. En torno a cada barco se puede trazar un "círculo de avistamiento" de diámetro variable según la climatología, la fecha del año, y la hora del día. Dentro de ese círculo el barco podía ser avistado por un U-Boot. Si los buques mercantes navegaban dispersos, el área ocupada por dichos "círculos" era bastante amplia, lo que multiplicaba las oportunidades de algún barco por parte de cualquier U-Boot. Si el número de submarinos depredadores se ampliaba - como así fue sucediendo durante la guerra - se incrementaban los encuentros submarino-barco y con ellos los hundimientos.
La concentración de 20, 30, y hasta 50 barcos en un sólo convoy que navegaba unido a la velocidad del navío más lento en una formación cuadrada (la escogida tras varias pruebas) tenía como resultado el solapamiento de los "círculos de avistamiento" de los barcos que lo componían. El área de mar desde la cual se podía avistar todos esos barcos pasaba de ser amplia y dispersa a estar concentrada en una más pequeña y apenas más grande que la de un único barco. Las posibilidades de que el conjunto de esos barcos fuera detectado por un sumergible germano se habían reducido tremendamente meramente por el hecho de navegar todos juntos.
La manera en que los submarinistas germanos notaron fue esto fue por un proverbial "vacío en el mar". Partían en las rutas que conocían de siempre y que tan buenos resultados les habían dado hasta ahora y se las encontraban prácticamente vacías. Transcurrían muchos más días entre un avistamiento y otro. Los barcos avistados así eran a menudo los que no habían podido unirse a un convoy por ser demasiado lentos, veleros, o neutrales que no portaban contrabando.
Ocasionalmente, un U-Boot lograba avistar un convoy. Radiar la posición con los primitivos medios radiotelegráficos de la época era prácticamente inútil. Las posibilidades de que algún otro sumergible o el mando en Alemania pudiesen recibir el mensaje eran prácticamente nulas.
Entonces, sólo quedaba atacar. El ataque tenía que proceder necesariamente en inmersión y con torpedos, puesto que incluso sin escolta la artillería que portaba la agrupación de mercantes era en su conjunto bastante peligrosa para el solitario submarino. Peligro que ya era indudable por la indefectible presencia de escoltas junto con los convoyes.
Como ya hemos estado viendo hasta ahora, el arma más efectiva de los sumergibles de esta época era la artillería, y eso a pesar de ser una de las peores plataformas artilleras de la historia naval militar. Lo cierto es que la mayoría de los sumergibles alemanes de 1917 todavía portaban pocos torpedos (unos 6 en muchos casos) y a menudo sólo podían lanzar andanadas de 2 torpedos. Si a eso le añadimos los primitivos medios disponibles para el cálculo de soluciones de tiro y la falibilidad mecánica inevitable de algunos de los torpedos, tenemos que solamente el 50% de los ingenios lanzados alcanzaban el blanco de manera efectiva - esto es, explotando y causando daños -. Incluso si un sumergible se topaba con un convoy, sorteaba la escolta, y se colocaba en posición de tiro, lo más que podía lograr a menudo eran dos aciertos. Tras eso, había que sobrevivir al contraataque de las escoltas y después, a seguir navegando con la esperanza de toparse accidentalmente con otro convoy antes de que la falta de combustible forzase un retorno a puerto. En resumen, incluso en el fortuito caso del contacto con el enemigo, la adopción del convoy dificultaba tremendamente el ataque de los submarinos y reducía bastante su efectividad en número de buques alcanzados.
La última patrulla de Karl Dönitz.
Lo más sorprendente de todo esto es la falta de reacción del Admiralstab. Haciendo gala de la misma miopía que habían sufrido al inicio de la guerra cuando pronosticaron un ataque naval británico que nunca llego a materializarse, el alto mando naval germano había simplemente descartado la adopción del convoy por parte del Almirantazgo. Esta incapacidad supina para ponerse en el lugar del adversario y adivinar sus reacciones es tanto más sorprendente en tanto que legos en la materia como el propio canciller Bethmann-Hollweg habían planteado esta cuestión en 1915-1916 mientras buscaba argumentos para resistirse a la proclamación del la Guerra Submarina sin Restricciones. Así, cuando los ingleses finalmente adoptaron el convoy, el Admiralstab continuó enviando sus sumergibles en patrullas individuales como lo había estado haciendo durante toda la guerra, sin alterar tácticas ni doctrinas, por falta de otro plan.
Una vez más, les tocó a los hombres en la línea de frente lidiar con las carencias de su alto mando. Durante el último año de la guerra los comandantes de los submarinos alemanes cambiaron cada vez más y más sus zonas de patrulla a zonas costeras. Hacían esto a sabiendas de que, una vez llegado a su destino, los mercantes de un convoy rompían formación y navegaba hacía su puerto de arribada definitivo en separado y sin escolta. Así, en el período entre febrero y julio de 1917 el 55% de todos los hundimientos se produjeron a más de 50 millas náuticas de la costa, el 25% entre las 50 mn y las 10 mn, y un 20% a 10 mn ó menos de la costa. Entre julio y diciembre de 1917 esas cifras cambian radicalmente y se convierten en 8% de hundimientos a más de 50 mn, 34% entre las 50 mn y las 10mn, y un 58% a 10 mn ó menos de la costa.
Este cambio en el patrón de los ataques sirvió durante un tiempo para mantener cierto nivel de éxito, pero para 1918 los británicos habían aprendido la lección y reforzaron las medidas de seguridad en las zonas costeras con convoyes costeros, campos de minas defensivos, y patrullas de buques y aviones. Las cifras de hundimientos continuaron cayendo.
En un intento de "vencer al convoy" el comandante del UB68 - Oberleutnant zur See Karl Dönitz - acordó en octubre de 1918 una reunión con otro sumergible germano en un punto del Mediterráneo dónde ambos se encontraban destacados. El plan era unir fuerzas para atacar conjuntamente un convoy que creían que iba a pasar por allí cerca.
El otro submarino no apareció, pero el convoy si, y Dönitz se decidió a atacarlo por su cuenta. En la noche del 3 al 4 de octubre el UB68 logró colarse sin ser visto dentro de la cobertura de las escoltas del convoy y hundió al mercante Oopack de 3.883 toneladas. Tras evitar de nuevo a las escoltas, emergió y avanzó en la noche a toda máquina para adelantarse al convoy y ponerse en posición de tiro.
Al volver a sumergirse para un nuevo ataque, el ingeniero jefe tuvo problemas para controlar el trimado de la nave. Cayeron a 60 metros de profundidad antes de controlar la nave y volver a ascender. A 30 metros tuvieron que inundar de nuevo los tanques para evitar una emersión incontrolada. Esta acción llevó al UB68 - cuya profundidad de prueba era de 70 metros - a los 102 metros de profundidad antes de que se decidiese vaciar los tanques con aire para evitar ser aplastados por la presión que ya estaba provocando inundaciones. Así fue como el UB68 emergió en medió del convoy de proa y con un ángulo de 45 grados.
El cañoneo de la escolta fue inmediato y certero. La inmersión, imposible, dado que los tanques de aire comprimido estaban vacíos. Dönitz ordeno abandonar la nave y encargó al ingeniero jefe abrir las válvulas para garantizar que el hundimiento del sumergible. El ingeniero fue el único miembro de la tripulación que no fue rescatado. Según algunos supervivientes se consideraba responsable de la pérdida del UB68 y optó voluntariamente por irse al fondo con la nave.
Para Dönitz, en cambio, la experiencia le llevó a reflexionar. Algo para lo que tuvo bastante tiempo tanto en el campo de prisioneros como en los años posteriores a la guerra. Según sus propias memorias, la táctica de las "Manadas de Lobos" se le ocurrió como resultado de esta última patrulla de desafortunado desenlace.
Esta, sin embargo, es una afirmación que contrasta con la realidad de otros intentos que se llevaron al final de la guerra de coordinar varios submarinos para atacar a un mismo convoy, que fueron llevados a cabo en la fase final de la guerra y de los que Dönitz seguramente llegó a tener noticia. Por lo que parece, todos los ensayos fueron resultado del mutuo acuerdo de varios comandantes antes de sus respectivas partidas. Es decir, los oficiales al mando no tomaron parte, ni siquiera parece que hubiera iniciativas por parte del mando naval. Se habló de equipar un U-Kreuzer - un submarino grande y amplio - con un equipamiento de radio de primera y un estado mayor para coordinar varios sumergibles en un área de combate, pero no se llegó a hacer nada.
Últimos refuerzos.
Durante todo este período final de la guerra, los astilleros germanos continuaron entregando sumergibles a la flota, algunos de los cuales serían precursores directos de los empleados por la Kriegsmarine en la siguiente guerra.
El más importante de todos ellos era el UB III. Derivado más del UC II que del UB II, este submarino "costero" era, sin embargo, tan grande como para tener autonomía suficiente para llegar al Mediterráneo navegando desde Alemania. Portaba el ya clásico cañón de 88mm., pero lo más notable de su armamento es que dentro de su relativamente pequeño casco habían conseguido apretujar 5 tubos lanzatorpedos con 10 torpedos. Una notable potencia de fuego en un buque tan pequeño. Otra ventaja era su breve tiempo de construcción. Podía ser entregado en poco más de un año desde que su encargo.
Con el UB III la Marina Imperial Alemana había encontrado por fin el sumergible que necesitaba para doblegar a Gran Bretaña. Desde mediados de 1917 hasta el final de la guerra fueron entregados unos 89, y había ordenados más del doble.
El exitoso UC II encontró su sucesor en el UC III, que era prácticamente lo mismo que el UC II aunque mejorando algunas asperezas del diseño anterior, como la pésima navegabilidad en mar gruesa y una mejora del campo de tiro de la pieza artillera de cubierta. Sin embargo, llegó algo tarde. Tan sólo unos 16 fueron entregados antes del final de la guerra.
Los submarinos de flota entregados en esta época eran algo más grandes que los modelos de la primera mitad de la guerra. La mejora más importante fue un incremento de los tubos lanzatorpedos y del número de ingenios que se llevaban a bordo. La preferencia del Admiralstab por el ataque por sorpresa con torpedos sobre el sistema de presa fue determinante en este aspecto de diseño, que resultó oportuno porque la introducción de los convoyes obligaba al primer método de ataque.
Sin embargo, el modelo de submarino más impresionante lanzado por los alemanes en esta guerra fue el U-Kreuzer. Como sucedía con los sumergibles de flota, no había un modelo unitario de este tipo, sino series similares entre sí. Incluyendo los U-Handelschiffe convertidos en los U151 a U157, un total de 10 sumergibles de esta clase llegaron a ser entregados. Las capacidades marineras de los U151 eran limitadas, pero los modelos que habían sido construidos desde la quilla arriba como U-Kreuzer (desde el U139 al U142) tenían prestaciones mejoradas en velocidad, navegabilidad, y velocidad de inmersión.
Estos sumergibles eran grandes, muy grandes. El mayor espacio servía para dotar de mejor habitabilidad a una tripulación aumentada, que llegaba a incluir trozos de presa para llevar barcos capturados a puertos alemanes. Portaban también la prodigiosa cantidad de hasta 24 torpedo y un millar de proyectiles de artillería. Ésta continuaba siendo el arma preferente de los "Cruceros Submarinos". Portaban, según el modelo, desde dos piezas de 150 mm. hasta 4 piezas de artillería en cubierta (2 de 150 mm. y 2 de 105mm.), con lo que su potencia de fuego en superficie llegaba a ser bastante notable.
Con el tamaño aumentado también se acomodaban mayores tanques de combustible, que dotaban a estos grandes sumergibles de una enorme autonomía. Esto y el conjunto de su diseño estaban destinados a ser empleados en aguas alejadas de las Islas Británicas, frente a la costa de América y en el Atlántico Sur. La idea era atacar allí dónde el enemigo no se lo esperaba y causar el mayor estrago posible. Al mando de muchos de estos navíos vemos a algunos de los mayores ases submarinistas de Alemania, como Forstmann o el propio Arnauld de la Periere.
Su suerte fue variada. Algunos consiguieron el éxito en la forma de varias docenas de buques hundidos. Otros fueron hundidos apenas comenzada su carrera y, finalmente, varios fueron sorprendidos por el final de la guerra cuando todavía se encontraban en construcción. Y es que el tiempo requerido para estas unidades - salvo los derivados de los U-Handelschiffe - era muy grande. 2 años desde que se ordenaban hasta su entrega. Leyendo acerca de ellos, uno no puede evitar llevarse la impresión de que se trataban de experimentos en los que la oficina encargada del diseño y el encargo de los submarinos dejó volar su imaginación con más entusiasmo que juicio.
Últimos estertores y caída.
El anuncio de la Guerra Submarina sin Restricciones se hizo con la expectativa muy definida tanto para el público alemán como el extranjero de que llevaría a Inglaterra a cesar las hostilidades en un período de tiempo relativamente breve. Este plazo había sido establecido previamente en unos seis meses por expertos al servicio de la Marina Imperial. Este plazo fue también uno de los puntos de apoyo del Admiralstab en su lucha con la cancillería por lograr el levantamiento de las restricciones operacionales de los submarinos. En unos seis meses desde el inicio de la ofensiva el Reino Unido abandonaría la guerra, se terminaría el bloqueo naval británico, y la vía de la victoria contra Francia y Rusia estaría abierta para las Potencias Centrales.
Sin embargo, a medida que transcurría el tiempo y pasaba el verano, se hacía evidente que los británicos no flojeaban y estaban dispuestos a mantenerse en la guerra el tiempo que hiciera falta hasta su victoria. La mejora de la situación con la introducción de los convoyes fue decisiva, pero también era patente que se había subestimado la capacidad de resistencia de las Islas Británicas. El gobierno británico introdujo medidas añadidas de racionamiento e inicio campañas para que todo aquel que tuviera un jardín lo convirtiese en un huerto. En retrospectiva podemos decir que hubieran hecho falta mucho más de seis meses de guerra submarina plena para doblegar al Reino Unido.
Dado el breve plazo que los líderes alemanes se habían establecido para el éxito, el fracaso no tardó en hacerse evidente. Henning von Holtzendorff, el jefe de la Marina, comenzó a afirmar que el no había dado un plazo de 6 meses, sino de 8, que los plazos eran orientativos y ninguna garantía, y otras excusas. Su posición quedó debilitada y terminó siendo relevado de su puesto en agosto de 1918 tras quedar en evidencia otra suposición errónea sobre la Ofensiva Submarina que tanto había promovido.
Theobald von Bethmann-Hollweg tuvo que dimitir mucho antes, en julio de 1917. A pesar de ser la cabeza de la oposición interna a la campaña submarina, se le hizo responsable del fracaso que esta suponía. Su dimisión fue forzada por el binomio Hindenburg-Ludendorff, quienes así apaciguaban un tanto las crecientes protestas del parlamento y mantenían su reputación intacta. El secuestro del gobierno alemán por los militares era total.
Entretanto, las Potencias Centrales se anotaban el mayor tanto de la guerra, y uno que no podía achacarse a la guerra submarina salvo a través de un prodigioso ejercicio de imaginación: La Revolución Rusa. El mismo febrero de 1917 el zar era depuesto. A pesar de lo cual el gobierno ruso decidió mantener al país en la guerra. La situación interna del gigante euroasiático continuó deteriorándose hasta que en noviembre la fracción bolchevique de los comunistas rusos daba un golpe de estado y se hacía con todo el poder. Como tenían bastantes problemas internos y siempre habían estado opuestos a la entrada de Rusia en la guerra, no tardaron en iniciar negociaciones de paz con los alemanes, que concluyeron en enero de 1918 haciendo vastas concesiones territoriales.
Ello permitió a los alemanes trasladar grandes cantidades de tropas desde el Frente Oriental al Occidental con el objeto de lanzar una última serie de ofensivas que decidiesen la guerra antes de que centenares de miles de soldados norteamericanos se dispusiesen a cruzar el Océano Atlántico para reforzar a los Aliados.
Estas ofensivas comenzaron en marzo de 1918 y se prolongaron durante toda la primavera hasta julio. En un derroche de sus últimas reservas de tropas y material, los alemanes disfrutaron inicialmente de gran éxito y lograron avances en el frente como no se habían visto desde 1914. Sin embargo, las tácticas no estaban lo suficientemente desarrolladas a nivel operacional como para llegar a un resultado decisivo. Lo primitivo de los medios de comunicación radiotelegráficos entorpecía - lo mismo que para los submarinos - la coordinación de las unidades en el avance, y la falta de medios motorizados hacía que las fuerzas alemanas en avance se movieran a la velocidad de un hombre a pie, mientras que los refuerzos destinados a detenerlas se trasladaban por vía férrea. Era una carrera imposible de ganar.
Tras la primera ofensiva en marzo, el éxito de cada ofensiva sucesiva fue siendo cada vez menor, hasta que los avances de las últimas apenas se distinguían de los obtenidos por tantas otras ofensivas fracasadas en el Frente Occidental. Al final, los alemanes habían gastado su último cartucho de ganar la guerra ofensivamente. Ya sólo les quedaba la esperanza de agotar a sus adversarios antes de que el cansancio de la guerra pudiese con las propias Potencias Centrales. Para ello, la Marina Imperial Alemana tenía que cumplir una vez más con las expectativas puestas en ella.
Como ya hemos visto, los alemanes asumieron que la guerra submarina a ultranza implicaba la entrada de los Estados Unidos en la guerra. Sabían perfectamente que esta creciente potencia mundial era grande, populosa, y dotada de recursos e industria en prodigiosas cantidades. Pero al mismo tiempo su ejército de tierra era minúsculo para los estándares de la guerra europea. Los americanos tardarían muchos meses en reclutar y entrenar un ejército lo suficientemente grande. E incluso tras eso tendrían que traerlo por mar a las costas europeas. En este último punto los alemanes confiaban en que el bloqueo submarino sería tan total que el traslado de estas tropas sería prácticamente imposible. Los E.E.U.U. como potencia quedaban así anulados.
Cabe preguntarse como es posible que la cúpula militar alemana confiase en impedir la llegada de los refuerzos americanos con los submarinos, si desde 1914 británicos y franceses habían estado trayendo a Europa refuerzos desde diversos puntos de sus respectivos imperios coloniales y únicamente habían sufrido reveses muy puntuales. Lo cierto es que hasta 1917 la restricción de ataques sobre buques de pasajeros había obligado a muchos comandantes a dejar pasar navíos en los que tenían duda acerca de si la carga era de civiles o soldados. También el número de submarinos era ahora mayor.
Mas eso no basto para impedir la llegada en masas de tropas americanas a Francia. Algún que otro transporte llegó a ser torpedeado. Pero la mayor parte de las tropas yanquis llegaron al continente sin haber siquiera olido la tan publicitada amenaza submarina germana, que se encontraba ya en franco declive. Dada su importancia, los transportes de tropas americanas gozaron de especial protección durante el viaje. A esto hay que añadirle la ya mencionada dificultad que tenían los sumergibles para, primero, encontrar un convoy, y luego además atacarlo con éxito.
La última "cagada" de la Marina Imperial se saldó, como hemos visto, con la dimisión de von Holtzendorff. Su puesto fue ocupado por el flamante héroe de Jutlandia, el almirante Scheer. Con el final de la guerra y la derrota a la vista, el equivalente naval de Hindenburg y Ludendorff se entrevistó con responsables de astilleros e industriales siderúrgicos para lanzar un ambicioso programa de construcción de sumergibles. Según este "Plan Scheer", entre octubre de 1918 y diciembre de 1919 se construirían 333 sumergibles de todos los tipos, y otros 421 estaban proyectados para todo 1920. Iban a utilizarse incluso pequeños astilleros que hasta entones no habían tenido apenas uso, y para los cuales se diseño un submarino costero con la denominación UF.
Lo menos que se puede comentar es "demasiado tarde". 222 sumergibles era lo que se había considerado necesario para un bloqueo eficaz de las Islas Británicas en 1914. Fantasear con 333 cuando la guerra ya estaba perdida resulta tan ilusorio que se ha adelantado la hipótesis de que Scheer promovió el programa con vistas más a mejorar su imagen pública ante el evidente final del conflicto, más que con la idea de que realmente pudiese llevarse a cabo.
En octubre de 1918 Hindenburg y Ludendorff recomendaban al gobierno de su país la iniciación de negociaciones para la paz. Los rumores de dichas negociaciones no tardaron en llegar a la aún poderosa Hochseeflotte. El relato tradicional nos cuenta como en noviembre de 1918 los marineros de la principal fuerza naval del país se amotinaron contra sus oficiales e iniciaron una revolución que se propagaría por Alemania al tiempo que el Kaiser Guillermo II abandonaba el país y se acordaba un Armisticio con los aliados. Sin embargo, ese relato obvia el hecho de que los oficiales de la flota, confrontados con el final de una guerra en la que su papel había sido de casi total inactividad, iniciaron preparativos para sacar toda la flota al mar para un último combate glorioso con escasas expectativas de éxito, y aún menores esperanzas de supervivencia. Hicieron esto aún habiendo recibido órdenes expresas del gobierno alemán preveniendoles de iniciar cualquier combate con la flota aliada (británica y americana) que sólo podía entorpecer las negociaciones en curso. Es por ello por lo que, según el periodista alemán Sebastian Haffner, los auténticos amotinados eran los oficiales, y no los marineros. Las acciones de estos iban en consonancia con las órdenes dadas por la autoridad legítima superior, el gobierno alemán, aunque su motivación de fondo fuera evitar una muerte inútil para satisfacer el degenerado concepto del honor de unos pocos.
CONCLUSIONES.
Las cifras.
Durante la Primera Guerra Mundial la Marina Imperial Alemana empleo unos 320 submarinos en 3.274 misiones en las que resultaron hundidos 6.394 buques mercantes con un total de 11.948.702 toneladas de registro bruto. Sólo en 1917 se envió al fondo la mitad de este tonelaje total, casi 6 millones de toneladas.
La marina mercante británica fue la principal víctima de esta devastación, con unas pérdidas de 7,8 millones de toneladas. La segunda víctima, a mucha distancia, fue un país que se mantuvo neutral durante todo el conflicto: Noruega, que perdió unas 1.180.000 toneladas. Francia ocupa la tercera posición con 900.000 toneladas.
A primera vista la disparidad de las pérdidas británicas con respecto a las de los otros países parece resultar de un peculiar ensañamiento de los teutones. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en 1913 los mercantes que enarbolaban la "Union Jack" en todo el planeta representaban - con más de 20 millones de toneladas de desplazamiento - el 43% de la capacidad de carga de todos los barcos del mundo. El segundo país por capacidad de carga eran los Estados Unidos, y su flota mercante abarcaba únicamente el 13% de la capacidad de carga mundial. A los submarinistas alemanes no les hacía falta ensañarse con los mercantes británicos. Había tantos que era inevitable tropezarse con ellos.
Más interesante es la cifra de pérdidas noruegas. Con unos 2.400.000 toneladas de desplazamiento en 1913, las bajas de esta guerra fueron un mazazo tremendo para una nación que no participaba en la guerra. Proporcionalmente fueron mayores que las británicas. También es llamativo el hecho de que, siendo su flota la 4ª más grande del planeta en 1913, sufriesen más bajas que los americanos (perdieron 450.000 toneladas), que tenían la 2ª flota mayor y además participaron en el último año y medio de la guerra. Existen dos posibles razones no excluyentes entre sí para esto:
a) El Reino Unido era el principal cliente comercial de Noruega, en una proporción mayor que los Estados Unidos, cuyos barcos tenían mayor variedad de destinos; los barcos noruegos navegarían casi todos hacía o desde las Islas Británicas y los U-Boote simplemente se tropezarían con ellos.
b) Los submarinistas alemanes ponían especial cuidado con la neutralidad de los buques norteamericanos, pero en cambio no tenían tantos escrúpulos con los barcos noruegos. Evidentemente, una entrada en la guerra de Noruega era mucho menos preocupante que la de la creciente potencia del otro lado del océano. Es difícil concebir que los comandantes de los submarinos dispensasen este trato diferencial entre neutrales sin instrucciones específicas desde arriba.
No sólo los civiles fueron víctimas de los U-Boote. En toda la guerra estos lograron enviar al fondo del mar 100 buques de guerra enemigos, incluyendo 10 acorazados, 10 cruceros acorazados, 7 cruceros, 21 destructores, y 10 submarinos. De nuevo fue 1917 el año con mayor éxito, hundiéndose 39 navíos de guerra de todo tipo y tamaño.
El arma submarina germana no pagó un precio barato por estos éxitos. 178 sumergibles se perdieron en combate. 69 por fuerzas de superficie, 18 por sumergibles enemigos, 34 por minas, desaparecieron unos 36 (buena parte de ellos, casi seguramente por minas también), 2 fueron hundidos por la combinación buques/aviones, y tan sólo 2 exclusivamente por aviones. Unos 43 sufrieron suertes que iban desde el internamiento hasta la autodestrucción, pasando por el embarrancamiento, 17 de ellos como resultado de la acción directa de las fuerzas aliadas. Las bajas en combate de 1917-1918 suponen más de 120 unidades. Aproximadamente el 50% de las tripulaciones perdieron la vida.
Lo Posible.
¿Tuvo el arma submarina germana posibilidades de decidir la guerra a su favor?. Los contemporáneos de ambos bandos así lo creían. Lo cierto es que las pérdidas efectivamente causadas por los submarinos resultaron tan elevadas como para poner las cosas muy difíciles a los aliados a la hora de reemplazarlas. Como botón de muestra valga decir que entre enero de 1917 y noviembre de 1918 los alemanes hundían 8 millones y medio de toneladas, al tiempo que los aliados construían siete millones para reemplazarlas. ¡Y eso que contaban con los astilleros norteamericanos!.
Para dar respuesta a la pregunta propongo como punto de partida Lo Posible. Es decir, aquello que era realizable dentro de los medios a disposición de los actores de nuestra historia. Para lo Posible se tiene en cuenta material, tecnología, y capacidad del capital humano. No se tiene en cuenta - ver Lo Plausible - consideraciones políticas, doctrina, o limitaciones psicológicas y culturales. Es, por lo tanto, un ejercicio de imaginación, muy habitual entre los aficionados a los juegos de guerra, que nos podemos permitir el lujo de recrear una y otra vez las mismas situaciones históricas en relativa comodidad, perfeccionando la estrategia partida a partida hasta llegar a una solución perfecta que, de acuerdo con los medios y reglas puestos a disposición por el juego, los actores históricos hubieran podido poner en práctica con los medios materiales y humanos que realmente tenían a su disposición.
El punto de partida de esta especulación es otra especulación. En junio de 1914 un estudio interno de la Marina Imperial Alemana determinaba en 222 los submarinos necesarios para aislar las Islas Británicas de sus líneas de suministro. El resultado de este estudio se basaba en la experiencia operacional acumulada con la fuerza de submarinos germanos existentes en ese momento, y que apenas ascendía a una décima parte de lo que el estudio consideraba necesario. Hemos de darle credibilidad a esta cifra porque, como veremos, durante la Segunda Guerra Mundial se consideraron necesarios unos 300 submarinos para lograr el mismo fin.
¿Hubiera podido Alemania construir 222 submarinos antes de agosto de 1914?. La respuesta es, definitivamente sí. El Segundo Reich contaba con la capacidad técnica e industrial para alcanzar esa cifra. La prueba de ello se encuentra en la carrera naval con Gran Bretaña. En 1905 los ingleses botaban el "Dreadnought", un nuevo tipo de acorazado que dejaba obsoletas todas las unidades navales existentes hasta la fecha. En una desesperada carrera por no quedarse atrás, Alemania botó 17 de estos modernísimos y muy costosos navíos entre 1905 y 1914. El coste del acorazado "Derfflinger" botado en 1914 ascendía 56 millones de marcos. El presupuesto de toda el arma submarina germana para 1912 (incluyendo construcciones y mantenimiento) ascendía a 20 millones de marcos para 18 unidades. La tripulación de un único acorazado ascendía a unos 1.200 hombres, que era la misma fuerza humana de todos los submarinos alemanes al comenzar la guerra.
Hubiera sido perfectamente posible que antes de la guerra Alemania desviase su capacidad de construcción naval militar de los acorazados que pasaron casi toda la guerra en puerto a los submarinos que resultaron ser el arma decisiva en el mar. Las cifras de costes se pueden considerar una representación bastante veraz de los recursos materiales y horas de trabajo empleados, y los costes de 17 acorazados superaban con mucho a los de 222 submarinos. Reclutar y formar las tripulaciones no hubiera sido tampoco problema. Con las tripulaciones de 10 acorazados se podían cubrir las plantillas de 200 submarinos.
El hecho de que Alemania fuese la última de las grandes potencias en iniciar la construcción de sumergibles no hace sino reforzar la credibilidad de este ejercicio teórico. La tecnología para la construcción de sumergibles como los empleados en la Gran Guerra existía ya desde finales de la década de los 1890, y ya en 1900 los Estados Unidos ponían en servicio su primer submarino. Comenzando en este año o en 1901, como sí hicieron otras naciones, Alemania hubiera dispuesto de tiempo sobrado hasta 1914 para desarrollar modelos tecnológicamente lo suficientemente avanzados y, lo que es más importante, hubiera podido desplegarlos en cantidad.
¿Cómo hubiera sido la guerra naval en la PGM si Alemania hubiera entrado en el conflicto con, digamos, unos 200 submarinos en lugar de sólo 20?. Tecnológicamente hablando, los submarinos se encontraban en ventaja hasta bien entrado 1917. Las contramedidas aplicadas hasta entones resultaron poco efectivas para destruirlos. Su efecto sobre las fuerzas navales enemigas es incierto. Los 100 barcos de guerra que si lograron hundir en los cuatro años de guerra son un resultado modesto, aunque en ocasiones fuera espectacular como el hundimiento del Cressy, Hogue y Aboukir. Y los U-Boote jamás fueron capaces de anotarse un tanto contra las unidades navales más decisivas: los Dreadnoughts. Este hecho revela, más allá de la sorpresa inicial lograda por el U-9, que la protección y la prudencia dispensados con los buques capitales aparentemente bastaron para mantenerlos a salvo de los U-Boote durante la guerra. Más submarinos hubieran tenido más posibilidades de toparse con las escuadras de acorazados británicas, pero que eso hubiese resultado en más Dreadnoughts hundidos trasciende de lo posible y pasa a ser especulativo.
La marina mercante aliada y neutral con partida y origen en Gran Bretaña era otro tipo de blanco más accesible y "blando". Como revelan los espectaculares resultados de abril de 1917, cuando un 90% de la fuerza de submarinos germanos se hacía a la mar y alcanzaba el record de hundimientos de toda la guerra, había una relación bastante directa entre el número de sumergibles empleados y la cantidad de mercantes enemigos hundidos por ellos. La cifra de 222 submarinos se había alcanzado en base al "principio de los 3 tercios", por el cual una fuerza de submarinos determinada podía mantener su esfuerzo en el tiempo con 1/3 de las unidades de caza en las áreas objetivo, 1/3 en tránsito de ida y vuelta a dichas zonas, y 1/3 de mantenimiento en puerto. Esto hace aproximadamente unos 150 submarinos en el mar (2/3) de manera constante durante muchos meses en lugar de sólo 107 en un mes, como sucedió en abril de 1917. Extrapolando cifras, los éxitos de hundimientos al comienzo de la guerra hubieran podido ser mayores que los de abril de 1917, y encima se hubieran podido mantener durante un período prolongado de tiempo.
Los incidentes internacionales como el del Lusitania se hubieran podido evitar, y de hecho se evitaron durante prolongados períodos de tiempo, implantando como obligatorio el sistema de Presa, por el cual los barcos eran inspeccionados y se permitía a las tripulaciones tiempo de sobra para abandonarlos. Como hemos visto, las repercusiones sobre la efectividad de los sumergibles eran minúsculas, y con un poco de prudencia por parte de los comandantes de los U-Boote era posible mantener el riesgo en el mínimo. El sentimiento aislacionista en los E.E.U.U. era muy fuerte, y la ausencia de incidentes dramáticos en el mar podría haber mantenido al gobierno de Washington fuera de la guerra, o al menos hubiera retrasado su entrada en el conflicto.
Naturalmente, los ingleses no se hubieran quedado cruzados de brazos y muy seguramente hubieran implantado el sistema de convoyes mucho antes de cuando lo hicieron realmente. Sin embargo, la táctica de los convoyes es casi tan antigua como la historia de la navegación en el mar. Su empleo era predecible y de hecho fue predicho. Para una marina alemana que se está preparando durante años para llevar adelante este conflicto con los submarinos como arma principal y casi única, anticipar los convoyes y preparar tácticas para su aparición era meramente de hacer uso del raciocinio y aplicar los resultados en maniobras y entrenamientos. Esto fue, de hecho lo que se terminó haciendo entre esta guerra y la siguiente.
Con los medios radiotelegráficos disponibles en la época, lo posible hubiera sido establecer "submarinos de mando" con equipos de radio más grandes y potentes, que hubieran servido para coordinar un grupo de sumergibles. El resultado hubiera sido concentrar fuerza de ataque en torno a fuerza de defensa, y coordinar las labores de búsqueda de los convoyes. Razonablemente, estas concentraciones mutuas de esfuerzos ofensivos y defensivos hubieran provocado una serie de duras batallas en las que ambos bandos intercambiaban golpes y se causaban bajas mutuamente. Pero incluso así los éxitos de los U-Boote hubieran sido notablemente mayores que los logrados en 1918 contra los convoyes en ausencia de todas estas medidas, causando importantes bajas a la marina mercante aliada de manera constante.
Lo Plausible.
Todo esto es muy bonito pero si cabía dentro de lo posible, ¿por qué no se llevo a cabo?. Es aquí donde tenemos que considerar lo Plausible, que es lo Posible visto desde el punto de vista de aquellos que tomaban las decisiones, en el momento en que las tomaban, y con la información que tenían a disposición en su momento y que siempre es menor que la nuestra.
La primera limitación es que es es muy difícil predecir como se va a luchar una guerra, y prácticamente imposible cuando va a comenzar. En nuestro ejercicio imaginativo una o varias personas dentro del gobierno y las fuerzas armadas alemanas tienen muy claro desde 1900 que van a librar una guerra naval contra Gran Bretaña, y que ésta va a tener comienzo en 12-14 años. Esto es mucho pedir. El último estado del cual tenemos conocimiento que intentase algo así fue la Alemania Nazi, y se equivocaron básicamente porque los países contra los que iban a guerrear les vieron venir y decidieron rearmarse ellos mismos y precipitar el conflicto antes de que fuese demasiado tarde. En nuestro caso concreto cabe preguntarse, ¿es creíble que el Reino Unido se hubiera mantenido inactiva mientras Alemania construía más de 200 submarinos?.
La respuesta es claramente no. Al comenzar la guerra el país con más submarinos en activo en el mundo era la propia Gran Bretaña, con 68 unidades. Le seguía Francia con 52. Lanzarse a construir ingentes cantidades de un arma totalmente nueva y que aún no ha sido probada en combate resulta, como decisión, bastante llamativo. Tanto o más cuanto se puede aspirar a ocultar 1, 2, o hasta tal vez una veintena de submarinos durante un par de años, pero desde luego no unos 200 en entrenamientos y maniobras en la década anterior al comienzo previsto de la guerra. Alemania no hubiera podido construir ni 100 sumergibles sin que los ingleses se preguntasen al menos "¿que pretenden estos?", y como no son tontos hubieran gastado menos dinero en "Dreadnoughts" y más en escoltas y en acelerar las tecnologías de detección y combate antisubmarinos. Elementos como los hidrofonos y las cargas de profundidad hubieran podido estar disponibles ya en 1914, y encima desplegados en una cantidad de escoltas mayor que la que tuvó Reino Unido realmente.
De puertas adentro, la construcción de 200 sumergibles también se hubiera encontrado con barreras insuperables. La dedicación necesaria para construir un número tan elevado de un arma experimental requería un visionario. En lugar de ello, los alemanes tenían a Tirpitz.
Tirpitz no fue malo. Justo lo contrario, fue muy beneficioso para la Marina Imperial Alemana porque su mayor habilidad consistía en obtener fondos para construcciones navales de un parlamento germano poco dispuesto a la generosidad. Su éxito fue notable porque ya hemos entrevisto el tremendo coste de construir 17 acorazados modernos en 9 años. Pero presentar presupuestos para estos navíos era razonable por una parte por motivos de imagen. Los grandes y modernos navíos representaban al país y le daban una categoría de potencia mundial. El extremo cuidado que pusieron el Kaiser y los almirantes alemanes en no perder la flota durante la guerra es una muestra de objeto de prestigio en el que los grandes navíos se habían convertido. En cambio, durante el mismo conflicto 178 sumergibles alemanes fueron destruidos por los enemigos de manera bastante indistinguible.
Existía pues un sesgo a favor de la construcción de los buques de línea sobre los submarinos por razones políticas. Incluso si Tirpitz y el Kaiser hubieran sido apasionados defensores de los submarinos - que no lo fueron - no parece razonable que hubieran podido persuadir a suficientes parlamentarios como para poder construir más sumergibles que Inglaterra o Francia, o sea, unos 50-60. Más aún si se tiene en cuenta que para presentar un programa de construcción de 200 submarinos ante una cámara de representantes, lo lógico es que éstos pregunten que para qué y cómo se van a usar. Incluso si se aprobaban los fondos necesarios para la construcción de tantos sumergibles - muy inferiores a los fondos finalmente aprobados para los acorazados - el escrutinio público necesario para ello hubiera privado al arma submarina germana del efecto sorpresa necesario en el plan que hemos imaginado arriba para ganar la guerra.
La Realidad.
Lo cierto es que el programa de construcción de acorazados interfirió con la construcción de submarinos hasta el punto de bloquearlo por medio de Tirpitz, promotor principal del primero. Sólo bajo presiones accedió algo tarde a iniciar la construcción de los primeros U-Boote, de manera que Alemania comenzó la guerra con un número bajo de unidades, para lo que era una potencia naval de su categoría.
El empleo de los sumergibles con el propósito de cortar el suministro de las Islas Británicas surgió paulatinamente en el período entre agosto de 1914 y febrero de 1915. Resulto más bien de la falta de ideas en el mando naval germano después de que sus predicciones sobre las acciones británicas al comienzo de la guerra resultasen bastante equivocadas. Al ser fruto de la improvisación, no había una doctrina de uso establecida para los submarinos como atacantes de rutas de comercio. La lógica de minimizar el riesgo y maximizar el resultado sugería el ataque bajo el agua, con torpedos, y sin aviso previo.
Sin embargo, la rama civil del estado alemán, tras encontrarse con una guerra de desgaste que no había sido prevista por la cúpula militar tanto del ejército como de la marina, hizo un intento por recuperar algo de su poder e intentar controlar de nuevo un poco el curso de la guerra. Como resultado de esto, y de acuerdo con sus propias preocupaciones y prioridades, se impusieron ciertas restricciones operativas sobre los submarinos que no eran muy compatibles con la forma de ataque preferida inicialmente por los militares.
Entre el cumplimiento de sus órdenes y las restricciones que el Canciller Bethmann habían "colado" con ellas, los comandantes en primera línea de combate se adaptaron y encontraron en el cañón el arma y en el sistema de Presa la táctica que más éxito proporcionaban, al tiempo que el incremento del riesgo era mínimo sobre el ataque por sorpresa con torpedos
Era también la forma más efectiva de evitar incidentes internacionales que, como el del Lusitania, traían a los Estados Unidos más cerca del lado aliado. De hecho, entre mayo de 1916 y enero de 1917 la guerra submarina entro en una fase más activa sin que se produjeran incidentes tan serios como para movilizar a los "halcones" de la opinión pública norteamericana. Cuando los E.E.U.U. entraron finalmente en la guerra se debió a la declaración de Guerra Submarina sin Restricciones, la cual echaba por tierra todos los intentos que el Presidente Wilson estaba llevando a cabo en favor de unas negociaciones de paz.
Ya para septiembre de 1914 estaba claro que el papel de la Hochseeflotte en la guerra iba a ser bastante marginal. Para el 31 de mayo de 1915 - Jutlandia - estaba muy claro que los buques de línea germanos tenían una utilidad casi nula. En cambio, desde febrero de 1915 se hizo una apuesta por los submarinos como arma para decidir la guerra en el mar. Por todo esto resulta asombroso que el mando naval germano no desviase más recursos a la construcción de los sumergibles. Ya comenzada la guerra, se continuó con la terminación de navíos de línea que ya estaban comenzados. Y tras Jutlandia se dedicaron grandes cantidades de recursos y mano de obra a reparar los barcos dañados en la batalla. Entretanto, los encargos de submarinos se hacían por cuentagotas, y sufrían de escasez de recursos porque la prioridad la tenían los navíos. Tirpitz y sus sucesores se contradecían de raíz al insistir en la ofensiva submarina a ultranza basándose en en el papel decisivo del submarino, y al mismo tiempo descuidar la asignación de recursos para la construcción de submarinos.
Aparte del desvío de recursos a otros proyectos menos importantes, la producción germana de sumergibles se vio estorbada por la gran variedad de modelos. Tan sólo en submarinos costeros hubo 6 variedades. En los submarinos de flota la razón para que se ordenasen por cuentagotas estaba en que se hacían planos para un modelo, se encargaban unas pocas unidades basadas en estos planos, y mientras se completaban ya se hacían planos para la siguiente serie de 5, 8, ó 10 sumergibles que era muy similar a la anterior, pero con algunas pequeñas modificaciones. El resultado de esta teutónica pasión por el perfeccionismo era que los astilleros encargados no podían aplicar economías de escala. No sabían de antemano que modificaciones iba a incorporar la siguiente serie.
Varios modelos de sumergible resultaron un desperdicio de recursos. Específicamente los UB I y UB II y UC I, eran demasiado lentos, y carecían de una pieza de artillería - o era una muy poco potente - que era el arma crucial para el éxito de un submarino en la caza de mercantes. En el otro extremo se encuentran los U-Kreuzer, que tenían demasiadas piezas de artillería, tantas como para mantener un duelo con un destructor, y que costaban mucho tiempo y recursos. Entre unos y otros se hallaban los grandes éxitos de diseño en la relación coste-efectividad: los UC II y los UB III. De estos últimos, se reconoció su excelencia bastante pronto. Su producción se llevo a cabo de manera ininterrumpida hasta el final de la guerra, y formaban una parte crucial del "Plan Scheer" de construcciones para 1919 y 1920. El UC II fue el modelo de sumergible más exitoso de la guerra y de todos los tiempos. Pero en junio de 1917 se entregó el último de ellos, y la línea de producción se detuvo durante un año hasta que el se entregó el primer UC III, que era prácticamente igual que el UC II sólo que eliminando unas pocas imperfecciones. ¡En medio de la guerra no había tiempo para detener la producción durante un año!. Hubiera sido mejor continuar produciendo UC II, aunque tuviesen algunos problemas menores.
De todo esto se hace evidente que, pese a ser el arma naval decisiva, los alemanes construyeron muy pocos submarinos durante la guerra. Desde luego, muchos menos de los que podían haber construido siendo más coherentes y con un poco de sentido común.
Esta falta de coherencia y sentido común es achacable al mando alemán, tanto el naval como el político, aunque principalmente al primero. Ya hemos visto la lucha constante entre el ramo civil y el militar por la dirección de la guerra naval. Esta lucha fue pérdida al final por el gobierno civil, estableciéndose para 1917 una especie de dictadura militar en la que los militares (de tierra y mar) dictaban y el gobierno civil obedecía sin rechistar.
Hasta llegar a ese punto, uno no puede evitar tener la impresión que la prioridad para la marina era ganar la guerra contra su propio gobierno antes que ganar la guerra contra los ingleses. O, incluso mejor, que para lograr lo segundo era preciso triunfar en lo primero. Sólo así se explica la incoherencia en las decisiones de asignación de recursos que hemos visto, y que hacen pensar que la insistencia de Tirpitz y otros por la guerra submarina no se debía a que creyesen en los U-Boote como arma decisiva, sino que les convenía hacer como si creyesen en ello para forzar su pulso con el Canciller Bethmann.
La clase política no tenía esas dudas. Tenían una idea muy clara de que esfuerzos eran necesarios para salir de la guerra con el menor daño posible, y como hacerlo. Cuando se interrumpieron las ofensivas submarinas a finales de 1915 y en mayo de 1916, no se debió a orden alguna de los civiles. El Canciller insistía en que la ofensiva se mantuviese, únicamente querían imponer unas restricciones que subordinasen la acción naval a un concepto estratégico superior: evitar que los Estados Unidos entrasen en la guerra y promover unas negociaciones. Las interrupciones se debieron siempre a "plantes" del mando naval, que insistía en las cosas se hiciesen a su manera o no se hiciesen.
En el bando aliado - exceptuando Rusia - nos hallamos un panorama diferente. No es que careciesen de sus problemas entre civiles y militares - Lloyd George llegó a cerrar el grifo de los refuerzos a su comandante en Francia para disuadirle de emprender más ofensivas costosas -, pero los ingleses tenían un Gabinete de Guerra que se reunía regularmente y en el que se llegaban a acuerdos entre distintos ramos del gobierno sobre qué era lo prioritario y cual era la decisión a adoptar. Las tensiones permanecían dentro del gabinete. Una vez que este tomaba una decisión, órdenes eran órdenes y a nadie se le hubiera ocurrido continuar la disputa desobedeciendo y haciendo lo que le viniera en gana.
Este sistema cristalizó al final de la guerra en el mando conjunto aliado liderado por un general francés. Este mando conjunto fue un logró de la coordinación interaliada, esencial para concluir con éxito el esfuerzo bélico. Este mando conjunto no tuvo jamás un equivalente en el lado de las Potencias Centrales. Los alemanes llevaban la voz cantante, pero no había reuniones regulares con oficiales turcos, que luchaban su propia guerra separada de la del resto de sus aliados, ni con austríacos, cuyas fuerzas quedaron tan debilitadas que desde muy pronto se vieron obligados a aceptar las condiciones que los alemanes les impusiesen a cambio de su asistencia.
Lo Realizable.
En el mundo real, muchas cosas nos vienen impuestas de antemano. Nuestro lugar de nacimiento, nuestro entorno, nuestros recursos... Y aún así, nuestras vidas no están predeterminadas. Por limitados que sea el entorno, está en la voluntad de las personas sacar el máximo partido de lo que tienen. Lo mismo se puede aplicar a la historia de la guerra, y a la historia de la guerra submarina en la PGM en particular. Las interrupciones en las ofensivas submarinas, las decisiones equivocadas de asignación de recursos, la ausencia de medidas frente a la introducción de convoyes, la descoyuntada estructura de mando, y la decisión de una ofensiva a ultranza a sabiendas de que iba a sumar a los E.E.U.U. al bando enemigo fueron todas resultado de las decisiones de unas pocas personas. Y como tales, precisamente lo más fácil hubiera sido que estas personas hubieran tomado decisiones diferentes, más acordes con sus propósitos y su beneficio.
Dentro de lo Plausible, de las limitaciones que imponían el entorno y los medios disponibles a las decisiones, ¿qué decisiones hubieran podido tomar los individuos clave?. ¿Qué hubiera sido realizable que hubiera mejorado los resultados de la guerra submarina alemana durante la PGM?. ¿Hubiera sido así posible que los U-Boote ganasen la guerra para su país?.
Un Tirpitz o su equivalente al menos tan abiertos a la tecnología de los submarinos como ya lo habían sido los responsables de otras marinas importantes, hubieran podido iniciar antes la construcción de submarinos para la Marina Imperial, y haber animado la construcción de más unidades. Es razonable pensar que para 1914 se hubieran podido poner hasta unas 40 unidades en servicio sin levantar suspicacias en los potenciales enemigos. Siguen sin ser 200, pero es mejor punto de partida que 20 (la mitad de ellos con propulsión obsoleta).
Tras la constatación de que Inglaterra había optado por un "bloqueo lejano" en lugar del cercano, que la guerra en tierra se había estancado y el conflicto iba para largo, y tras comprobar los primeros éxitos de los submarinos, se llegó a la conclusión evidente de emplear éstos en un bloqueo propio de las Islas Británicas. Esto sucedió alrededor de diciembre de 1914- enero de 1915. Como muy tarde en ese momento se deberían haber desviado todos los recursos de construcción naval a los submarinos, dado que la cantidad disponible (ya fuesen 20 ó 40 unidades) era a todas luces insuficiente. Esto suponía dejar paralizados todos los demás proyectos de construcción naval en curso, salvo los más indispensables. Había que construir la mayor cantidad de sumergibles posible.
Incidentes como el del Lusitania serían, en principio, inevitables al inicio de la ofensiva submarina. Gracias a ellos se establecieron normas de conducta más estrictas pero que, a la hora de la verdad, no interferían mucho con el éxito de los comandantes. Esto tendría que ser complementado con cierta agilidad por parte de la diplomacia germana, para que no dejasen pasar varios meses y el incidente del Arabic antes de contestar una nota norteamericana ofreciéndose a mediar. Lo crucial en todo esto era tener claro que tan sólo una cantidad enormemente absurda e irrealizable de hundimientos compensarían de una entrada de los Estados Unidos en la guerra. La neutralidad norteamericana era un requisito imprescindible para, al menos, no perder la guerra.
Teniendo claro este objetivo político no sólo por parte de la diplomacia germana, sino también por parte de su cúpula militar, se podían aceptar las limitaciones operacionales de los submarinos sin "pataletas" por parte de los responsables navales, que repetidamente tuvieron como resultado la interrupción por cuenta propia de las operaciones de los submarinos. Así, no se hubieran producido interrupciones en la ofensiva submarina. Esta habría sido continua desde febrero de 1915. Además, el desvío de sumergibles a la zona de caza del Mediterráneo hubiera sido menor. La importancia de esto reside en que la zona decisiva de operaciones encontraba alrededor de las Islas Británicas, y cualquier otro objetivo suponía una dispersión de los escasos recursos disponibles.
El diseño de submarinos tenía que tener en cuenta los siguientes 4 factores:
Alemania ya comenzó la guerra con el diseño de sumergible que cumplía casi todos los requisitos. Los famosos 30s (del U31 hasta el U42) llevaban en construcción tiempo antes de la guerra, y se demostraron bastante exitosos durante sus carreras. El tiempo de construcción era largo (en torno a dos años), pero muy posiblemente se hubiera podido acortar si la construcción de sumergibles hubiera recibido la prioridad que requería, y si además se concentraba la producción en esta serie sin hacer más modificaciones. Como muy tarde, con la aparición de los UC II y UB III se habría tenido que desviar toda la producción a estos dos modelos sin interrupciones, que ofrecían la mejor combinación de las cuatro características decisivas.
El objeto sería incrementar la fuerza submarina a los 200 sumergibles operativos estimados como necesarios para el bloqueo de Gran Bretaña. El momento para hacer esto era 1915-1916, cuando las medidas antisubmarinas aún no habían alcanzado la madurez y los aliados hundían muchos menos submarinos de los que se construían. Ya en 1917-1918 las contramedidas aliadas habían madurado de tal manera que, aunque los germanos casi igualaban la producción de 1916, el número de sumergibles operativos se mantuvo estable en torno a las 120 unidades.
Tarde o temprano los británicos hubieran introducido el convoy. Aunque esto suponía ya en sí un triunfo para los U-Boote, ya hemos visto que contribuyo notablemente a debilitar la efectividad del bloqueo submarino. Contrarrestarlo hubiera sido realmente más complicado de lo que parecía cuando delineaba lo Posible. Entre el tiempo necesario para percibir el cambio de táctica aliado, diseñar nuevas tácticas que lo contrarrestasen, ensayarlas, ponerlas en práctica y entrenar las tripulaciones en ellas, y poner los recursos necesarios (submarinos de mando, oficiales, y equipos de radio especiales), podía transcurrir perfectamente un año. El hecho de que las tácticas de los submarinos no se desarrollasen en la realidad cuando los británicos introdujeron los submarinos parece indicar cierto problema de comunicación entre los oficiales "en la línea de frente" y sus superiores dentro de la Marina Imperial Alemana.
Y ni aún así las nuevas tácticas - grupos de submarinos guiados por submarinos de mando que rastreasen y atacasen de manera coordinada a los convoyes - podían garantizar una victoria concluyente. Intentar determinar su posible éxito es poco menos que imposible, porque cuando uno desciende a un nivel más "microeconómico" más se expone uno a factores que ignora totalmente (la "fricción de la guerra", que decía Clausewitz) y que pueden echar por tierra cualquier cálculo. Lo más razonable parece ser que se hubiera instalado un período de "guerra de desgaste" en el mar, con cuantiosas bajas en ambos bandos.
En todo caso, la fuerza submarina alemana hubiera estado en mejor posición para afrontar la "travesía a través del desierto" de los convoyes, si en lugar de tener un centenar largo de unidades, hubiera tenido el doble. Y esto si que parece bastante realizable.
No parece que los submarinos alemanes hubieran estado en posición de decidir la guerra en favor de su país. Pero sí que hubieran podido ser muy dañinos al enemigo y haber contribuido a su desgaste. Esto resultaba crucial, pues la Primera Guerra Mundial era precisamente una Guerra de Desgaste, en la cual gana el último país en mantenerse en pie cuando el resto ya ha abandonado, obligado por agotamiento de los recursos y desórdenes internos.
Una vez que el bloqueo naval británico fue establecido, el tiempo empezó a correr en contra de Alemania y Austria-Hungría. No había apenas nada que las Potencias Centrales pudieran hacer para retrasar la llegada de lo inexorable en 1918. Pero no es menos cierto que también hubo extensas huelgas en las fábricas aliadas en 1916-1918 (según Schröder, resultaron mayores que las de Alemania proporcionalmente al tamaño de la industria). Hubo un motín masivo de batallones franceses en 1917. Y en 1917-1918 las desavenencias entre la cúpula política y la militar británicas se manifestaron en el recorte de reemplazos y refuerzos a las unidades destacadas en Francia.
Incluso si llegando al agotamiento a finales de 1918 las Potencias Centrales se hubieran visto obligadas a negociar, esta negociación hubiera podido llevarse en condiciones mucho más ventajosas si se hubiera mantenido una fuerza submarina respetable y aún no derrotada de manera patente, y con los Estados Unidos como mediadores y no como enemigos.
El Kaiser Guillermo II.
Todas las decisiones de la guerra submarina que se han repasado como realizables tienen al final un condicionante previo ineludible: Un mando centralizado del esfuerzo bélico. Tan sólo éste tipo de mando podía analizar el conflicto en su conjunto, establecer prioridades, y sobreponerse a los intereses particulares de los distintos componentes del esfuerzo bélico. Ejército, Marina, Economía, y Diplomacia.
Antaño este Mando Unificado era asumido por los monarcas. Mas la creciente complejidad de la economía y la tecnología hicieron que la tarea fuese excesiva para un sólo hombre. Antes de la PGM Napoleón Bonaparte lo intentó, y después de la PGM fue Adolfo Hitler quien intentó hacer lo mismo. Los resultados hablan por sí solos.
La solución pasaba, pues, por establecer un comité de especialistas de las diferentes partes, dónde se dirimiesen las diferencias y prioridades de cada uno de ellos teniendo como resultado directrices relativamente claras y al tiempo poco contradictorias entre sí. Un comité así dotado de poderes hubiera podido superar los intereses particulares de la Marina, y dirigir sus recursos de la construcción de objetos de prestigio - como los acorazados y los U-Kreuzer - hacía los sumergibles que eran necesarios para ganar la guerra cuanto antes. Ese comité hubiera podido establecer una prioridad política clara, dar pronta respuesta diplomática a las notificaciones americanas, e imponer la continuación de la ofensiva submarina a la Marina a pesar de su disgusto con las restricciones necesarias para mantener a los E.E.U.U. en la neutralidad.
El Reino Unido formó su Gabinete de Guerra en este estilo, y a pesar de algunos fracasos como Galipoli las directrices que de él partían no se contradecían gran cosa entre sí, e imprimían a la guerra un curso coherente, más o menos acorde con los deseos de sus miembros. ¿Hubiera podido Alemania formar un gabinete así?.
Falta espacio en estas líneas para hacer un estudio sobre la constitución política y sociológica del II Reich. A pesar de ello, y tras las lecturas sobre la PGM y la Guerra Submarina, parece razonable considerar una persona en todo el Imperio Alemán capaz de imponer la formación de un cuerpo decisorio como el descrito: el Kaiser Guillermo II.
Aunque su poder real ha sido objeto de muchas discusiones, y es indudable que carecía de la capacidad para dedicarse al día a día del gobierno delegando por ello casi toda la gestión en sus parlamentarios y sus oficiales, Aún así, tenía el notable poder de prestar apoyo a tal o cual decisión, lo que bastó en más de una ocasión. Fue su apoyo lo que permitió a Tirpitz gastar ingentes sumas en acorazados modernos. Fue su timidez lo que ató a la Hochseeflotte y sus oficiales a los puertos. Fue su apoyo el que permitió al Canciller contener las exigencias de los militares durante dos años y medio, y cuando retiró ese apoyo, se adoptó la decisión fatídica por la Ofensiva Submarina sin Restricciones.
Con estos precedentes, no resulta descabellado plantearse a un Guillermo II que hubiera insistido al comienzo de la guerra en un gabinete ejecutivo para la conducta del conflicto, dándole con su respaldo autoridad a las directrices que saliesen de él. Por imperfecto que hubiera sido respecto a su contraparte británica - no parece que la toma de decisiones por comités fuese muy común en la Alemania de la época - hubiera sido un primer paso en la dirección adecuada.
Que al final, de todas las opciones que tenía Guillermo II para intervenir al final emplease unas y no la otra, le hace responsable del devenir del conflicto. A pesar de lo mal que la historia le ha tratado, resulta evidente que - lo mismo que su primo erl Zar de Rusia - era un hombre cuyas cualidades se encontraban demasiado poco desarrolladas para los desafíos que el destino le tenía preparado. Tal vez, en última instancia, se puede considerar a Guillermo II no tanto como culpable, sino como otra víctima. Víctima de un sistema de selección de líderes, la Monarquía, que no tiene otro criterio que el azar de una tirada de los dados de la genética.
Como ya hemos estado viendo hasta ahora, el arma más efectiva de los sumergibles de esta época era la artillería, y eso a pesar de ser una de las peores plataformas artilleras de la historia naval militar. Lo cierto es que la mayoría de los sumergibles alemanes de 1917 todavía portaban pocos torpedos (unos 6 en muchos casos) y a menudo sólo podían lanzar andanadas de 2 torpedos. Si a eso le añadimos los primitivos medios disponibles para el cálculo de soluciones de tiro y la falibilidad mecánica inevitable de algunos de los torpedos, tenemos que solamente el 50% de los ingenios lanzados alcanzaban el blanco de manera efectiva - esto es, explotando y causando daños -. Incluso si un sumergible se topaba con un convoy, sorteaba la escolta, y se colocaba en posición de tiro, lo más que podía lograr a menudo eran dos aciertos. Tras eso, había que sobrevivir al contraataque de las escoltas y después, a seguir navegando con la esperanza de toparse accidentalmente con otro convoy antes de que la falta de combustible forzase un retorno a puerto. En resumen, incluso en el fortuito caso del contacto con el enemigo, la adopción del convoy dificultaba tremendamente el ataque de los submarinos y reducía bastante su efectividad en número de buques alcanzados.
La última patrulla de Karl Dönitz.
Lo más sorprendente de todo esto es la falta de reacción del Admiralstab. Haciendo gala de la misma miopía que habían sufrido al inicio de la guerra cuando pronosticaron un ataque naval británico que nunca llego a materializarse, el alto mando naval germano había simplemente descartado la adopción del convoy por parte del Almirantazgo. Esta incapacidad supina para ponerse en el lugar del adversario y adivinar sus reacciones es tanto más sorprendente en tanto que legos en la materia como el propio canciller Bethmann-Hollweg habían planteado esta cuestión en 1915-1916 mientras buscaba argumentos para resistirse a la proclamación del la Guerra Submarina sin Restricciones. Así, cuando los ingleses finalmente adoptaron el convoy, el Admiralstab continuó enviando sus sumergibles en patrullas individuales como lo había estado haciendo durante toda la guerra, sin alterar tácticas ni doctrinas, por falta de otro plan.
Una vez más, les tocó a los hombres en la línea de frente lidiar con las carencias de su alto mando. Durante el último año de la guerra los comandantes de los submarinos alemanes cambiaron cada vez más y más sus zonas de patrulla a zonas costeras. Hacían esto a sabiendas de que, una vez llegado a su destino, los mercantes de un convoy rompían formación y navegaba hacía su puerto de arribada definitivo en separado y sin escolta. Así, en el período entre febrero y julio de 1917 el 55% de todos los hundimientos se produjeron a más de 50 millas náuticas de la costa, el 25% entre las 50 mn y las 10 mn, y un 20% a 10 mn ó menos de la costa. Entre julio y diciembre de 1917 esas cifras cambian radicalmente y se convierten en 8% de hundimientos a más de 50 mn, 34% entre las 50 mn y las 10mn, y un 58% a 10 mn ó menos de la costa.
Este cambio en el patrón de los ataques sirvió durante un tiempo para mantener cierto nivel de éxito, pero para 1918 los británicos habían aprendido la lección y reforzaron las medidas de seguridad en las zonas costeras con convoyes costeros, campos de minas defensivos, y patrullas de buques y aviones. Las cifras de hundimientos continuaron cayendo.
Karl Dönitz como joven oficial durante la PGM. |
En un intento de "vencer al convoy" el comandante del UB68 - Oberleutnant zur See Karl Dönitz - acordó en octubre de 1918 una reunión con otro sumergible germano en un punto del Mediterráneo dónde ambos se encontraban destacados. El plan era unir fuerzas para atacar conjuntamente un convoy que creían que iba a pasar por allí cerca.
El otro submarino no apareció, pero el convoy si, y Dönitz se decidió a atacarlo por su cuenta. En la noche del 3 al 4 de octubre el UB68 logró colarse sin ser visto dentro de la cobertura de las escoltas del convoy y hundió al mercante Oopack de 3.883 toneladas. Tras evitar de nuevo a las escoltas, emergió y avanzó en la noche a toda máquina para adelantarse al convoy y ponerse en posición de tiro.
Al volver a sumergirse para un nuevo ataque, el ingeniero jefe tuvo problemas para controlar el trimado de la nave. Cayeron a 60 metros de profundidad antes de controlar la nave y volver a ascender. A 30 metros tuvieron que inundar de nuevo los tanques para evitar una emersión incontrolada. Esta acción llevó al UB68 - cuya profundidad de prueba era de 70 metros - a los 102 metros de profundidad antes de que se decidiese vaciar los tanques con aire para evitar ser aplastados por la presión que ya estaba provocando inundaciones. Así fue como el UB68 emergió en medió del convoy de proa y con un ángulo de 45 grados.
El cañoneo de la escolta fue inmediato y certero. La inmersión, imposible, dado que los tanques de aire comprimido estaban vacíos. Dönitz ordeno abandonar la nave y encargó al ingeniero jefe abrir las válvulas para garantizar que el hundimiento del sumergible. El ingeniero fue el único miembro de la tripulación que no fue rescatado. Según algunos supervivientes se consideraba responsable de la pérdida del UB68 y optó voluntariamente por irse al fondo con la nave.
Para Dönitz, en cambio, la experiencia le llevó a reflexionar. Algo para lo que tuvo bastante tiempo tanto en el campo de prisioneros como en los años posteriores a la guerra. Según sus propias memorias, la táctica de las "Manadas de Lobos" se le ocurrió como resultado de esta última patrulla de desafortunado desenlace.
Esta, sin embargo, es una afirmación que contrasta con la realidad de otros intentos que se llevaron al final de la guerra de coordinar varios submarinos para atacar a un mismo convoy, que fueron llevados a cabo en la fase final de la guerra y de los que Dönitz seguramente llegó a tener noticia. Por lo que parece, todos los ensayos fueron resultado del mutuo acuerdo de varios comandantes antes de sus respectivas partidas. Es decir, los oficiales al mando no tomaron parte, ni siquiera parece que hubiera iniciativas por parte del mando naval. Se habló de equipar un U-Kreuzer - un submarino grande y amplio - con un equipamiento de radio de primera y un estado mayor para coordinar varios sumergibles en un área de combate, pero no se llegó a hacer nada.
Últimos refuerzos.
Durante todo este período final de la guerra, los astilleros germanos continuaron entregando sumergibles a la flota, algunos de los cuales serían precursores directos de los empleados por la Kriegsmarine en la siguiente guerra.
El más importante de todos ellos era el UB III. Derivado más del UC II que del UB II, este submarino "costero" era, sin embargo, tan grande como para tener autonomía suficiente para llegar al Mediterráneo navegando desde Alemania. Portaba el ya clásico cañón de 88mm., pero lo más notable de su armamento es que dentro de su relativamente pequeño casco habían conseguido apretujar 5 tubos lanzatorpedos con 10 torpedos. Una notable potencia de fuego en un buque tan pequeño. Otra ventaja era su breve tiempo de construcción. Podía ser entregado en poco más de un año desde que su encargo.
UB III en alta mar. |
Con el UB III la Marina Imperial Alemana había encontrado por fin el sumergible que necesitaba para doblegar a Gran Bretaña. Desde mediados de 1917 hasta el final de la guerra fueron entregados unos 89, y había ordenados más del doble.
El exitoso UC II encontró su sucesor en el UC III, que era prácticamente lo mismo que el UC II aunque mejorando algunas asperezas del diseño anterior, como la pésima navegabilidad en mar gruesa y una mejora del campo de tiro de la pieza artillera de cubierta. Sin embargo, llegó algo tarde. Tan sólo unos 16 fueron entregados antes del final de la guerra.
Los submarinos de flota entregados en esta época eran algo más grandes que los modelos de la primera mitad de la guerra. La mejora más importante fue un incremento de los tubos lanzatorpedos y del número de ingenios que se llevaban a bordo. La preferencia del Admiralstab por el ataque por sorpresa con torpedos sobre el sistema de presa fue determinante en este aspecto de diseño, que resultó oportuno porque la introducción de los convoyes obligaba al primer método de ataque.
Sin embargo, el modelo de submarino más impresionante lanzado por los alemanes en esta guerra fue el U-Kreuzer. Como sucedía con los sumergibles de flota, no había un modelo unitario de este tipo, sino series similares entre sí. Incluyendo los U-Handelschiffe convertidos en los U151 a U157, un total de 10 sumergibles de esta clase llegaron a ser entregados. Las capacidades marineras de los U151 eran limitadas, pero los modelos que habían sido construidos desde la quilla arriba como U-Kreuzer (desde el U139 al U142) tenían prestaciones mejoradas en velocidad, navegabilidad, y velocidad de inmersión.
Estos sumergibles eran grandes, muy grandes. El mayor espacio servía para dotar de mejor habitabilidad a una tripulación aumentada, que llegaba a incluir trozos de presa para llevar barcos capturados a puertos alemanes. Portaban también la prodigiosa cantidad de hasta 24 torpedo y un millar de proyectiles de artillería. Ésta continuaba siendo el arma preferente de los "Cruceros Submarinos". Portaban, según el modelo, desde dos piezas de 150 mm. hasta 4 piezas de artillería en cubierta (2 de 150 mm. y 2 de 105mm.), con lo que su potencia de fuego en superficie llegaba a ser bastante notable.
Con el tamaño aumentado también se acomodaban mayores tanques de combustible, que dotaban a estos grandes sumergibles de una enorme autonomía. Esto y el conjunto de su diseño estaban destinados a ser empleados en aguas alejadas de las Islas Británicas, frente a la costa de América y en el Atlántico Sur. La idea era atacar allí dónde el enemigo no se lo esperaba y causar el mayor estrago posible. Al mando de muchos de estos navíos vemos a algunos de los mayores ases submarinistas de Alemania, como Forstmann o el propio Arnauld de la Periere.
Su suerte fue variada. Algunos consiguieron el éxito en la forma de varias docenas de buques hundidos. Otros fueron hundidos apenas comenzada su carrera y, finalmente, varios fueron sorprendidos por el final de la guerra cuando todavía se encontraban en construcción. Y es que el tiempo requerido para estas unidades - salvo los derivados de los U-Handelschiffe - era muy grande. 2 años desde que se ordenaban hasta su entrega. Leyendo acerca de ellos, uno no puede evitar llevarse la impresión de que se trataban de experimentos en los que la oficina encargada del diseño y el encargo de los submarinos dejó volar su imaginación con más entusiasmo que juicio.
Últimos estertores y caída.
El anuncio de la Guerra Submarina sin Restricciones se hizo con la expectativa muy definida tanto para el público alemán como el extranjero de que llevaría a Inglaterra a cesar las hostilidades en un período de tiempo relativamente breve. Este plazo había sido establecido previamente en unos seis meses por expertos al servicio de la Marina Imperial. Este plazo fue también uno de los puntos de apoyo del Admiralstab en su lucha con la cancillería por lograr el levantamiento de las restricciones operacionales de los submarinos. En unos seis meses desde el inicio de la ofensiva el Reino Unido abandonaría la guerra, se terminaría el bloqueo naval británico, y la vía de la victoria contra Francia y Rusia estaría abierta para las Potencias Centrales.
Sin embargo, a medida que transcurría el tiempo y pasaba el verano, se hacía evidente que los británicos no flojeaban y estaban dispuestos a mantenerse en la guerra el tiempo que hiciera falta hasta su victoria. La mejora de la situación con la introducción de los convoyes fue decisiva, pero también era patente que se había subestimado la capacidad de resistencia de las Islas Británicas. El gobierno británico introdujo medidas añadidas de racionamiento e inicio campañas para que todo aquel que tuviera un jardín lo convirtiese en un huerto. En retrospectiva podemos decir que hubieran hecho falta mucho más de seis meses de guerra submarina plena para doblegar al Reino Unido.
Dado el breve plazo que los líderes alemanes se habían establecido para el éxito, el fracaso no tardó en hacerse evidente. Henning von Holtzendorff, el jefe de la Marina, comenzó a afirmar que el no había dado un plazo de 6 meses, sino de 8, que los plazos eran orientativos y ninguna garantía, y otras excusas. Su posición quedó debilitada y terminó siendo relevado de su puesto en agosto de 1918 tras quedar en evidencia otra suposición errónea sobre la Ofensiva Submarina que tanto había promovido.
Theobald von Bethmann-Hollweg tuvo que dimitir mucho antes, en julio de 1917. A pesar de ser la cabeza de la oposición interna a la campaña submarina, se le hizo responsable del fracaso que esta suponía. Su dimisión fue forzada por el binomio Hindenburg-Ludendorff, quienes así apaciguaban un tanto las crecientes protestas del parlamento y mantenían su reputación intacta. El secuestro del gobierno alemán por los militares era total.
Entretanto, las Potencias Centrales se anotaban el mayor tanto de la guerra, y uno que no podía achacarse a la guerra submarina salvo a través de un prodigioso ejercicio de imaginación: La Revolución Rusa. El mismo febrero de 1917 el zar era depuesto. A pesar de lo cual el gobierno ruso decidió mantener al país en la guerra. La situación interna del gigante euroasiático continuó deteriorándose hasta que en noviembre la fracción bolchevique de los comunistas rusos daba un golpe de estado y se hacía con todo el poder. Como tenían bastantes problemas internos y siempre habían estado opuestos a la entrada de Rusia en la guerra, no tardaron en iniciar negociaciones de paz con los alemanes, que concluyeron en enero de 1918 haciendo vastas concesiones territoriales.
Ello permitió a los alemanes trasladar grandes cantidades de tropas desde el Frente Oriental al Occidental con el objeto de lanzar una última serie de ofensivas que decidiesen la guerra antes de que centenares de miles de soldados norteamericanos se dispusiesen a cruzar el Océano Atlántico para reforzar a los Aliados.
Estas ofensivas comenzaron en marzo de 1918 y se prolongaron durante toda la primavera hasta julio. En un derroche de sus últimas reservas de tropas y material, los alemanes disfrutaron inicialmente de gran éxito y lograron avances en el frente como no se habían visto desde 1914. Sin embargo, las tácticas no estaban lo suficientemente desarrolladas a nivel operacional como para llegar a un resultado decisivo. Lo primitivo de los medios de comunicación radiotelegráficos entorpecía - lo mismo que para los submarinos - la coordinación de las unidades en el avance, y la falta de medios motorizados hacía que las fuerzas alemanas en avance se movieran a la velocidad de un hombre a pie, mientras que los refuerzos destinados a detenerlas se trasladaban por vía férrea. Era una carrera imposible de ganar.
Tras la primera ofensiva en marzo, el éxito de cada ofensiva sucesiva fue siendo cada vez menor, hasta que los avances de las últimas apenas se distinguían de los obtenidos por tantas otras ofensivas fracasadas en el Frente Occidental. Al final, los alemanes habían gastado su último cartucho de ganar la guerra ofensivamente. Ya sólo les quedaba la esperanza de agotar a sus adversarios antes de que el cansancio de la guerra pudiese con las propias Potencias Centrales. Para ello, la Marina Imperial Alemana tenía que cumplir una vez más con las expectativas puestas en ella.
Como ya hemos visto, los alemanes asumieron que la guerra submarina a ultranza implicaba la entrada de los Estados Unidos en la guerra. Sabían perfectamente que esta creciente potencia mundial era grande, populosa, y dotada de recursos e industria en prodigiosas cantidades. Pero al mismo tiempo su ejército de tierra era minúsculo para los estándares de la guerra europea. Los americanos tardarían muchos meses en reclutar y entrenar un ejército lo suficientemente grande. E incluso tras eso tendrían que traerlo por mar a las costas europeas. En este último punto los alemanes confiaban en que el bloqueo submarino sería tan total que el traslado de estas tropas sería prácticamente imposible. Los E.E.U.U. como potencia quedaban así anulados.
Cabe preguntarse como es posible que la cúpula militar alemana confiase en impedir la llegada de los refuerzos americanos con los submarinos, si desde 1914 británicos y franceses habían estado trayendo a Europa refuerzos desde diversos puntos de sus respectivos imperios coloniales y únicamente habían sufrido reveses muy puntuales. Lo cierto es que hasta 1917 la restricción de ataques sobre buques de pasajeros había obligado a muchos comandantes a dejar pasar navíos en los que tenían duda acerca de si la carga era de civiles o soldados. También el número de submarinos era ahora mayor.
Mas eso no basto para impedir la llegada en masas de tropas americanas a Francia. Algún que otro transporte llegó a ser torpedeado. Pero la mayor parte de las tropas yanquis llegaron al continente sin haber siquiera olido la tan publicitada amenaza submarina germana, que se encontraba ya en franco declive. Dada su importancia, los transportes de tropas americanas gozaron de especial protección durante el viaje. A esto hay que añadirle la ya mencionada dificultad que tenían los sumergibles para, primero, encontrar un convoy, y luego además atacarlo con éxito.
La última "cagada" de la Marina Imperial se saldó, como hemos visto, con la dimisión de von Holtzendorff. Su puesto fue ocupado por el flamante héroe de Jutlandia, el almirante Scheer. Con el final de la guerra y la derrota a la vista, el equivalente naval de Hindenburg y Ludendorff se entrevistó con responsables de astilleros e industriales siderúrgicos para lanzar un ambicioso programa de construcción de sumergibles. Según este "Plan Scheer", entre octubre de 1918 y diciembre de 1919 se construirían 333 sumergibles de todos los tipos, y otros 421 estaban proyectados para todo 1920. Iban a utilizarse incluso pequeños astilleros que hasta entones no habían tenido apenas uso, y para los cuales se diseño un submarino costero con la denominación UF.
Lo menos que se puede comentar es "demasiado tarde". 222 sumergibles era lo que se había considerado necesario para un bloqueo eficaz de las Islas Británicas en 1914. Fantasear con 333 cuando la guerra ya estaba perdida resulta tan ilusorio que se ha adelantado la hipótesis de que Scheer promovió el programa con vistas más a mejorar su imagen pública ante el evidente final del conflicto, más que con la idea de que realmente pudiese llevarse a cabo.
En octubre de 1918 Hindenburg y Ludendorff recomendaban al gobierno de su país la iniciación de negociaciones para la paz. Los rumores de dichas negociaciones no tardaron en llegar a la aún poderosa Hochseeflotte. El relato tradicional nos cuenta como en noviembre de 1918 los marineros de la principal fuerza naval del país se amotinaron contra sus oficiales e iniciaron una revolución que se propagaría por Alemania al tiempo que el Kaiser Guillermo II abandonaba el país y se acordaba un Armisticio con los aliados. Sin embargo, ese relato obvia el hecho de que los oficiales de la flota, confrontados con el final de una guerra en la que su papel había sido de casi total inactividad, iniciaron preparativos para sacar toda la flota al mar para un último combate glorioso con escasas expectativas de éxito, y aún menores esperanzas de supervivencia. Hicieron esto aún habiendo recibido órdenes expresas del gobierno alemán preveniendoles de iniciar cualquier combate con la flota aliada (británica y americana) que sólo podía entorpecer las negociaciones en curso. Es por ello por lo que, según el periodista alemán Sebastian Haffner, los auténticos amotinados eran los oficiales, y no los marineros. Las acciones de estos iban en consonancia con las órdenes dadas por la autoridad legítima superior, el gobierno alemán, aunque su motivación de fondo fuera evitar una muerte inútil para satisfacer el degenerado concepto del honor de unos pocos.
CONCLUSIONES.
Las cifras.
Durante la Primera Guerra Mundial la Marina Imperial Alemana empleo unos 320 submarinos en 3.274 misiones en las que resultaron hundidos 6.394 buques mercantes con un total de 11.948.702 toneladas de registro bruto. Sólo en 1917 se envió al fondo la mitad de este tonelaje total, casi 6 millones de toneladas.
La marina mercante británica fue la principal víctima de esta devastación, con unas pérdidas de 7,8 millones de toneladas. La segunda víctima, a mucha distancia, fue un país que se mantuvo neutral durante todo el conflicto: Noruega, que perdió unas 1.180.000 toneladas. Francia ocupa la tercera posición con 900.000 toneladas.
A primera vista la disparidad de las pérdidas británicas con respecto a las de los otros países parece resultar de un peculiar ensañamiento de los teutones. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en 1913 los mercantes que enarbolaban la "Union Jack" en todo el planeta representaban - con más de 20 millones de toneladas de desplazamiento - el 43% de la capacidad de carga de todos los barcos del mundo. El segundo país por capacidad de carga eran los Estados Unidos, y su flota mercante abarcaba únicamente el 13% de la capacidad de carga mundial. A los submarinistas alemanes no les hacía falta ensañarse con los mercantes británicos. Había tantos que era inevitable tropezarse con ellos.
Más interesante es la cifra de pérdidas noruegas. Con unos 2.400.000 toneladas de desplazamiento en 1913, las bajas de esta guerra fueron un mazazo tremendo para una nación que no participaba en la guerra. Proporcionalmente fueron mayores que las británicas. También es llamativo el hecho de que, siendo su flota la 4ª más grande del planeta en 1913, sufriesen más bajas que los americanos (perdieron 450.000 toneladas), que tenían la 2ª flota mayor y además participaron en el último año y medio de la guerra. Existen dos posibles razones no excluyentes entre sí para esto:
a) El Reino Unido era el principal cliente comercial de Noruega, en una proporción mayor que los Estados Unidos, cuyos barcos tenían mayor variedad de destinos; los barcos noruegos navegarían casi todos hacía o desde las Islas Británicas y los U-Boote simplemente se tropezarían con ellos.
b) Los submarinistas alemanes ponían especial cuidado con la neutralidad de los buques norteamericanos, pero en cambio no tenían tantos escrúpulos con los barcos noruegos. Evidentemente, una entrada en la guerra de Noruega era mucho menos preocupante que la de la creciente potencia del otro lado del océano. Es difícil concebir que los comandantes de los submarinos dispensasen este trato diferencial entre neutrales sin instrucciones específicas desde arriba.
No sólo los civiles fueron víctimas de los U-Boote. En toda la guerra estos lograron enviar al fondo del mar 100 buques de guerra enemigos, incluyendo 10 acorazados, 10 cruceros acorazados, 7 cruceros, 21 destructores, y 10 submarinos. De nuevo fue 1917 el año con mayor éxito, hundiéndose 39 navíos de guerra de todo tipo y tamaño.
El arma submarina germana no pagó un precio barato por estos éxitos. 178 sumergibles se perdieron en combate. 69 por fuerzas de superficie, 18 por sumergibles enemigos, 34 por minas, desaparecieron unos 36 (buena parte de ellos, casi seguramente por minas también), 2 fueron hundidos por la combinación buques/aviones, y tan sólo 2 exclusivamente por aviones. Unos 43 sufrieron suertes que iban desde el internamiento hasta la autodestrucción, pasando por el embarrancamiento, 17 de ellos como resultado de la acción directa de las fuerzas aliadas. Las bajas en combate de 1917-1918 suponen más de 120 unidades. Aproximadamente el 50% de las tripulaciones perdieron la vida.
Lo Posible.
¿Tuvo el arma submarina germana posibilidades de decidir la guerra a su favor?. Los contemporáneos de ambos bandos así lo creían. Lo cierto es que las pérdidas efectivamente causadas por los submarinos resultaron tan elevadas como para poner las cosas muy difíciles a los aliados a la hora de reemplazarlas. Como botón de muestra valga decir que entre enero de 1917 y noviembre de 1918 los alemanes hundían 8 millones y medio de toneladas, al tiempo que los aliados construían siete millones para reemplazarlas. ¡Y eso que contaban con los astilleros norteamericanos!.
Para dar respuesta a la pregunta propongo como punto de partida Lo Posible. Es decir, aquello que era realizable dentro de los medios a disposición de los actores de nuestra historia. Para lo Posible se tiene en cuenta material, tecnología, y capacidad del capital humano. No se tiene en cuenta - ver Lo Plausible - consideraciones políticas, doctrina, o limitaciones psicológicas y culturales. Es, por lo tanto, un ejercicio de imaginación, muy habitual entre los aficionados a los juegos de guerra, que nos podemos permitir el lujo de recrear una y otra vez las mismas situaciones históricas en relativa comodidad, perfeccionando la estrategia partida a partida hasta llegar a una solución perfecta que, de acuerdo con los medios y reglas puestos a disposición por el juego, los actores históricos hubieran podido poner en práctica con los medios materiales y humanos que realmente tenían a su disposición.
El punto de partida de esta especulación es otra especulación. En junio de 1914 un estudio interno de la Marina Imperial Alemana determinaba en 222 los submarinos necesarios para aislar las Islas Británicas de sus líneas de suministro. El resultado de este estudio se basaba en la experiencia operacional acumulada con la fuerza de submarinos germanos existentes en ese momento, y que apenas ascendía a una décima parte de lo que el estudio consideraba necesario. Hemos de darle credibilidad a esta cifra porque, como veremos, durante la Segunda Guerra Mundial se consideraron necesarios unos 300 submarinos para lograr el mismo fin.
¿Hubiera podido Alemania construir 222 submarinos antes de agosto de 1914?. La respuesta es, definitivamente sí. El Segundo Reich contaba con la capacidad técnica e industrial para alcanzar esa cifra. La prueba de ello se encuentra en la carrera naval con Gran Bretaña. En 1905 los ingleses botaban el "Dreadnought", un nuevo tipo de acorazado que dejaba obsoletas todas las unidades navales existentes hasta la fecha. En una desesperada carrera por no quedarse atrás, Alemania botó 17 de estos modernísimos y muy costosos navíos entre 1905 y 1914. El coste del acorazado "Derfflinger" botado en 1914 ascendía 56 millones de marcos. El presupuesto de toda el arma submarina germana para 1912 (incluyendo construcciones y mantenimiento) ascendía a 20 millones de marcos para 18 unidades. La tripulación de un único acorazado ascendía a unos 1.200 hombres, que era la misma fuerza humana de todos los submarinos alemanes al comenzar la guerra.
Hubiera sido perfectamente posible que antes de la guerra Alemania desviase su capacidad de construcción naval militar de los acorazados que pasaron casi toda la guerra en puerto a los submarinos que resultaron ser el arma decisiva en el mar. Las cifras de costes se pueden considerar una representación bastante veraz de los recursos materiales y horas de trabajo empleados, y los costes de 17 acorazados superaban con mucho a los de 222 submarinos. Reclutar y formar las tripulaciones no hubiera sido tampoco problema. Con las tripulaciones de 10 acorazados se podían cubrir las plantillas de 200 submarinos.
El hecho de que Alemania fuese la última de las grandes potencias en iniciar la construcción de sumergibles no hace sino reforzar la credibilidad de este ejercicio teórico. La tecnología para la construcción de sumergibles como los empleados en la Gran Guerra existía ya desde finales de la década de los 1890, y ya en 1900 los Estados Unidos ponían en servicio su primer submarino. Comenzando en este año o en 1901, como sí hicieron otras naciones, Alemania hubiera dispuesto de tiempo sobrado hasta 1914 para desarrollar modelos tecnológicamente lo suficientemente avanzados y, lo que es más importante, hubiera podido desplegarlos en cantidad.
¿Cómo hubiera sido la guerra naval en la PGM si Alemania hubiera entrado en el conflicto con, digamos, unos 200 submarinos en lugar de sólo 20?. Tecnológicamente hablando, los submarinos se encontraban en ventaja hasta bien entrado 1917. Las contramedidas aplicadas hasta entones resultaron poco efectivas para destruirlos. Su efecto sobre las fuerzas navales enemigas es incierto. Los 100 barcos de guerra que si lograron hundir en los cuatro años de guerra son un resultado modesto, aunque en ocasiones fuera espectacular como el hundimiento del Cressy, Hogue y Aboukir. Y los U-Boote jamás fueron capaces de anotarse un tanto contra las unidades navales más decisivas: los Dreadnoughts. Este hecho revela, más allá de la sorpresa inicial lograda por el U-9, que la protección y la prudencia dispensados con los buques capitales aparentemente bastaron para mantenerlos a salvo de los U-Boote durante la guerra. Más submarinos hubieran tenido más posibilidades de toparse con las escuadras de acorazados británicas, pero que eso hubiese resultado en más Dreadnoughts hundidos trasciende de lo posible y pasa a ser especulativo.
La marina mercante aliada y neutral con partida y origen en Gran Bretaña era otro tipo de blanco más accesible y "blando". Como revelan los espectaculares resultados de abril de 1917, cuando un 90% de la fuerza de submarinos germanos se hacía a la mar y alcanzaba el record de hundimientos de toda la guerra, había una relación bastante directa entre el número de sumergibles empleados y la cantidad de mercantes enemigos hundidos por ellos. La cifra de 222 submarinos se había alcanzado en base al "principio de los 3 tercios", por el cual una fuerza de submarinos determinada podía mantener su esfuerzo en el tiempo con 1/3 de las unidades de caza en las áreas objetivo, 1/3 en tránsito de ida y vuelta a dichas zonas, y 1/3 de mantenimiento en puerto. Esto hace aproximadamente unos 150 submarinos en el mar (2/3) de manera constante durante muchos meses en lugar de sólo 107 en un mes, como sucedió en abril de 1917. Extrapolando cifras, los éxitos de hundimientos al comienzo de la guerra hubieran podido ser mayores que los de abril de 1917, y encima se hubieran podido mantener durante un período prolongado de tiempo.
Los incidentes internacionales como el del Lusitania se hubieran podido evitar, y de hecho se evitaron durante prolongados períodos de tiempo, implantando como obligatorio el sistema de Presa, por el cual los barcos eran inspeccionados y se permitía a las tripulaciones tiempo de sobra para abandonarlos. Como hemos visto, las repercusiones sobre la efectividad de los sumergibles eran minúsculas, y con un poco de prudencia por parte de los comandantes de los U-Boote era posible mantener el riesgo en el mínimo. El sentimiento aislacionista en los E.E.U.U. era muy fuerte, y la ausencia de incidentes dramáticos en el mar podría haber mantenido al gobierno de Washington fuera de la guerra, o al menos hubiera retrasado su entrada en el conflicto.
Naturalmente, los ingleses no se hubieran quedado cruzados de brazos y muy seguramente hubieran implantado el sistema de convoyes mucho antes de cuando lo hicieron realmente. Sin embargo, la táctica de los convoyes es casi tan antigua como la historia de la navegación en el mar. Su empleo era predecible y de hecho fue predicho. Para una marina alemana que se está preparando durante años para llevar adelante este conflicto con los submarinos como arma principal y casi única, anticipar los convoyes y preparar tácticas para su aparición era meramente de hacer uso del raciocinio y aplicar los resultados en maniobras y entrenamientos. Esto fue, de hecho lo que se terminó haciendo entre esta guerra y la siguiente.
Con los medios radiotelegráficos disponibles en la época, lo posible hubiera sido establecer "submarinos de mando" con equipos de radio más grandes y potentes, que hubieran servido para coordinar un grupo de sumergibles. El resultado hubiera sido concentrar fuerza de ataque en torno a fuerza de defensa, y coordinar las labores de búsqueda de los convoyes. Razonablemente, estas concentraciones mutuas de esfuerzos ofensivos y defensivos hubieran provocado una serie de duras batallas en las que ambos bandos intercambiaban golpes y se causaban bajas mutuamente. Pero incluso así los éxitos de los U-Boote hubieran sido notablemente mayores que los logrados en 1918 contra los convoyes en ausencia de todas estas medidas, causando importantes bajas a la marina mercante aliada de manera constante.
Lo Plausible.
Todo esto es muy bonito pero si cabía dentro de lo posible, ¿por qué no se llevo a cabo?. Es aquí donde tenemos que considerar lo Plausible, que es lo Posible visto desde el punto de vista de aquellos que tomaban las decisiones, en el momento en que las tomaban, y con la información que tenían a disposición en su momento y que siempre es menor que la nuestra.
La primera limitación es que es es muy difícil predecir como se va a luchar una guerra, y prácticamente imposible cuando va a comenzar. En nuestro ejercicio imaginativo una o varias personas dentro del gobierno y las fuerzas armadas alemanas tienen muy claro desde 1900 que van a librar una guerra naval contra Gran Bretaña, y que ésta va a tener comienzo en 12-14 años. Esto es mucho pedir. El último estado del cual tenemos conocimiento que intentase algo así fue la Alemania Nazi, y se equivocaron básicamente porque los países contra los que iban a guerrear les vieron venir y decidieron rearmarse ellos mismos y precipitar el conflicto antes de que fuese demasiado tarde. En nuestro caso concreto cabe preguntarse, ¿es creíble que el Reino Unido se hubiera mantenido inactiva mientras Alemania construía más de 200 submarinos?.
La respuesta es claramente no. Al comenzar la guerra el país con más submarinos en activo en el mundo era la propia Gran Bretaña, con 68 unidades. Le seguía Francia con 52. Lanzarse a construir ingentes cantidades de un arma totalmente nueva y que aún no ha sido probada en combate resulta, como decisión, bastante llamativo. Tanto o más cuanto se puede aspirar a ocultar 1, 2, o hasta tal vez una veintena de submarinos durante un par de años, pero desde luego no unos 200 en entrenamientos y maniobras en la década anterior al comienzo previsto de la guerra. Alemania no hubiera podido construir ni 100 sumergibles sin que los ingleses se preguntasen al menos "¿que pretenden estos?", y como no son tontos hubieran gastado menos dinero en "Dreadnoughts" y más en escoltas y en acelerar las tecnologías de detección y combate antisubmarinos. Elementos como los hidrofonos y las cargas de profundidad hubieran podido estar disponibles ya en 1914, y encima desplegados en una cantidad de escoltas mayor que la que tuvó Reino Unido realmente.
De puertas adentro, la construcción de 200 sumergibles también se hubiera encontrado con barreras insuperables. La dedicación necesaria para construir un número tan elevado de un arma experimental requería un visionario. En lugar de ello, los alemanes tenían a Tirpitz.
Tirpitz no fue malo. Justo lo contrario, fue muy beneficioso para la Marina Imperial Alemana porque su mayor habilidad consistía en obtener fondos para construcciones navales de un parlamento germano poco dispuesto a la generosidad. Su éxito fue notable porque ya hemos entrevisto el tremendo coste de construir 17 acorazados modernos en 9 años. Pero presentar presupuestos para estos navíos era razonable por una parte por motivos de imagen. Los grandes y modernos navíos representaban al país y le daban una categoría de potencia mundial. El extremo cuidado que pusieron el Kaiser y los almirantes alemanes en no perder la flota durante la guerra es una muestra de objeto de prestigio en el que los grandes navíos se habían convertido. En cambio, durante el mismo conflicto 178 sumergibles alemanes fueron destruidos por los enemigos de manera bastante indistinguible.
Existía pues un sesgo a favor de la construcción de los buques de línea sobre los submarinos por razones políticas. Incluso si Tirpitz y el Kaiser hubieran sido apasionados defensores de los submarinos - que no lo fueron - no parece razonable que hubieran podido persuadir a suficientes parlamentarios como para poder construir más sumergibles que Inglaterra o Francia, o sea, unos 50-60. Más aún si se tiene en cuenta que para presentar un programa de construcción de 200 submarinos ante una cámara de representantes, lo lógico es que éstos pregunten que para qué y cómo se van a usar. Incluso si se aprobaban los fondos necesarios para la construcción de tantos sumergibles - muy inferiores a los fondos finalmente aprobados para los acorazados - el escrutinio público necesario para ello hubiera privado al arma submarina germana del efecto sorpresa necesario en el plan que hemos imaginado arriba para ganar la guerra.
La Realidad.
Lo cierto es que el programa de construcción de acorazados interfirió con la construcción de submarinos hasta el punto de bloquearlo por medio de Tirpitz, promotor principal del primero. Sólo bajo presiones accedió algo tarde a iniciar la construcción de los primeros U-Boote, de manera que Alemania comenzó la guerra con un número bajo de unidades, para lo que era una potencia naval de su categoría.
El empleo de los sumergibles con el propósito de cortar el suministro de las Islas Británicas surgió paulatinamente en el período entre agosto de 1914 y febrero de 1915. Resulto más bien de la falta de ideas en el mando naval germano después de que sus predicciones sobre las acciones británicas al comienzo de la guerra resultasen bastante equivocadas. Al ser fruto de la improvisación, no había una doctrina de uso establecida para los submarinos como atacantes de rutas de comercio. La lógica de minimizar el riesgo y maximizar el resultado sugería el ataque bajo el agua, con torpedos, y sin aviso previo.
Sin embargo, la rama civil del estado alemán, tras encontrarse con una guerra de desgaste que no había sido prevista por la cúpula militar tanto del ejército como de la marina, hizo un intento por recuperar algo de su poder e intentar controlar de nuevo un poco el curso de la guerra. Como resultado de esto, y de acuerdo con sus propias preocupaciones y prioridades, se impusieron ciertas restricciones operativas sobre los submarinos que no eran muy compatibles con la forma de ataque preferida inicialmente por los militares.
Entre el cumplimiento de sus órdenes y las restricciones que el Canciller Bethmann habían "colado" con ellas, los comandantes en primera línea de combate se adaptaron y encontraron en el cañón el arma y en el sistema de Presa la táctica que más éxito proporcionaban, al tiempo que el incremento del riesgo era mínimo sobre el ataque por sorpresa con torpedos
Era también la forma más efectiva de evitar incidentes internacionales que, como el del Lusitania, traían a los Estados Unidos más cerca del lado aliado. De hecho, entre mayo de 1916 y enero de 1917 la guerra submarina entro en una fase más activa sin que se produjeran incidentes tan serios como para movilizar a los "halcones" de la opinión pública norteamericana. Cuando los E.E.U.U. entraron finalmente en la guerra se debió a la declaración de Guerra Submarina sin Restricciones, la cual echaba por tierra todos los intentos que el Presidente Wilson estaba llevando a cabo en favor de unas negociaciones de paz.
Ya para septiembre de 1914 estaba claro que el papel de la Hochseeflotte en la guerra iba a ser bastante marginal. Para el 31 de mayo de 1915 - Jutlandia - estaba muy claro que los buques de línea germanos tenían una utilidad casi nula. En cambio, desde febrero de 1915 se hizo una apuesta por los submarinos como arma para decidir la guerra en el mar. Por todo esto resulta asombroso que el mando naval germano no desviase más recursos a la construcción de los sumergibles. Ya comenzada la guerra, se continuó con la terminación de navíos de línea que ya estaban comenzados. Y tras Jutlandia se dedicaron grandes cantidades de recursos y mano de obra a reparar los barcos dañados en la batalla. Entretanto, los encargos de submarinos se hacían por cuentagotas, y sufrían de escasez de recursos porque la prioridad la tenían los navíos. Tirpitz y sus sucesores se contradecían de raíz al insistir en la ofensiva submarina a ultranza basándose en en el papel decisivo del submarino, y al mismo tiempo descuidar la asignación de recursos para la construcción de submarinos.
Aparte del desvío de recursos a otros proyectos menos importantes, la producción germana de sumergibles se vio estorbada por la gran variedad de modelos. Tan sólo en submarinos costeros hubo 6 variedades. En los submarinos de flota la razón para que se ordenasen por cuentagotas estaba en que se hacían planos para un modelo, se encargaban unas pocas unidades basadas en estos planos, y mientras se completaban ya se hacían planos para la siguiente serie de 5, 8, ó 10 sumergibles que era muy similar a la anterior, pero con algunas pequeñas modificaciones. El resultado de esta teutónica pasión por el perfeccionismo era que los astilleros encargados no podían aplicar economías de escala. No sabían de antemano que modificaciones iba a incorporar la siguiente serie.
Varios modelos de sumergible resultaron un desperdicio de recursos. Específicamente los UB I y UB II y UC I, eran demasiado lentos, y carecían de una pieza de artillería - o era una muy poco potente - que era el arma crucial para el éxito de un submarino en la caza de mercantes. En el otro extremo se encuentran los U-Kreuzer, que tenían demasiadas piezas de artillería, tantas como para mantener un duelo con un destructor, y que costaban mucho tiempo y recursos. Entre unos y otros se hallaban los grandes éxitos de diseño en la relación coste-efectividad: los UC II y los UB III. De estos últimos, se reconoció su excelencia bastante pronto. Su producción se llevo a cabo de manera ininterrumpida hasta el final de la guerra, y formaban una parte crucial del "Plan Scheer" de construcciones para 1919 y 1920. El UC II fue el modelo de sumergible más exitoso de la guerra y de todos los tiempos. Pero en junio de 1917 se entregó el último de ellos, y la línea de producción se detuvo durante un año hasta que el se entregó el primer UC III, que era prácticamente igual que el UC II sólo que eliminando unas pocas imperfecciones. ¡En medio de la guerra no había tiempo para detener la producción durante un año!. Hubiera sido mejor continuar produciendo UC II, aunque tuviesen algunos problemas menores.
De todo esto se hace evidente que, pese a ser el arma naval decisiva, los alemanes construyeron muy pocos submarinos durante la guerra. Desde luego, muchos menos de los que podían haber construido siendo más coherentes y con un poco de sentido común.
Esta falta de coherencia y sentido común es achacable al mando alemán, tanto el naval como el político, aunque principalmente al primero. Ya hemos visto la lucha constante entre el ramo civil y el militar por la dirección de la guerra naval. Esta lucha fue pérdida al final por el gobierno civil, estableciéndose para 1917 una especie de dictadura militar en la que los militares (de tierra y mar) dictaban y el gobierno civil obedecía sin rechistar.
Hasta llegar a ese punto, uno no puede evitar tener la impresión que la prioridad para la marina era ganar la guerra contra su propio gobierno antes que ganar la guerra contra los ingleses. O, incluso mejor, que para lograr lo segundo era preciso triunfar en lo primero. Sólo así se explica la incoherencia en las decisiones de asignación de recursos que hemos visto, y que hacen pensar que la insistencia de Tirpitz y otros por la guerra submarina no se debía a que creyesen en los U-Boote como arma decisiva, sino que les convenía hacer como si creyesen en ello para forzar su pulso con el Canciller Bethmann.
La clase política no tenía esas dudas. Tenían una idea muy clara de que esfuerzos eran necesarios para salir de la guerra con el menor daño posible, y como hacerlo. Cuando se interrumpieron las ofensivas submarinas a finales de 1915 y en mayo de 1916, no se debió a orden alguna de los civiles. El Canciller insistía en que la ofensiva se mantuviese, únicamente querían imponer unas restricciones que subordinasen la acción naval a un concepto estratégico superior: evitar que los Estados Unidos entrasen en la guerra y promover unas negociaciones. Las interrupciones se debieron siempre a "plantes" del mando naval, que insistía en las cosas se hiciesen a su manera o no se hiciesen.
En el bando aliado - exceptuando Rusia - nos hallamos un panorama diferente. No es que careciesen de sus problemas entre civiles y militares - Lloyd George llegó a cerrar el grifo de los refuerzos a su comandante en Francia para disuadirle de emprender más ofensivas costosas -, pero los ingleses tenían un Gabinete de Guerra que se reunía regularmente y en el que se llegaban a acuerdos entre distintos ramos del gobierno sobre qué era lo prioritario y cual era la decisión a adoptar. Las tensiones permanecían dentro del gabinete. Una vez que este tomaba una decisión, órdenes eran órdenes y a nadie se le hubiera ocurrido continuar la disputa desobedeciendo y haciendo lo que le viniera en gana.
Este sistema cristalizó al final de la guerra en el mando conjunto aliado liderado por un general francés. Este mando conjunto fue un logró de la coordinación interaliada, esencial para concluir con éxito el esfuerzo bélico. Este mando conjunto no tuvo jamás un equivalente en el lado de las Potencias Centrales. Los alemanes llevaban la voz cantante, pero no había reuniones regulares con oficiales turcos, que luchaban su propia guerra separada de la del resto de sus aliados, ni con austríacos, cuyas fuerzas quedaron tan debilitadas que desde muy pronto se vieron obligados a aceptar las condiciones que los alemanes les impusiesen a cambio de su asistencia.
Lo Realizable.
En el mundo real, muchas cosas nos vienen impuestas de antemano. Nuestro lugar de nacimiento, nuestro entorno, nuestros recursos... Y aún así, nuestras vidas no están predeterminadas. Por limitados que sea el entorno, está en la voluntad de las personas sacar el máximo partido de lo que tienen. Lo mismo se puede aplicar a la historia de la guerra, y a la historia de la guerra submarina en la PGM en particular. Las interrupciones en las ofensivas submarinas, las decisiones equivocadas de asignación de recursos, la ausencia de medidas frente a la introducción de convoyes, la descoyuntada estructura de mando, y la decisión de una ofensiva a ultranza a sabiendas de que iba a sumar a los E.E.U.U. al bando enemigo fueron todas resultado de las decisiones de unas pocas personas. Y como tales, precisamente lo más fácil hubiera sido que estas personas hubieran tomado decisiones diferentes, más acordes con sus propósitos y su beneficio.
Dentro de lo Plausible, de las limitaciones que imponían el entorno y los medios disponibles a las decisiones, ¿qué decisiones hubieran podido tomar los individuos clave?. ¿Qué hubiera sido realizable que hubiera mejorado los resultados de la guerra submarina alemana durante la PGM?. ¿Hubiera sido así posible que los U-Boote ganasen la guerra para su país?.
Un Tirpitz o su equivalente al menos tan abiertos a la tecnología de los submarinos como ya lo habían sido los responsables de otras marinas importantes, hubieran podido iniciar antes la construcción de submarinos para la Marina Imperial, y haber animado la construcción de más unidades. Es razonable pensar que para 1914 se hubieran podido poner hasta unas 40 unidades en servicio sin levantar suspicacias en los potenciales enemigos. Siguen sin ser 200, pero es mejor punto de partida que 20 (la mitad de ellos con propulsión obsoleta).
Tras la constatación de que Inglaterra había optado por un "bloqueo lejano" en lugar del cercano, que la guerra en tierra se había estancado y el conflicto iba para largo, y tras comprobar los primeros éxitos de los submarinos, se llegó a la conclusión evidente de emplear éstos en un bloqueo propio de las Islas Británicas. Esto sucedió alrededor de diciembre de 1914- enero de 1915. Como muy tarde en ese momento se deberían haber desviado todos los recursos de construcción naval a los submarinos, dado que la cantidad disponible (ya fuesen 20 ó 40 unidades) era a todas luces insuficiente. Esto suponía dejar paralizados todos los demás proyectos de construcción naval en curso, salvo los más indispensables. Había que construir la mayor cantidad de sumergibles posible.
Incidentes como el del Lusitania serían, en principio, inevitables al inicio de la ofensiva submarina. Gracias a ellos se establecieron normas de conducta más estrictas pero que, a la hora de la verdad, no interferían mucho con el éxito de los comandantes. Esto tendría que ser complementado con cierta agilidad por parte de la diplomacia germana, para que no dejasen pasar varios meses y el incidente del Arabic antes de contestar una nota norteamericana ofreciéndose a mediar. Lo crucial en todo esto era tener claro que tan sólo una cantidad enormemente absurda e irrealizable de hundimientos compensarían de una entrada de los Estados Unidos en la guerra. La neutralidad norteamericana era un requisito imprescindible para, al menos, no perder la guerra.
Teniendo claro este objetivo político no sólo por parte de la diplomacia germana, sino también por parte de su cúpula militar, se podían aceptar las limitaciones operacionales de los submarinos sin "pataletas" por parte de los responsables navales, que repetidamente tuvieron como resultado la interrupción por cuenta propia de las operaciones de los submarinos. Así, no se hubieran producido interrupciones en la ofensiva submarina. Esta habría sido continua desde febrero de 1915. Además, el desvío de sumergibles a la zona de caza del Mediterráneo hubiera sido menor. La importancia de esto reside en que la zona decisiva de operaciones encontraba alrededor de las Islas Británicas, y cualquier otro objetivo suponía una dispersión de los escasos recursos disponibles.
El diseño de submarinos tenía que tener en cuenta los siguientes 4 factores:
- Potencia de fuego. Esto incluía una cantidad de torpedos que tuviese en cuenta el porcentaje total de acierto del 50%. Así, el UB I y el UB II podían acertar de media a 1 y 2 barcos respectivamente con sus torpedos. El armamento principal e indispensable sería la artillería. Dada la vulnerabilidad de los submarinos, no se trataba de armarlos como para establecer un duelo artillero. Un cañón de calibre 88mm. ó 105mm., tal vez incluso dos, hubieran bastado. Un sumergible sin cañón era poco menos que inútil. Esta condición dejaba fuera tanto a los UB I, UB II, y UC I, como a los U-Kreuzer.
- Alcance. Siendo el objetivo principal aislar las Islas Británicas, el alcance de un submarino tenía que permitirle llegar desde Alemania a cualquier área circundante de Irlanda y Gran Bretaña, permanecer durante un tiempo, y volver. Dotar a los sumergibles de mayor alcance era un lujo innecesario porque la zona decisiva se encontraba en el área descrita. Por este criterio quedaban fuera los diseños comentados en el punto 1.
- Velocidad. La posición ideal para la emboscada de un submarino era adelantar a su objetivo y situarse aproximadamente en su curso para emerger delante suyo de manera que en cualquier maniobra evasiva del barco objetivo, éste tuviera el mayor tiempo de exposición posible al armamento del sumergible. Así también se economizaba en navegación sumergida y en baterías que proporcionaban una movilidad muy limitada. Así, la velocidad máxima en superficie debe permitir adelantar a la mayor parte de los mercantes que navegan a velocidad económica/de crucero. En vista de los éxitos de los distintos modelos de sumergible empleados, parece que la velocidad máxima debía ser como mínimo de 12 nudos. Por debajo de eso, el sumergible era demasiado lento para alcanzar una gran cantidad de los objetivos que avistaba. Este criterio dejaba fuera a los UB I y UB II. El UC II - el más exitoso de la historia naval - se encontraba justo en el límite.
- Tiempo de construcción. Este tenía que ser el menor posible, siempre y cuando se respetasen los criterios mencionados anteriormente. Así, UB I y UB II tenían tiempos de construcción bastante cortos, pero eran tan infectivos como armas que cualquier recurso en ellos se puede calificar de desperdicio. Los U-Kreuzer, en cambio, pecaban por exceso.
Alemania ya comenzó la guerra con el diseño de sumergible que cumplía casi todos los requisitos. Los famosos 30s (del U31 hasta el U42) llevaban en construcción tiempo antes de la guerra, y se demostraron bastante exitosos durante sus carreras. El tiempo de construcción era largo (en torno a dos años), pero muy posiblemente se hubiera podido acortar si la construcción de sumergibles hubiera recibido la prioridad que requería, y si además se concentraba la producción en esta serie sin hacer más modificaciones. Como muy tarde, con la aparición de los UC II y UB III se habría tenido que desviar toda la producción a estos dos modelos sin interrupciones, que ofrecían la mejor combinación de las cuatro características decisivas.
El objeto sería incrementar la fuerza submarina a los 200 sumergibles operativos estimados como necesarios para el bloqueo de Gran Bretaña. El momento para hacer esto era 1915-1916, cuando las medidas antisubmarinas aún no habían alcanzado la madurez y los aliados hundían muchos menos submarinos de los que se construían. Ya en 1917-1918 las contramedidas aliadas habían madurado de tal manera que, aunque los germanos casi igualaban la producción de 1916, el número de sumergibles operativos se mantuvo estable en torno a las 120 unidades.
Tarde o temprano los británicos hubieran introducido el convoy. Aunque esto suponía ya en sí un triunfo para los U-Boote, ya hemos visto que contribuyo notablemente a debilitar la efectividad del bloqueo submarino. Contrarrestarlo hubiera sido realmente más complicado de lo que parecía cuando delineaba lo Posible. Entre el tiempo necesario para percibir el cambio de táctica aliado, diseñar nuevas tácticas que lo contrarrestasen, ensayarlas, ponerlas en práctica y entrenar las tripulaciones en ellas, y poner los recursos necesarios (submarinos de mando, oficiales, y equipos de radio especiales), podía transcurrir perfectamente un año. El hecho de que las tácticas de los submarinos no se desarrollasen en la realidad cuando los británicos introdujeron los submarinos parece indicar cierto problema de comunicación entre los oficiales "en la línea de frente" y sus superiores dentro de la Marina Imperial Alemana.
Y ni aún así las nuevas tácticas - grupos de submarinos guiados por submarinos de mando que rastreasen y atacasen de manera coordinada a los convoyes - podían garantizar una victoria concluyente. Intentar determinar su posible éxito es poco menos que imposible, porque cuando uno desciende a un nivel más "microeconómico" más se expone uno a factores que ignora totalmente (la "fricción de la guerra", que decía Clausewitz) y que pueden echar por tierra cualquier cálculo. Lo más razonable parece ser que se hubiera instalado un período de "guerra de desgaste" en el mar, con cuantiosas bajas en ambos bandos.
En todo caso, la fuerza submarina alemana hubiera estado en mejor posición para afrontar la "travesía a través del desierto" de los convoyes, si en lugar de tener un centenar largo de unidades, hubiera tenido el doble. Y esto si que parece bastante realizable.
No parece que los submarinos alemanes hubieran estado en posición de decidir la guerra en favor de su país. Pero sí que hubieran podido ser muy dañinos al enemigo y haber contribuido a su desgaste. Esto resultaba crucial, pues la Primera Guerra Mundial era precisamente una Guerra de Desgaste, en la cual gana el último país en mantenerse en pie cuando el resto ya ha abandonado, obligado por agotamiento de los recursos y desórdenes internos.
Una vez que el bloqueo naval británico fue establecido, el tiempo empezó a correr en contra de Alemania y Austria-Hungría. No había apenas nada que las Potencias Centrales pudieran hacer para retrasar la llegada de lo inexorable en 1918. Pero no es menos cierto que también hubo extensas huelgas en las fábricas aliadas en 1916-1918 (según Schröder, resultaron mayores que las de Alemania proporcionalmente al tamaño de la industria). Hubo un motín masivo de batallones franceses en 1917. Y en 1917-1918 las desavenencias entre la cúpula política y la militar británicas se manifestaron en el recorte de reemplazos y refuerzos a las unidades destacadas en Francia.
Incluso si llegando al agotamiento a finales de 1918 las Potencias Centrales se hubieran visto obligadas a negociar, esta negociación hubiera podido llevarse en condiciones mucho más ventajosas si se hubiera mantenido una fuerza submarina respetable y aún no derrotada de manera patente, y con los Estados Unidos como mediadores y no como enemigos.
El Kaiser Guillermo II.
Todas las decisiones de la guerra submarina que se han repasado como realizables tienen al final un condicionante previo ineludible: Un mando centralizado del esfuerzo bélico. Tan sólo éste tipo de mando podía analizar el conflicto en su conjunto, establecer prioridades, y sobreponerse a los intereses particulares de los distintos componentes del esfuerzo bélico. Ejército, Marina, Economía, y Diplomacia.
Antaño este Mando Unificado era asumido por los monarcas. Mas la creciente complejidad de la economía y la tecnología hicieron que la tarea fuese excesiva para un sólo hombre. Antes de la PGM Napoleón Bonaparte lo intentó, y después de la PGM fue Adolfo Hitler quien intentó hacer lo mismo. Los resultados hablan por sí solos.
La solución pasaba, pues, por establecer un comité de especialistas de las diferentes partes, dónde se dirimiesen las diferencias y prioridades de cada uno de ellos teniendo como resultado directrices relativamente claras y al tiempo poco contradictorias entre sí. Un comité así dotado de poderes hubiera podido superar los intereses particulares de la Marina, y dirigir sus recursos de la construcción de objetos de prestigio - como los acorazados y los U-Kreuzer - hacía los sumergibles que eran necesarios para ganar la guerra cuanto antes. Ese comité hubiera podido establecer una prioridad política clara, dar pronta respuesta diplomática a las notificaciones americanas, e imponer la continuación de la ofensiva submarina a la Marina a pesar de su disgusto con las restricciones necesarias para mantener a los E.E.U.U. en la neutralidad.
El Reino Unido formó su Gabinete de Guerra en este estilo, y a pesar de algunos fracasos como Galipoli las directrices que de él partían no se contradecían gran cosa entre sí, e imprimían a la guerra un curso coherente, más o menos acorde con los deseos de sus miembros. ¿Hubiera podido Alemania formar un gabinete así?.
Falta espacio en estas líneas para hacer un estudio sobre la constitución política y sociológica del II Reich. A pesar de ello, y tras las lecturas sobre la PGM y la Guerra Submarina, parece razonable considerar una persona en todo el Imperio Alemán capaz de imponer la formación de un cuerpo decisorio como el descrito: el Kaiser Guillermo II.
Aunque su poder real ha sido objeto de muchas discusiones, y es indudable que carecía de la capacidad para dedicarse al día a día del gobierno delegando por ello casi toda la gestión en sus parlamentarios y sus oficiales, Aún así, tenía el notable poder de prestar apoyo a tal o cual decisión, lo que bastó en más de una ocasión. Fue su apoyo lo que permitió a Tirpitz gastar ingentes sumas en acorazados modernos. Fue su timidez lo que ató a la Hochseeflotte y sus oficiales a los puertos. Fue su apoyo el que permitió al Canciller contener las exigencias de los militares durante dos años y medio, y cuando retiró ese apoyo, se adoptó la decisión fatídica por la Ofensiva Submarina sin Restricciones.
Con estos precedentes, no resulta descabellado plantearse a un Guillermo II que hubiera insistido al comienzo de la guerra en un gabinete ejecutivo para la conducta del conflicto, dándole con su respaldo autoridad a las directrices que saliesen de él. Por imperfecto que hubiera sido respecto a su contraparte británica - no parece que la toma de decisiones por comités fuese muy común en la Alemania de la época - hubiera sido un primer paso en la dirección adecuada.
Que al final, de todas las opciones que tenía Guillermo II para intervenir al final emplease unas y no la otra, le hace responsable del devenir del conflicto. A pesar de lo mal que la historia le ha tratado, resulta evidente que - lo mismo que su primo erl Zar de Rusia - era un hombre cuyas cualidades se encontraban demasiado poco desarrolladas para los desafíos que el destino le tenía preparado. Tal vez, en última instancia, se puede considerar a Guillermo II no tanto como culpable, sino como otra víctima. Víctima de un sistema de selección de líderes, la Monarquía, que no tiene otro criterio que el azar de una tirada de los dados de la genética.
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