En mi reciente viaje por Berlin tuve tiempo para visitar Potsdam, sus parques, y sus palacios.
Durante la visita me pareció notar en la habitual masa de turistas algo que recordaba de manera diferente en mi niñez y adolescencia: la actitud hacía los fotógrafos.
Siendo Potsdam un lugar con tanto jardín y tanto palacio, se prestaba mucho a tirar fotos. Y eso es lo que mucha gente, incluido yo mismo, estaba haciendo. Cuando hacía fotos y paseaba, me pareció que la actitud del resto de público hacía los fotógrafos se podía describir como desdén, un desdén cansado. Todavía hay gente que se detiene para no ponerse en medio de tu foto como sucedía de manera universal antes. Mas ahora te encuentras también muchos visitantes que simplemente pasan, y acaban pasando por delante de tu foto.
Esa gente no estaba ahí antes.
En tiempos pretéritos - hace 20 y 30 años - las fotos eran caras. Lo comprobé yo mismo cuando, con 17 años y a la vuelta de un viaje de una semana a Canadá, dejé alegremente 6 carretes en una tienda de revelado pensando que cada imagen no me saldría más cara que una fotocopia. Cuando pasé a recogerlas me costó disimular el susto que supuso afrontar la cuenta. La sensación se hizo tanto más miserable cuando comprobé que, por mi inexperiencia y descuido, una buena parte de las fotos que había tirado estaban mal.
Fue entonces cuando comprendí porque mi padre daba tantas vueltas y tomaba tantas precauciones antes de hacer una foto. También sirve para explicar el respeto que muchos mostraban en esos tiempos a quién estaba tomando una foto. Si te ponías en medio accidentalmente le estabas costando pasta, y nadie hacía algo que no querían que le hicieran a uno mismo. Era un gesto de empatía.
La tecnología aplicada a las fotos ha cambiado todo eso. Hace 20 años jamás se me hubiera ocurrido que le pondrían una cámara a un teléfono, ni tampoco a un ordenador portátil (una tableta). Y eso por no hablar de las propias cámaras que ahora en lugar de carretes usan chips con capacidad de centenares de fotos cada uno. Fotos que ya no necesitan ser reveladas. Las descargas en el ordenador y las muestras a propios y extraños en tu pedazo de televisor de plasma. No sabría decir si las cámaras son más caras o baratas que antes, pero tirar 500 fotos se ha convertido en algo tan barato como fácil, pues ahora puedes comprobar al instante si la foto ha salido bien o no.
El resultado es que cada vez - es una opinión personal - hay menos gente que se aparta cuando vas a hacer una foto en un lugar público. No es que haya más maleducados. En un mundo en el que cualquier cría de 15 años tiene un móvil con cámara de fotos, el momento de la foto está produciéndose en todo momento y en todo lugar, y aunque el primer par de veces te des cuenta y te detengas o apartes, cuando ya es la vez vigésimo cuarta ya estás hasta los huevos y pasas (literalmente, pues pasas y te pones en medio de toda la foto). Sabemos que "estropear" a otro una foto tiene un coste nimio y preferimos malgastar nuestra empatía en otro empeño.
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Cuando, siendo un imberbe, me dirigía a las estanterías del gran centro comercial cercano a casa y estiraba el brazo hacía una de las cajas de NAC, me encontraba sólo. No me refiero a esa soledad existencial que me caracteriza como persona. Estaba sólo en mi afición, en mi elección del juego. Para compartir aquello tenía que apelar a los que conocía en mi entorno - mis amigos, mi hermano T. - con éxito más bien modesto y efímero. Posiblemente hubiera en toda España miles de personas que en ese momento compartían mi gusto por los juegos de guerra y hubieran estado gustosos de echar una partida. Pero para mí era lo mismo que si hubieran estado en la cara oculta de la luna. Sencillamente desconocía de su existencia.
El progreso tecnológico ha cambiado todo esto. No importa lo peregrinas que sean tus aficiones. Ahora cualquier puede sentirse parte de una gran comunidad. ¿Cuán diferentes hubieran sido las cosas para mí de contar hace 20 años con estos medios de contacto con otros jugadores?. Ciertamente, mi vida social se habría visto notablemente perjudicada y sería aún más huraño de lo que soy ahora. Pero, ¡que demonios!, habría sabido mucho antes del Hannibal, Dune, y otros y de lo buenos juegos que eran . Y posiblemente me hubiera enterado en su momento de la caída de Avalon Hill y hubiera corrido a una tienda a comprar un ejemplar de Civilization.
En su conjunto, creo que internet y las "nuevas tecnologías" no sólo han sido beneficiosas para el mundo de los juegos de mesa, es que han sido imprescindibles para que dicho mundo exista. Entendiendo como mundo de los juegos de mesa la afición cada vez más numerosa a una forma de ocio que antes estaba relegada al ocio infantil y/o familiar (Risk, Monopoly, o el Tragabolas). La comunidad de jugones existe porque tiene consciencia de su propia existencia. Y es consciente a través de los foros, los blogs, los podcasts y algunas jornadas.
Todo, no obstante, tiene un precio. Estar en contacto con mucha más gente que comparte tus aficiones expone a todos a las opiniones mutuas. Opinar es algo muy humano, también muy de aquí. Las opiniones de mis compañeros de juegos es algo a lo que estoy acostumbrado. Es una cantidad de gente limitada. Sé a que atenerme, que esperar. Puedo argumentar a favor o en contra ante ellos, y puedo verme respaldado o contradicho por la siguiente partida que jugamos al juego que origina la discusión. Aunque las opiniones sean muy contrapuestas, cualquier diferencia se acaba resolviendo de manera satisfactoria tarde o temprano.
En cambio, cuando uno salta a este ruedo de internet que tanto bien nos ha hecho, el efecto de la tecnología sobre las opiniones es el mismo que el de las cámaras digitales sobre las fotos. Cuesta muy poco emitir una opinión. No es ya sólo que en un periquete te metas en un foro, una red social, o un blog y escribas 4 líneas con lo que piensas. Lo que realmente reduce el esfuerzo de emitir opiniones es que puedes hablar sobre algo sin tener en cuenta para nada lo que la otra parte ha dicho. En una discusión cara a cara, yo y mi interlocutor no tenemos forma de evitar las interpelaciones del otro. Si uno plantea una duda o cuestiona la posición del otro, la callada por respuesta no es una alternativa.
En mi recorrido por internet he hallado varias respuestas o comunicaciones en las que lo menos que podía hacer es preguntarme si mi interlocutor se ha leído realmente lo que le he escrito. Planteo preguntas, y la respuesta apenas si tiene algo que ver. A la pregunta "¿a dónde vas?" la respuesta es "patatas traigo", e insistir sólo es respondido con algún otro tubérculo como si, consciente mi interlocutor de su error, la línea ya consistiese en no bajarse del burro. Total, ¿qué le cuesta seguir escribiendo en la misma línea hasta agotarme?.
Porque eso es al final lo que sucede. Lo siento, pero al final me pasa como aquellos turistas que, tras evitar al quinto fotógrafo digital en veinte minutos se hartan y avanzan ya sin mirar estorbando todas las fotografías sucesivas. No es que me estén lloviendo preguntas e interpelaciones todos los días. La verdad es que son escasas. Y eso está bien porque precisamente por ello casi todos de los pocos que se dirigen hacía mí lo hacen de forma inteligente. Pero ya me he encontrado alguna que otra aportación que tiene todos los visos de haber sido remitida de manera visceral y poco meditada. Estas opiniones no me molestan en sí. Mas he llegado a la conclusión que si me esfuerzo en contestarlas igual que a las otras, estoy malgastando tiempo y esfuerzo. Que nadie se lo tome a mal. Es como si intentase visitar una tertulia de Intereconomía, 13TV, Sálvame, o Ana Rosa y esforzarme en dialogar desde la lógica y el razonamiento. Si vosotros no os veis en ninguna de esas situaciones, pues yo a mí mismo tampoco.
¿Qué relevancia tiene todo esto para el mundo de los juegos de mesa?. La tecnología ha dado un saldo neto beneficioso. Sin embargo hay un coste en hype, en polémicas amargas que no llegan a ningún lado, en dinero gastado en Kisckstarters poco meditados... . Es lo que pasa cuando tiras fotos sin mirar la iluminación, el encuadre, la posición de los objetos... Es lo que pasa cuando das una opinión en un foro sin haber leído del todo la opinión del otro, sin pensar la propia de manera estructurada, sin la más mínima intención de llegar un compromiso, lo que presupone la noción de que uno mismo puede estar equivocado a pesar de todo.
La tecnología nos ha puesto en las manos la libertad de hacer muchas de las cosas que queremos pagando un precio muy pequeño por ellas. Pero saber hacerlas bien no nos lo da el progreso tecnológico. Está en nuestras manos y en nuestra voluntad de esforzarnos incluso cuando no hay ningún premio por ello.
En su conjunto, creo que internet y las "nuevas tecnologías" no sólo han sido beneficiosas para el mundo de los juegos de mesa, es que han sido imprescindibles para que dicho mundo exista. Entendiendo como mundo de los juegos de mesa la afición cada vez más numerosa a una forma de ocio que antes estaba relegada al ocio infantil y/o familiar (Risk, Monopoly, o el Tragabolas). La comunidad de jugones existe porque tiene consciencia de su propia existencia. Y es consciente a través de los foros, los blogs, los podcasts y algunas jornadas.
Todo, no obstante, tiene un precio. Estar en contacto con mucha más gente que comparte tus aficiones expone a todos a las opiniones mutuas. Opinar es algo muy humano, también muy de aquí. Las opiniones de mis compañeros de juegos es algo a lo que estoy acostumbrado. Es una cantidad de gente limitada. Sé a que atenerme, que esperar. Puedo argumentar a favor o en contra ante ellos, y puedo verme respaldado o contradicho por la siguiente partida que jugamos al juego que origina la discusión. Aunque las opiniones sean muy contrapuestas, cualquier diferencia se acaba resolviendo de manera satisfactoria tarde o temprano.
En cambio, cuando uno salta a este ruedo de internet que tanto bien nos ha hecho, el efecto de la tecnología sobre las opiniones es el mismo que el de las cámaras digitales sobre las fotos. Cuesta muy poco emitir una opinión. No es ya sólo que en un periquete te metas en un foro, una red social, o un blog y escribas 4 líneas con lo que piensas. Lo que realmente reduce el esfuerzo de emitir opiniones es que puedes hablar sobre algo sin tener en cuenta para nada lo que la otra parte ha dicho. En una discusión cara a cara, yo y mi interlocutor no tenemos forma de evitar las interpelaciones del otro. Si uno plantea una duda o cuestiona la posición del otro, la callada por respuesta no es una alternativa.
En mi recorrido por internet he hallado varias respuestas o comunicaciones en las que lo menos que podía hacer es preguntarme si mi interlocutor se ha leído realmente lo que le he escrito. Planteo preguntas, y la respuesta apenas si tiene algo que ver. A la pregunta "¿a dónde vas?" la respuesta es "patatas traigo", e insistir sólo es respondido con algún otro tubérculo como si, consciente mi interlocutor de su error, la línea ya consistiese en no bajarse del burro. Total, ¿qué le cuesta seguir escribiendo en la misma línea hasta agotarme?.
Porque eso es al final lo que sucede. Lo siento, pero al final me pasa como aquellos turistas que, tras evitar al quinto fotógrafo digital en veinte minutos se hartan y avanzan ya sin mirar estorbando todas las fotografías sucesivas. No es que me estén lloviendo preguntas e interpelaciones todos los días. La verdad es que son escasas. Y eso está bien porque precisamente por ello casi todos de los pocos que se dirigen hacía mí lo hacen de forma inteligente. Pero ya me he encontrado alguna que otra aportación que tiene todos los visos de haber sido remitida de manera visceral y poco meditada. Estas opiniones no me molestan en sí. Mas he llegado a la conclusión que si me esfuerzo en contestarlas igual que a las otras, estoy malgastando tiempo y esfuerzo. Que nadie se lo tome a mal. Es como si intentase visitar una tertulia de Intereconomía, 13TV, Sálvame, o Ana Rosa y esforzarme en dialogar desde la lógica y el razonamiento. Si vosotros no os veis en ninguna de esas situaciones, pues yo a mí mismo tampoco.
¿Qué relevancia tiene todo esto para el mundo de los juegos de mesa?. La tecnología ha dado un saldo neto beneficioso. Sin embargo hay un coste en hype, en polémicas amargas que no llegan a ningún lado, en dinero gastado en Kisckstarters poco meditados... . Es lo que pasa cuando tiras fotos sin mirar la iluminación, el encuadre, la posición de los objetos... Es lo que pasa cuando das una opinión en un foro sin haber leído del todo la opinión del otro, sin pensar la propia de manera estructurada, sin la más mínima intención de llegar un compromiso, lo que presupone la noción de que uno mismo puede estar equivocado a pesar de todo.
La tecnología nos ha puesto en las manos la libertad de hacer muchas de las cosas que queremos pagando un precio muy pequeño por ellas. Pero saber hacerlas bien no nos lo da el progreso tecnológico. Está en nuestras manos y en nuestra voluntad de esforzarnos incluso cuando no hay ningún premio por ello.
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