En Noviembre de 2011, con unas elecciones generales en ciernes, Ringard me comentó que los españoles le dábamos pena porque teníamos que elegir entre un tonto y un corrupto.
Yo le conteste, como español, que lo que me daba pena era no poder distinguir cual de los dos candidatos de los dos principales partidos era el corrupto, y cual el tonto.
Casi dos años más tarde se han revelado muchas cosas, pero sigo sin tenerlo claro. A lo largo de 2013 se han ido sucediendo las informaciones sobre la corrupción y dondequiera que uno mire la reacción del "pueblo llano" es de indignación y cabreo. Lo peor no han sido las propias revelaciones en sí sino la reacción de los políticos implicados. Niegan lo evidente de forma tajante, se contradicen a sí mismos, entorpecen la ley cuando pueden, o simplemente están ausentes de los medios de comunicación. El favorito de nuestro actual presidente.
Aunque la estrella de los casos de corrupción actuales sea la que involucra a la cúpula del partido que ocupa ahora el gobierno de la nación, lo cierto es que hay para dar y regalar. Afecta a todos los partidos en todos los niveles de gobierno y en todas las regiones. Si la actual recesión económica genera ya un trasfondo deprimente, las noticias de corruptelas varias que se suceden a diario no pueden menos que acentuar la sensación de que la caída nacional no se ha producido tan sólo en la economía, también en la moral. Con ello surgen opiniones curiosas, como la que afirma que los españoles todos somos especialmente proclives a la corrupción.
¿Es eso cierto?. Yo pienso que no. He residido en el extranjero en dos ocasiones durante unos meses, y mantengo lazos familiares con Alemania, ese país que ahora se nos muestra dechado de honestidad y pureza. Esa es toda la experiencia que tengo, junto con la exposición a medios de comunicación nacionales y extranjeros que creo que están al alcance de aquellos que vivimos aquí.
Corruptelas las hay y las ha habido en todas partes. En Francia a Sarkozy le han pillado con las suyas al más alto nivel. Estados Unidos falsificó datos para justificar una guerra atroz con decenas de miles de muertos y un país sumergido en el caos, de lo cual tan sólo han sacado tajada un puñado de empresas privadas. No hay nada más corrupto que eso. Por lo menos nuestros políticos corruptos no se han cargado a nadie ni comenzado una guerra. Por el momento.
Y en cuanto a Alemania. La última vez que estuve allí esta primavera al presidente de Baviera le habían pillado en un flagrante caso de nepotismo. Los políticos alemanes retirados, como Joshka Fischer de los verdes, montan despachos de asesoramiento por los cobran generosas dietas de empresas a cambio de servicios de "asesoramiento". A través de familiares me entero que los autónomos de allí están tan embarcados como los de aquí en eludir las inspecciones del fisco, trabajar sin facturas, y levantarse dinero negro.
Si en España el fraude fiscal es más generalizado y exagerado, se explica mejor por el dato de que tenemos 5 veces menos inspectores del fisco por habitante que Alemania. No es que los españoles seamos más malvados y corruptos, es que es más fácil.
Buscando datos para esta entrada, estuve fisgando en la página de www.transparency.org. Reconozco que no me he partido los cuernos en la búsqueda, pero la página merece la pena ser visitada. Lo más interesante de sus mediciones es que no miden la corrupción en sí, sino la percepción que se tiene de la corrupción. El matiz es importante. Es difícil cuantificar la corrupción. ¿Se ha de hacer por importes de sobornos, o de las ganancias que la corrupción aporta a los implicados?. ¿Cómo estimar esos importes cuando los culpables se esfuerzan en ocultar los datos?. En cambio, estimar la percepción de la corrupción que tiene la población de un país determinado es mucho más fácil. Se trata meramente de realizar encuestas.
Así que puede que los españoles no seamos más corruptos que nuestros vecinos europeos, pero si que nos percibimos como tales. Considero que esta percepción nuestra se explica por dos factores sin tener que recurrir al eterno recurso de la picaresca española, más mito que realidad.
El primer factor es la eficiencia. Cuando en un país las cosas van bien y todos se llevan tajada, es fácil perdonar pecadillos como precio a pagar por el bienestar que uno disfruta y ve disfrutar a otros. Es el precio de la eficiencia en el gobierno. Los escándalos que ahora saltan son el resultado de delitos que se cometieron en esa década mágica, la primera del nuevo milenio, cuando había trabajo y dinero a espuertas para el que lo quisiera. Me cuesta creer que nadie supiera lo que estaba sucediendo en las trastiendas del poder. Todos hemos tenido noticia de algún trapicheo al menos a nivel municipal, pero denunciarlo era menos cómodo que callarse y disfrutar de la bonanza.
Ahora que la economía va mal, y la población sufre con más de 5 millones de parados, lo que antes era el coste de un gobierno eficiente y que aportaba prosperidad se nos antoja corrupción insoportable. A buenas horas, mangas verdes. Nuestra percepción de la corrupción ha aumentado.
Un ejemplo práctico de la relación entre eficiencia y percepción de la corrupción son los aeropuertos. Cuando aterrizo en el aeropuerto Franz Josef Strauss de Munich no puedo menos que pensar en lo apropiado del nombre de la instalación. No en vano es un secreto a voces que el queridísimo (no es coña) político bávaro benefició notablemente a su familia con los terrenos dónde ahora se levantan las pistas. Eso es corrupción, pero a cambio los muniqueses se han beneficiado - entre otras muchas cosas - de un aeropuerto muy chulo que realmente necesitaban. En cambio, en Ciudad Real y Castellón hay dos aeropuertos vacíos en medio de un panorama de solares desiertos y ruina generalizada. Es verlos y a la pregunta ¿realmente eran necesarias esas instalaciones?, le sigue ¿si no, por qué llegaron a levantarse?. Aunque los políticos de Castellón y Ciudad Real se hayan llevado tan sólo una fracción de lo que pilló la familia Strauss, está claro que su ineficiencia les ha dejado al descubierto.
El otro factor que incrementa nuestra percepción de la corrupción es la reacción de los mismo políticos ante las noticias. Hace 16 años Aznar llegaba al poder insistiendo en la corrupción de los socialistas, y recuerdo como los conservadores trataban las noticias de corrupción en las propias filas anunciado dimisiones. Eran dimisiones selectivas de algún implicado, que eran escenificadas ante los medios como una limpieza. No me extrañaría que los "dimitidos" fueran readmitidos sin problema cuando la cosa se hubiera calmado. Eran sólo gestos.
Pero los gestos ya eran de por sí algo. Hoy en día es que no dimite nadie. Miento. En todo este jaleo que hay ahora dimitió un ministro de Justicia en 2009... porque le pillaron cazando sin licencia. En política las apariencias son muy importantes, pero nuestros políticos de todos los partidos parecen indiferentes a la apariencia que puedan estar dando. No importa que "se es inocente hasta que se demuestra lo contrario", o si los actos cuestionados son "de carácter legal". Aunque haya razones lógicas justificar la permanencia de un implicado en su puesto, quedan más que contrarrestadas por el daño que la ausencia de gestos y la indiferencia causan a la institución que ese puesto representa.
La ineficiencia y la creciente impunidad son lo que caracterizan la corrupción española de la de otros países europeos. Habrá varios motivos. Que cada uno escoja el suyo. A mí lo que me llama la atención es la educación. La educación española en general y la de nuestros lideres en particular. Tan sólo hay que ver como nuestros presidentes del gobierno se han expresado torpemente en sus contactos con homólogos de Francia y Alemania, que podían presumir de un nivel aceptable de inglés. La representación madrileña en el COI este fin de semana ha sido un triste recordatorio. ¿Cómo se puede aspirar a causar una buena impresión de esa manera?.
Una educación pésima genera estupidez e ignorancia. La estupidez genera la ineficiencia. La ignorancia es la principal fuente de la arrogancia que deriva en impunidad a cualquier coste. Para mí lo que está claro es que nuestros líderes políticos no son más o menos amorales que los de otros países, simplemente son más malos porque son más estúpidos. Son tontos.
En cuanto a los españoles en general, no somos menos víctimas de nuestro sistema educativo que nuestros políticos. Me viene a la cabeza la historia de aquel pueblo dónde había un tonto del cual todo el mundo se burlaba dándole a escoger entre llevarse un billete de 10€ y otro de 50€ que le ponían delante. El muy tonto escogía siempre el billete de menor valor. Un día un alma piadosa se le acercó y en una larga disertación se esforzó por todos los medios posibles por hacer ver al tonto cual de los otros dos billetes que le ofrecían repetidamente era el que tenía mayor valor. El tonto se le quedaba mirando sin decir palabra. Finalmente, exasperado el buen samaritano exclamo mientras sostenía el billete de 50: "¡Pero hombre!. ¡¿Es que no entiendes que este billete es el que más vale?!"
"Ya", dijo el tonto, "pero es que si escojo ese me dejarán de dar de los otros".
En España no es que haya muchos tontos. Lo que abunda por aquí son los listos. Listos muy listos. Listísimos. Auténticos lumbreras. Tan listos son, que su inteligencia se da la vuelta a si misma y se convierte en soberana estupidez.
Esta "inteligencia invertida" es la que lleva a pensar en el beneficio inmediato (el billete de 50€) sin ver las pérdidas futuras. Es una inteligencia estúpida de la que además se alardea. Por ello decimos !qué listo! cuando en las noticias o en la vida nos topamos con un corrupto. Pero estamos equivocados, no son listos, son tontos. Son listos tontos. Lo podemos decir claramente. Los corruptos son tontos.
No necesitamos una renovación moral, necesitamos ser un algo más inteligentes y actuar conforme a esa inteligencia. Necesitamos más tontos inteligentes, de esos que calladamente saben escoger el billete de 10 euros.
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