Hace algo más de un año ponía de vuelta y media ese gran estreno de serie de televisión que en aquella temporada era The Walking Dead. Mi conclusión en esos momentos: aburrida pese al buen comienzo.
Por ello no es nada raro que cuando se ha estrenado la segunda temporada de la serie tan sólo ví el segundo capítulo y no me tomé la molestia de seguir el resto.
Hasta que hace un par de semanas contemplé los 3 últimos capítulos de esta segunda temporada en la FOX y me picó el gusanillo. La historia y los personajes verdaderamente habían evolucionado desde el último capítulo de aquella primera temporada bastante corta - tan sólo 6 capítulos frente a 12 de la segunda-. Así que he aprovechado los ratos libres que me ha dejado esta semana dedicada a rememorar una resurrección para contemplar los capítulos que me faltaban de la segunda temporada de una serie protagonizada por resucitados. Mientras otros celebran la resurección de un tal Cristo, yo celebro la resurrección de The Walking Dead.
Y es que en la segunda temporada suceden cosas. Cosas gordas. Sobre todo en el capítulo final de la temporada. Los guionistas recurren unas pocas veces al recurso de dejar la historia colgada al final de un capítulo, pero tampoco se abusa de ello. Los personajes cambian y, en general se endurecen. El triángulo amoroso que ya aparecía en la primera temporada adquiere proporciones bastante chungas. Y como consecuencia de todo esto a Rick Grimes - el madero protagonista - se le hinchan las pelotas. This ain´t a democracy any more. Creo que lo deja bien claro.
La temporada acaba con un grupo de supervivientes traumatizados, rotos, huyendo y en plena tensión. Los varios sucesos acaecidos durante estos 12 capítulos han ido generando, paulatinamente, un ambiente cada vez más angustioso y desesperado en torno a los protagonistas. El capítulo final es apoteósico y brutal a la vez, y promete más para una tercera temporada que yo ya estoy esperando.
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