jueves, 16 de agosto de 2012

Una aproximación a Juego de Tronos

Entre mi entrada acerca de la primera temporada de la serie y esta que escribo ahora tras haber visto la segunda temporada hay una importante diferencia: me he leído los libros de la saga. Todos. Los cinco. En versión original y de corrido durante el otoño pasado, con pocas pausas (otros libros) entre libro y libro.
Comenzaré hablando de la segunda temporada de la serie. Al contrario de lo que es habitual, el haber leído la historia de antemano no me ha hecho perder el interés por la serie. Esto se debe a que la versión audiovisual de la saga es un trabajo de calidad. No sólo son buenos los actores, los escenarios, los efectos, y demás elementos materiales. Es ante todo un buen trabajo en la misma narración de la historia. Director y guionistas (entre otros) son conscientes de las limitaciones y capacidades del medio audiovisual, de manera que puedo decir que la serie tiene el gran acierto de contar una historia que, si bien es similar a la de los libros, no es ni pretende ser idéntica. Al ser un medio diferente de la palabra escrita, la serie se ve obligada a omitir algunas cosas, al tiempo que puede expresar otras con imágenes que pueden llegar a ser más poderosas que la palabra. En resumen, la serie triunfa como serie porque no es literal. Para eso ya están los libros.

A lo largo de la segunda temporada la historia ha avanzado... a su propio ritmo. Las cosas transcurren un tanto más rápido en la pantalla que en las novelas. Hay un evento importante de la temporada que creo que no tenía lugar hasta el tercer libro. Además, se simplifican aspectos de la trama cambiando un poco de orden acciones y personajes, aunque al final del todo el resultado sea el mismo. Los seguidores más fanáticos pueden sentirse molestos, yo en cambio estoy fascinado por la capacidad que tienen los creadores de la serie para contar una historia ya contada como si fuera nueva. 

Los que esperen espectaculares batallas a lo "Señor de los Anillos" tienen un premio en el 9º capítulo de la segunda temporada: Blackwater. El Juego de Tronos es influido pero no resuelto por las acciones en el campo de batalla, como más de un personaje descubre durante tanto la serie como las novelas. En la segunda temporada se trata sobre todo de interacciones de personajes que, en mi opinión, preparan ciertos eventos de relevancia (sobre todo uno en particular) que tendrán lugar en la tercera temporada (y tenían lugar en el tercer libro). Por ello, la segunda temporada es sobre todo de transición y, lo mismo que le pasaba a la primera, en ocasiones puede ser un tanto tediosa por incomprensible. A mí eso no me ha sucedido porque ya me he leído los libros y sé interpretar mejor lo que sucede en la pantalla.

Los libros han estado bien. Entretenidos. El mejor de ellos es, para mí gusto, el segundo. De los cinco libros, la historia llega a su cúspide con el segundo y tercer libros. Tras eso la narración se desvía y pierde rumbo fijo. 

Hay aspectos en los que la novela mejora a la serie. Tyrion, por ejemplo. Si el personaje de la serie os parece bueno, el de las novelas (especialmente la segunda y la tercera) es francamente genial. El personaje de Jaime gana muchos puntos a partir del cuarto libro.
 
Una cosa curiosa acerca de los libros es su estructura de capítulos centrados cada uno en la perspectiva de un personaje. El efecto es que la narración no se mueve de manera continua, como sucede con un narrador omnisciente, sino a trompicones. Sabemos lo que sabe el personaje X, y cuando nos lo volvemos a encontrar le han pasado una serie de cosas - hechas a menudo por el personaje Y - que han cambiado su situación y de las cuales nos enteramos por los discursos o recuerdos de X. Puede haber grandes lapsos de tiempo entre un momento de la narración y el siguiente. 
 
Con esa estructura de capítulos y narración se podría leer, a modo de experimento, cada novela por orden de capítulos. Es decir. Si el primer capítulo del primer libro es Bran, nos leemos todos los capítulos de Bran del libro antes de leernos de un tirón todos los de otro personaje, y así sucesivamente hasta terminar el libro. El resultado sería, imagino, que la narración progresaría "por capas". Dado el conocimiento imperfecto de la situación global que tiene cada personaje, la lectura de los capítulos de cada uno de ellos iría añadiendo capas a nuestra visión de la historia hasta que completamos el libro con una visión global completa.

Creo que no es algo tan descabellado. De hecho es lo que, en las propias palabras del autor, ha sucedido con las novelas cuarta y quinta que, en principio, iban a ser un único libro.

El mayor problema de la saga novelada es esa falta de rumbo fijo que ya he comentado. Parece que George R.R. Martin adolece del síndrome Lost (por la serie) y se empeña en ir introduciendo más y más líneas argumentales sin que el conjunto tenga visos de ir a una conclusión. El día en que tenga que cerrar la historia - si no la diña antes - va a tener que hacer un churro y los que le han leído hasta ahora se van a llevar un disgusto.

Hay mucha paja en las novelas de Canción de Fuego y Hielo. Brienne de Tarth es el ejemplo más claro. Os podéis leer el cuarto libro saltándoos los capítulos con su nombre, y no afecta casi nada a la comprensión de la historia. Todo lo que le sucede se podría resumir en dos páginas.

En su conjunto, me alegro por haber leído los libros, pero no soy ningún entusiasta de estas novelas. No tengo nada en contra de ellas. Sucede, simplemente, que mientras muchos de vosotros estabais leyendo estos libros (finales de los noventa y primeros años del nuevo milenio) yo me embelesaba con la Trilogía del Amanecer de la Noche de Peter F. Hamilton. Es otro registro - Ciencia-Ficción - pero comparte el esquema de Canción de Hielo y Fuego de múltiples líneas argumentales que se entrelazan. Tiene además la ventaja de que su autor sabe cuando acabar la historia. Para mí, la sensación de novedad por el estilo y la trama la experimente ya con las historias entrelazadas de la Confederación Espacial, Canción de Hielo y Fuego ha sido solamente recorrer un camino previamente trillado.

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